Ser padre II

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Mira la hora en su reloj de muñeca y deja escapar un suspiro cansado de tan sólo pensar que el novio de su hijo vendría a pasar el fin de semana en su casa.

¿En qué momento había enloquecido y había preferido que su hijo pasara los fines de semana en su casa (con su novio con complejo de modelo) que fuera de ella, haciendo quién sabe qué?

Quisiera tanto ser de esos padres que dirigían la vida de sus hijos y le imponían todo tipo de reglas, y hasta les escogían la pareja —ni quería pensar que los gays existían, pero ni modo— como en la antigüedad.

¿En qué momento se había hecho tan suave?

—Papá, Minho llegará en un momento, no quiero que peleen —le amenazaba con el dedo del juicio, frunciendo el ceño y afilando la mirada—, no te hagas a los sordos o como si tuvieras amnesia, porque hoy saldremos a bailar y dijiste que estaba bien mientras no llegáramos muy tarde.

¿Lo ven?

A eso se refería.

Ahora era el enano parecido a un hada (desde niño) quien daba las órdenes y hasta le amenazaba.

Claro, ya había terminado la universidad y estaba en sus prácticas pre profesionales, tenía como 23 años y ahora iba por ahí con esas ganas de independizarse (claro por eso había decidido que era mejor que llevara a su novio a casa al menos los fines de semana) y volar, le había dicho.

—¡Tú me pediste permiso, no él! —le molesta.

Rueda los ojos y suspira cansado cuando el timbre de su casa suena. ¿Ahora se hacía al puntual?

El reloj casi marcaba las ocho de la noche, casi.

Se tarda lo más que puede, al menos alargaría ese minuto lo más que pudiera, todo con tal de hacer que el carita ese desistiera de salir con su hijo.

El timbre vuelve a sonar y ésta vez es Taemin que grita desde el piso de arriba que dejara de buscar peleas. Como cada vez desde que le había conocido. ¿Y cómo sentir agrado por el chico ¡cuando les pilló besándose y con las manos esas debajo de la camiseta de su hijo!?

Taemin realmente pedía demasiado.

¡Mucho!

Abre la puerta y no hace el menor esfuerzo por sonreír cuando ve al poste vistiendo de fiesta y sonriéndole con esa horrible inocencia que bien sabía fingir, porque no la tenía, estaba seguro.

—Le traje un pastel —dijo entregándole la caja cuya marca brillaba ante sus ojos: su marca favorita de pasteles. Hasta reverencia había hecho. ¿Qué mosquito le había picado ahora?

—Deja de fingir que quieres agradarme y entra de una vez —toma el pastel sin más y espera a que entre para cerrar la puerta.

—Sí quiero agradarle —se quejaba Minho arreglando la corbata que tenía un nudo mal hecho—, ¿por qué eres tan rudo conmigo?

Él no era rudo, nunca lo fue, pero acaba de darse cuenta de que tenía ese lado y todo por ese chico que había cometido el error de aparecer en la puerta de su casa besuqueando y manoseando a su hijo, ¡su único hijo!

—No lo soy, y si lo fuera ya tendrías un ojo morado y un par de costillas rotas y estarías en coma por tocar a mi hijo —argumenta en lo que toma un cuchillo—, por ser tan descarado y fingir que quieres agradarme —apunta con el cuchillo sin ser consciente y luego se pone a rebanar el pastel para su invitado.

Ser padre IIWhere stories live. Discover now