Capítulo Uno - La Madriguera Del Conejo

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Bill empezaba ya a cansarse de estar sentado con su hermana a la orilla del río, sin tener nada que hacer: había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Bill.

Así pues, estaba pensando (y pensar le costaba cierto esfuerzo, porque el calor del día la había dejado soñoliento y atontado) si el placer de tejer una guir- nalda de margaritas la compensaría del trabajo de levantarse y coger las margaritas, cuando de pronto saltó cerca de ella un Conejo Blanco de ojos rosados.

No había nada muy extraordinario en esto, ni tampoco le pareció a Bill muy extraño oír que el conejo se decía a sí mismo:

«¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde!» (Cuando pensó en ello después, decidió que, desde luego, hubiera debido sorprenderla mucho, pero en aquel momento le pareció lo más natural del mundo).

Pero cuando el conejo se sacó un reloj de bolsillo del chaleco, lo miró y echó a correr, Bill se levantó de un salto, porque comprendió de golpe que él nunca había visto un conejo con chaleco con una etiqueta en la que había escrita la palabra "Georgie", ni con reloj que sacarse de él, y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr tras el conejo por la pradera, y llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba en una madriguera que se abría al pie del seto.

Un momento más tarde, Bill se  metía también en la madriguera, sin pararse a considerar cómo se   las arreglaría después para salir.

Al principio, la madriguera del conejo se extendía en línea recta como un túnel, y después torció bruscamente hacia abajo, tan bruscamente que Bill no tuvo siquiera tiempo de pensar en detenerse y se encontró cayendo por lo que parecía un pozo muy profundo.

O el pozo era en verdad profundo, o él caía muy despacio, porque Bill, mientras descendía, tuvo tiempo sobrado para mirar a su alrededor y para preguntarse qué iba a suceder después. Primero, intentó mirar hacia abajo y ver a dónde iría a parar, pero estaba todo demasiado oscuro para distinguir nada.

Después miró hacia las paredes del pozo y observó que estaban cubiertas de armarios y estantes para libros: aquí y allá vio mapas y cuadros, colgados de clavos. Cogió, a su paso, un jarro de los estantes.

Llevaba una etiqueta que decía: MERMELADA DE NARANJA, pero vio, con desencanto, que estaba vacío.

No le pareció bien tirarlo al fondo, por miedo a matar a alguien que anduviera por abajo, y se las arregló para dejarlo en otro de los estantes mientras seguía descendiendo.

«¡Vaya!», pensó Bill. «¡Después de una caída como ésta, rodar por las escaleras me parecerá algo sin importancia! ¡Qué valiente me encontrarán todos!

¡Ni siquiera lloraría, aunque me cayera del tejado!» (Y era verdad.) Abajo, abajo, abajo. ¿No acabaría nunca de caer?

—M-m-me gustaría saber c-cuántas millas he descendido ya —dijo en voz alta—. Te-tengo que estar b-bastante cerca del ce-ce-centro de la tierra. V-veamos: creo que está a cuatro m-mil millas de profundidad...

Como veis, Bill había aprendido  algunas  cosas de éstas en las clases de la escuela, y aunque no era  un momento muy oportuno para presumir de sus conocimientos, ya que no había nadie allí que pudiera escucharlo, le pareció que repetirlo le servía de repaso.

.・✫・゜・。.Bill Denbrough In Wonderland.・゜-: ✧ :-  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora