Único capitulo

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Hubo cierto temor al despertar, al sentir los rayos del sol filtrarse por su ventana adornada con cortinas azul marino, mismas que rozaron su nariz con la brisa que corría entre el pequeño espacio abierto de la ventana. Abrió sus ojos abrumado y un poco molesto con su cortina. Entre pequeñas lágrimas después del profundo sueño, pudo observar tranquilo el techo blanco con algunas imperfecciones en la pintura; debía pintarlo otra vez, pensó perezoso. Siguiendo con su cabeza en la almohada vieja, mordió su labio. Aquella sensación de nerviosismo mezclado con otras cosas desconocidas para él, ahora, sumamente somnoliento como cansado, amenazaban con seguir en su pecho. Se aferró a sus sabanas y mantas de lana, esperando que lo extraño se fuera de una vez, pero no lo hizo.

Inosuke no pudo evitar murmurar frases y maldiciones que ni siquiera él pudo entender, pero un par de palabras fueron claras:

—Quiero un café...— dijo.

Pronto no pudo evitar sentir quemar su cara entera, ni la almohada lo ayudó a deshacerse de ese calor insoportable. El rojo de su cara lamentablemente no quedó estampado en la blanca tela.

Creyó enfermarse por dejar la ventana un poco abierta, pero solamente la tibia brisa lo acompañaba. Aún así, nada explicaba porque su temperatura estaba tan alta.

Sin embargo, no estaba enfermo. O eso intentaba creer ahora.

No tuvo de otra, tras perder minutos estático en la cama, que dejar atrás las sabanas todas arrugadas por su culpa, y pensar seriamente que estaba pasando.

Él no era ningún fanático del café, en absoluto, era fiel a la leche de frutilla que solía llenar su refrigerador. Mas, ¿por qué de repente el anhelo del café había nacido en él?

Era raro, demasiado raro para procesarlo en su cabeza.

No lo admitía, pero era un adicto al azúcar. ¿Cómo podía ahora estar sediento por un trago de amargura?

Trato de pensar, y era mejor dejarlo en un intento, porque tan pronto sintió un leve dolor, lo dejó sin dudar. Ya lo resolvería después.

¡El problema sería para el Inosuke del futuro! Aseguró confiado al abandonar su cuarto.

Se dejó arrastrar por su rutina como dueño de una floreria. Con poco cuidado bajó por las crujientes escaleras y abrió la puerta de madera con un letrero de flores colgada en ella. Al cruzar la puerta, pudo envolverse en la paz de un escenario floreado. Golpeó sus hombros y espalda, y tras un suspiro, dio inició a su amado labor. Cuidó, regó y cantó un poco para sus hermosas flores, aunque digamos que sus canciones de peleas y muertes no eran lo mejor para tan bellas flores, que, si pudieran, de seguro le pedirían algo más romántico, o menos sangriento por lo menos. No tardó mucho en saludar a cada una de sus pequeñas luchadoras, como gustaba decirles, incluso, como tiempo le sobró, después de pensarlo unos segundos, acercó la silla más cercana, dejó a un lado la regadera y comenzó a charlar con unos pequeños girasoles que tenía para él solo. Entendía bien que era similar a hablar solo, pero en el fondo creía que todas sus flores lo escuchan atentamente, con una paciencia que únicamente reservaban para él, mismo que las consentía con productos de la mejor calidad para su crecimiento, y que afirmaba era la razón de porque lo amaban tanto.

Comenzó a hablar con un poco de timidez, púes, no era propio del gran Inosuke sentirse tan extrañado cuando sus emociones solían ser simples y vistas a primera vista. Se entendía perfectamente, excepto en ese instante.

Explicó que por alguna razón, su pecho se sentía inquieto, más vivo de lo común, y eso que no había corrido o hecho deporte estos últimos días. Agarró con un tanto de fuerza su polera sencilla y negra, justo en la parte del pecho, y nuevamente sentía como bombeaba con fuerza, al punto de poder sentir un pequeño ritmo provenir de sí mismo. Por dos segundos, Inosuke considero seriamente que había una bomba en su cuerpo. Pero era obvio que esa no podía ser la respuesta... Quiso pensar.

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⏰ Última actualización: Feb 14, 2020 ⏰

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