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Min nunca había hecho un reconocimiento público de lo que era, pero los programas de noticias amaban especular. Evitaban afirmar nada, pero hacían demasiado énfasis en cómo su nombre de pila, Yoongi, era una gigantesca mitológica serpiente alada.

Incluso el más marginado de los híbridos que se arrastraba alrededor de los bordes de la política de las Razas Antiguas y de la sociedad y sabía qué y quién era
Min Yoongi. Cada uno de ellos había sentido en sus huesos el rugido del dragón que había sacudido la ciudad hasta sus cimientos.

Jimin buscó a tientas el whisky de Hoseok. El trol le entregó el vaso y él lo engulló.

El líquido se deslizó por su garganta reseca y explotó en una bola de fuego ardiendo en la boca del estómago.
Jadeó y se lo devolvió.

—Te entiendo —dijo el trol—. Han estado poniendo cosas así toda la tarde. Al parecer, el “incidente” —hizo comillas con los dedos en el aire—, rompió las ventanas en los edificios de hasta una milla de distancia y agrietó una casa adosada de piedra rojiza por el centro. Lo escuché yo mismo, y soy lo suficientemente hombre para admitir que el sonido hizo a mis bolas encogerse.

El pánico pulsó a través de él. Dejó caer las manos por debajo la barra para ocultar cómo temblaban. Se aclaró la garganta.

—Sí, yo también lo escuché.

—¿Quién lo habrá enojado tanto? —Hoseok negó con la cabeza—. No puedo imaginármelo, pero va a hacer parecer el Día del Juicio Final un picnic. Dijo una profunda voz en su oído.

—Te ves como la mierda.

Jimin casi saltó por la sorpresa. Entonces presionó los talones de las manos contra sus párpados hasta que vio las estrellas antes de pasar a la cara de Namjoon.

—Ese es mi jefe —dijo por encima del hombro a Hoseok—. Un cumplido por minuto. El trol soltó un bufido.

Namjoon se apoyó contra la pared cerca de las puertas batientes que conducían a la parte trasera. Lo miró con el ceño fruncido. Tenía metro ochenta y ocho de magra
fuerza de tracción y enjutos rasgos agraciados, uno de esos tipos aterradoramente magníficos que podían hacer la portada de GQ si hubiera sido modelo. Su cabello rubio oscuro, cuando estaba suelto, le caía sobre los anchos hombros, pero normalmente lo mantenía recogido en una coleta. El estilo severo subrayaba los
huesos largos de la cara y los penetrantes ojos azules.

Las emociones de Jimin tomaron otro giro salvaje. Sus labios se apretaron y miró hacia abajo para tirar de la correa de la mochila.

—Necesito hablar contigo —le dijo.

—Me lo maginé. — Se enderezó de la pared y se volvió para empujar una de las puertas batientes.

Jimin movió sus dedos a Hoseok y caminó hacia la parte trasera, con Namjoon detrás de él. La puerta giró a su lugar, silenciando el ruido del bar.
Jimin continuó hasta el almacén y entró en su espaciosa oficina. Se detuvo en el centro de la habitación, dejó caer la mochila y se quedó allí, su cansada mente en blanco.

Una mano de bellas proporciones llegó sobre de su hombro y se enganchó debajo de su barbilla. Le permitió darle la vuelta, a pesar de que sólo pudo reunirse con su atenta mirada por un momento antes de que la suya se desviara hasta una zona en algún lugar por encima del hombro derecho de él. Le dolía el pecho. Podía sentir su escrutinio viajar por su cuerpo.

—Estoy saliendo de la ciudad —dijo a la zona por encima del hombro. Su voz sonó ahogada—. Vine a despedirme.

El silencio se estiró y creció. Luego Namjoon le puso una mano en la frente y envolvió la otra alrededor de su nuca. Su mirada voló hacia él, y la preocupación
que vio en su expresión casi la mata. Él dijo:

Dragón Bound ☆ Yoonmin. [HIATUS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora