5 meses después
Encuentra en el reflejo del espejo un atisbo de ella misma y sonríe débilmente. Nada que ver con el fantasma consumido en sí mismo que era hace unos meses. No ha sido un proceso fácil y ni siquiera puede llegar a enumerar las veces que pensó en abandonarse a la corriente para acabar sin vida en cualquier antro de mala muerte.
Pero no lo ha hecho y está ahí comprobando que la máscara de pestañas está donde tiene que estar.
Desliza el peine por su melena, desde hace unas semanas más corta y con un tono más claro al que aún tiene que terminar de acostumbrarse, pero que al menos le da la oportunidad cada mañana de no ser la de hace unos meses. Al menos físicamente.
Solo tiene que recuperar un par de kilos para volver a estar en su peso y ese jersey que Ana le obligó a comprarse hace unos días resalta el color de su mirada, que parece que también, poco a poco, ha ido recuperando el brillo.
Es verdad que está mejor, pero parte del equilibrio se lo debe, no solo a las sesiones con su psicóloga, que se alegra de verla un millón de veces mejor que la última vez pisó su consulta antes de irse a Madrid, también a los antidepresivos que lleva tomando ya un tiempo. En ocasiones se siente algo embotada y ajena, pero al menos apenas tiene ansiedad de vez en cuando y su ánimo no fluctúa asustándola.
Su corazón le traiciona apenas una milésima de segundo cuando la pantalla se ilumina con un mensaje. Suspira al comprobar que no es él.
Claro, que no es él. Sin embargo, aún conserva la esperanza de que en algún momento le abra conversación con un chiste de esos ridículos para usarlo de excusa para preguntarle qué tal está.
La primera vez que le llegó un mensaje de Luis estando en Barcelona, después de unos días sumida en los más profundo de su océano, sintió un subidón como el que venía necesitando de una sustancia psicotrópica.
Desde entonces se habían escrito prácticamente cada quince días, cada vez uno, para que no pareciera que alguno de los dos tenía un interés más allá del protocolario entre dos personas entre las que aún quedan recuerdos de los buenos momentos.
Pero desde que ha vuelto a Madrid, apenas tres semanas atrás, coincidiendo con su turno para escribirle, no lo ha hecho.
No sabe si es cobardía, la adrenalina de poder encontrárselo casualmente, si Madrid ha traído de vuelta todos los recuerdos, incluidos cómo destrozó sin piedad su corazón y se lanzó sin paracaídas cabeza al infierno, o el miedo a que haya rehecho su vida y que ella ya no tengo hueco en ella.
Pasados quince días de su no mensaje, él tampoco le ha escrito. Puede que hayan alargado esa pantomima de más, o que al decirle que estaba mejor, se haya roto ese contrato no escrito que decía que él debía estar pendiente de ella hasta que se recuperara, porque si algo le sobra a Luis es corazón.
No puede negar que ha estado tentada en más de una ocasión, y que en incluso ha escrito alguno palabra en ese espacio en blanco, pero finalmente no se ha atrevido a escribirle. Por miedo. Siempre por miedo.
Otro mensaje ilumina la pantalla entre sus manos. Amaia le dice que está en el portal esperándola pero que no recuerda cuál es su piso y que por eso no ha llamado al timbre. Aitana escribe rápido que en un segundo baja, se perfuma, se cuelga el bolso al hombro y se encamina escaleras abajo después de cerrar su casa.
Su casa.
La parte más dura de volver a Madrid no ha sido acostumbrarse de nuevo al metro congestionado, el tráfico incesante o el aire casi asfixiante. Tener que volver a llamar casa a ese piso, más frío si cabe que antes de que se volviera a Barcelona está siendo lo más complicado. Sigue odiando la impersonalidad de la decoración y oír el eco de sus pisadas como única señal de vida entre esas cuatro paredes.
ESTÁS LEYENDO
Canción Desesperada (II)
RomanceSegunda parte de Canción Desesperada. 5 meses después. ¿Cuando lo has perdido casi todo, por qué merece la pena seguir?