Parte única: ¿Locos o cuerdos?

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Es que flipo, yo flipo, de verdad.

No se lo podía creer, de verdad que no, para un día que tenía planes... Pero no, un cliente quería visitar un ático dúplex en el puto centro de Madrid un viernes por la noche. Y no un viernes cualquiera, no. Tenía que ser en San Valentín y a las ocho de la tarde. ¿De verdad? ¿No había otro día o, como mínimo, otra hora?

Tiene tela...

Pero es que la mala suerte siempre llamaba a la puerta de Raoul. Porque claro, su jefe no podía ir él a enseñar el piso, no, por favor, ¿cómo va a ir su jefe? Tenía que llamarle a él, justo hoy. Manda narices. Él que lo tenía todo planeado. Otro plan que se le va a la mierda. Pues muy bien.

Por si no ha quedado claro, a Raoul no le gusta que le estropeen los planes. Lo odia. Le encanta tener el control de su vida, al menos 'casi' siempre.

Abre la puerta con mal humor y llama al ascensor que lo llevará a la última planta del edificio. Espera impaciente moviendo la pierna y resoplando. No tiene un buen día, ¿cómo va a tenerlo? Suena un pitido que señala la llegada del ascensor a la planta baja. Entra antes incluso de que las puertas se abran del todo y pulsa el botón superior con impaciencia.

Joder, es que le da igual hasta la astronómica cantidad de dinero que ganaría con la venta del piso. ¡Qué vengan a verlo mañana! Pero hoy no, hoy no... ¡Qué le den al dinero! Pero no puede negarse, no puede... Dios sabe cuánto le costó conseguir este trabajo y hacerse un hueco en Madrid como uno de los mejores agentes inmobiliarios de la ciudad. ¿El inconveniente? Que la gente crea que no tiene más vida a parte del trabajo. 

Llega a la planta superior y abre la puerta del piso en venta. Le quedan unos minutos para asegurarse de que todo está en orden en el piso. Entra y revisa habitación a habitación. Primero las de la planta inferior. La habitación de invitados, donde recoloca los cojines. Un baño completo en el que revisa que quede jabón de manos. Salón, comedor y cocina en un espacio abierto, donde coloca las manzanas que ha comprado en la frutería de debajo de su casa dentro de un frutero de alambre moderno. Todo en orden.

Sube a la planta superior. La segunda habitación, apta para un niño, arreglada. La terraza con vistas a la ciudad, perfecta. Pasa a la parte más importante, la que los clientes más tienen en cuenta a la hora de comprar una vivienda: la suite principal. Una cama enorme adornada con un cabezal color café y sábanas de seda beis, con decenas de cojines en tonos tierra como decoración. Dos puertas en frente de la cama dan la bienvenida a un vestidor enorme (por ahora vacío) y un magnífico baño privado con bañera de hidromasaje y ducha por separado. Con lavabo de dos senos y de aspecto limpio y moderno.

La casa es una maravilla y el edificio y la zona no pueden ser mejores. Por algo cuesta lo que cuesta. Aunque a él no le da envidia, prefiere su piso en Chueca, moderno y cómodo. No demasiado grande porque odia limpiar, suficiente para dos personas.

Oye el timbre de la puerta y se mira en el espejo para retocarse el traje y el tupé antes de bajar las escaleras a todo trote para abrirle al desafortunado cliente que lo tiene trabajando el día de San Valentín.

Seguro que es un empresario cuarentón amargado que no ha conocido el amor en su puñetera vida. Joder.

Suspira y pone su mejor sonrisa antes de abrir la puerta.

Que no se te note, Raoul. Al menos vende la puta casa para poder permitirte un viaje de un mes entero a las putas Maldivas.

Se queda sin habla. Al otro lado de la puerta le recibe un joven, moreno, poco más alto que él, con las facciones más simétricas y perfectas que ha visto nunca y una barba bien recortada que le adorna el rostro. Va con traje de color gris claro, que no hace mas que acentuar cada parte de su cuerpo. Todo lo que Raoul siempre ha soñado justo en frente de él. Nota como todo su cuerpo despierta ante la visión del moreno que tiene delante.

¿Locos o cuerdos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora