Música de la noche

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—Descanse, señor Grandchester.

—Gracias, Angie.

La puerta se cerró dejando la habitación sumida en las penumbras. Terry, recostado en la cama de nuevo, solamente miraba la silueta de madera en cuyos contornos se deslizaba la luz del pasillo en el que aún estaba la enfermera seguramente acomodando todas las cosas del carrito de servicio.

Se incorporó con cuidado buscando sus zapatillas de dormir, tratando hacer el menor ruido posible.

Resopló, nunca lo habían dejado acostado de esa manera, ni cuando era un niño, él debía de arroparse por su cuenta y solamente apagar las luces cuando le gritaran sobre lo costoso que era mantenerlas encendidas a altas horas de la noche, pero para Angelina, era tan natural meterlo a la cama sin oportunidad de discusión, arroparlo y apagar la luz, que era un poco desconcertante reparar en esos detalles.

Se acercó a la puerta mientras se anudaba la bata esperando a escuchar el rechinido de las ruedas del carrito de servicio avanzar por el pasillo hasta el ascensor que había instalado para mover con mayor facilidad a Susana con la silla de ruedas.

La caja hizo varios crujidos antes de hacer funcionar los mecanismos de descenso, y entonces Terry se animó a salir.

En el pasillo ya no estaba ella, y a menos que se equivocara, se dedicaría a hacer las labores de limpieza en la cocina, acomodar la ropa, preparar minuciosamente las dosis de medicamentos y se retiraría a su habitación, la que le había asignado para que ocupara mientras estuviera ahí. Pero tardaría por lo menos una hora en llegar, así que se dirigió allá sin ningún propósito más que el de calmar sus muy alterados nervios afectados por toda clase de imaginaciones e historias que ya se había inventado a sí mismo.

"Muchas gracias, Dan Abnett" Pensó a propósito de ello.

La habitación de la enfermera se encontraba al final del pasillo, del lado contrario a donde había estado alojada la madre de Susana y la puerta no tenía cerrojo para su fortuna, aunque tenía en su poder una llave maestra, al menos de esa manera ya no sentía que irrumpía de mala manera. Además, era su casa después de todo.

Encendió la luz y examinó a primera vista memorizando la disposición general de los muebles para después apagarla sacando de entre su bata, una pequeña lámpara de aceite que encendió.

Llegó hasta el tocador revisando cada objeto con cuidado pero sin tomarse mucho tiempo, pues debía regresar antes de que ella le sorprendiera husmeando en sus cosas personales. Por muy su casa que fuera ¿Qué le diría?

"Disculpa, Angie, solo trato de comprobar que no eres culpable"

Pero ahí mismo estaba la complicación de todo, pues no sabía exactamente qué buscar ¿Una lista de pasos uno a uno de cómo secuestrar a una persona?

Había algunas cremas, un frasco de agua de colonia, un peine de madera, algunos pasadores para el cabello, una segunda cofia, nada fuera de lo ordinario.

¿Sería quizás una declaración hecha a puño y letra con todos los detalles escabrosos?

Sería muy conveniente, tenía que reconocer.

El armario contenía dos uniformes perfectamente limpios y almidonados junto con un vestido de paseo color violeta. Un par extra de zapatos, una sombrerera con un sombrero, valga la redundancia, pero quería comprobar el contenido de todas formas porque Susana las usaba para guardar cartas y fotografías, un juego de guantes bastante bonitos aunque no del mejor material y una capa negra.

"Si las capas negras fueran indicio de algo, sería tan fácil resolver misterios" dijo con sorna. Estaba por cerrar las puertas cuando la luz de la lámpara le devolvió un brillo que captó su atención.

El fantasma de la óperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora