Así se hace

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Aquel era un buen día, aquellos de los pocos en lo que Pandora amanecía satisfecha y sonriente, orgullosa del buen rendimiento que sus subordinados le demostraban con hechos. La lista de preparativos para la Guerra Santa era larga, necesitaba que los planes que ella trazaba con tanta minuciosidad se cumplieran al pie de la letra, eso si querían ganar antes de iniciar la batalla y si sus hombres querían llegar vivos a la confrontación con el Santuario.

Los rendimientos de las últimas semanas habían sido bastante buenos, y el deber de ella era premiar tal dedicación. Por supuesto, a la cabeza de tal éxito, su mayor general; Radamanthys... Su preciado Guiverno había cumplido exitosamente su más reciente misión, apagó una de las 12 estrellas dorada al servicio de Athena. Toda una hazaña digna de alabanza, claro está, aquel supuesto guerrero legendario, el Santo de Leo, no resultó ser más que un arrastrado gato callejero al lado del poderío desbordante de la Estrella Celestial de la Furia.

La temible severidad de Pandora solo era comparable con su belleza, un rumor conocido hasta en los recónditos confines del averno, pero su benevolencia era experimentada solo entre los pocos que con éxito alcanzaban complacerla.

Y hoy era el turno, una vez más, de su querido Guiverno.

Premiar a su perro más fiel era ya a estas alturas un placer culposo, un delirante despliegue de buena voluntad que arrasaba con su raciocinio, a veces para ella era un poco difícil diferenciar a quien estaba esperando recompensar. Se descubrió a si misma esperando con asías el retorno exitoso de su aguerrida bestia para condecorarla con el que se había convertido en su premio favorito.

No podía dejar de pensar en la gran cantidad de limitantes que ese cuerpo mortal implicaba, era como estar atrapada en una prisión cuyos barrotes eran la insensatez de las emociones y los sentimientos. Pero cada vez que probaba los placeres del cuerpo que la ataba a este plano terrenal, era incapaz de ignorar lo beneficiosa que era la capacidad el sentir, cada vez que se unía en un solo ser a su querido Radamanthys moría, cada toque, cada caricia, cada instante detenía su corazón. Era lo más cercano que había estado de experimentar una experiencia espiritual.

Francamente, solo a su lado creaba los momentos más eróticos de su vida.

Había aprendido a sobrellevar sus emociones, en lugar de tragarlas a la fuerza y contenerlas. Decidió saborearlas, como aperitivos al paladar, apreciar sus gustos y distinguirlos. Solo al afrontarlas las conocería y conociéndolas las dominaría. No disfrutaba otra cosa más que dominar. Y si este era el máximo placer al que podía llegar a aspirar cualquier ser humano, entonces ella quería fundirse en la experiencia hasta enloquecer.

....

Cada vez que Pandora lo convocaba a sus aposentos privados solo había una razón: recibir su recompensa, o iniciar "el ritual de buen haber" como le llamaba ella. Una tradición que ya tenía establecido su propio protocolo a seguir; la primera regla era presentarse frente a la puerta aseado y untado en aceites aromáticas, la segunda era hacerlo con una vestimenta ligera, luego, una vez dentro de su cámara, se debía despojar de toda prenda y por último esperar de rodillas y con la cabeza gacha cualquier orden.

A partir de allí el trascurrir del protocolo se cumplía tal y como Pandora demandara. La primera orden, como siempre solía pedirle desde el rincón oscuro en el que se sentaba de piernas cruzadas, era que le sirviese un trago tal y como se los prepara para él. Obedeció sin dubitación, aunque no le gustara que su señora bebiera whisky negro cuando su fino paladar merecía deleitarse con el dulce sabor del vino. Pero más allá de prepararle el trago, sabía cuál era la verdadera razón de que esa siempre fuese la primera orden.

Como amansar a la estrella de la furiaWhere stories live. Discover now