capítulo 11

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Pov narradora

Hinata no la estaba pasando bien los últimos meses, se sentía tan de caída sin ganas de nada, sólo quiera encontrarse con su amigo rubio y decir toda la verdad pero no podía.

Romper una amistad tan sincera había echo estragos en ella misma, si antes era reservada ahora lo era mucho más. Cada vez el recuerdo de su, entonces, amigo lo hacia sonreír con tristeza.

Pero no podía hacer más tenia que protegerlo de alguna manera, su padre no tenía que enterarse de su amistad, si su padre se entera podría hacer cualquier cosa con él y lastimarlo estaría entre las primeras cosas.

Aún no sabe quien fue la persona que fue de chismoso e informó de su amigo a su cuidador y si algún día lo encontrará esa persona suplicará por una muerte rápida, pero por ahora que siga viviendo feliz, por lo que le queda de vida.

La tristeza, rabia e impotencia se mezclaban en su interior, se sentía tan inútil quería enfrentarse a su padre y decirle todo lo que se guardó por miedo, pero todos sabemos que querer y hacer son dos cosas distintas.

Aún así esperaba que el rubio no le guardará rencor, también estaba la preocupacion de no verlo por más de un mes, sentía que esa era su forma de rechazarla, de alguna forma lo sentía justo. Aún así tenía ganas de entregarle el regalo para celebrar su cumpleaños, aunque eso fue hace dos días, la cuestión es que el oji-azul aún no aparece.

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Hiruzen tenía un debate mental en si había fue lo correcto ocultar a la rubia. Todos los sucesos que sucedieron le decían con insistencia que no, en los años que estuvo interactúando con ella puso más en claro todo.

Se empeñó tanto en ocultarla de su verdadera familia, mantener  en silencio a cualquiera que sospechara, aunque un poco, quienes eran los padres de la rubia y cada que la pequeña preguntaba de como o quienes eran sus progenitores no podía decirle la verdad pero también no quería mentir, no ante los pequeños ojos azules.

Y lo sucedido hace dos días le gritaba aún más fuerte que la pequeña necesitaba de su verdadera familia, el ya está viejo aunque no lo quiera admitir y ya pasaron sus días de juventud, tendría que decidir que pasaría con la rubia y el secreto que ocultaba para empeorar todo no era sólo uno.

Cuando cerraba los ojos podía recordar lo sucedido después de su llegada a la aldea.

Había tardado mucho, o mejor dicho lo habían retenido, en la aldea de la arena y para empeorar no tenía comunicación con sus anbus de confianza, su nieta no oficial corría peligro y el estaba lejos para protegerla.

No sabía cómo pero en un abrir y cerrar de ojos ya se encontraba de camino a su aldea, después se disciplinaria con el Kazekage primero era su amada nieta.

Cuando llegó ya era once de octubre, lo primero que hizo después de ingresar a su pueblo fue ir a la casa de la rubia. Y al entrar a su departamento todo estaba relativamente en orden, a excepción de Naruko la cual no se veía en ningún lado, al buscarla y posteriormente encontrarla hubo sentimientos de alivio y extrañeza.

La alguna vez alegré e  hiperactiva Naruko, se encontraba  en el piso en posición fetal y llorando con manchas de sangre en su rostro y cabellos.

El tercero alarmado se acercó rápidamente revisando si tendría heridas o alguna otra cosa, pero no encontró nada, pronto la misma Naruko con lágrimas el los ojos y aferrandose en un abrazo a su abuelo contó todo lo que había pasado el día anterior y lo último de su relato asombro y horrorizo al anciano. La pequeña había asesinado por primera vez y no fue a propósito, según lo que relataba, ni ella misma sabía cómo sucedió.
Sólo sabía que ella era la que había extinguido dos vidas y eso la catalogada como un demonio como decían los aldeanos.

Naruko.- abuelito ¿Soy un demonio?— había preguntado monotonamente los últimos dos días.

El brillo de sus ojitos se había perdido, su vos sonaba ronca y magullada, su cuerpo se tensaba cada ves que recordaba los sucesos pasados y sus lágrimas saladas salían como pequeños ríos  dejando a su paso un sendero rojo en su delicado rostro.

Hiruzen.- No Naruko-chan, no eres un demonio.— no sabia que más decir, las palabras morían en su boca y decir que todo estará bien después de esto sería una falacia.

La pequeña rubia aún seguía aferrada al tercer Hokage sin dar indicios de dejarlo ir, ya limpia de todo rastro de sangre, con un vestido de color blanco y su cabello largo. Parecía un ángel.

¿Quién puede dañar a un ángel?

Sólo las personas segadas por si misma, las que se niegan a ver la verdad y piensan que ellos saben de todo basándose en los rumores. Toda y la única verdad lo sabe el que escucha y no critica sin antes ponerse en el lugar del otro y no dejarse llevar por los rumores, que al fin y al cabo sólo son eso "rumores" no es verdad y es creado por simples personas que quieren lastimar.

A pesar de todo eso muchos son ciegos y prefieren creer en lo que la otra persona dice.

Para Hiruzen los aldeanos son esos ciegos por voluntad, envenenados por mentiras y atacando a quien no se lo merece, atacando a su salvador, a la persona que sostiene en su interior a un demonio, el cual no dudaría en matarlos en un instante. Estaría bien si lo hiciera.

Hiruzen ya no podía más tenía que contarle, tenía que decirle todo lo que sucedió el día de su nacimiento, el día que empezó su sufrimiento, el día que el pensó en personas que ahora no valen la pena.

Hiruzen.- Naruko-chan quiero contarte algo. — susurró

La pequeña no dijo nada sólo miró a su abuelito como una señal de que lo estaba escuchando.

El tercero sonrió, una sonrisa lastimera, con pequeñas caricias en su  empezó.

Hiruzen.- verás, el día de tu nacimiento.....

secretos escondidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora