18~ 𝔩𝔬𝔰 𝔯𝔢𝔠𝔲𝔢𝔯𝔡𝔬𝔰 𝔭𝔢𝔯𝔡𝔦𝔡𝔬𝔰

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-¿Te quedarás aquí? 

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-¿Te quedarás aquí? 

Isaac pone la mano sobre la tecla de la luz. La puerta detrás suyo permanece cerrada. Tiene una remera de mangas, negra. Es bastante ajustada como para que se le marquen los músculos de los brazos y el abdomen. Tiene el cabello revuelto, producto de una ducha. 

-Solo si quieres. 

El cuarto está silencioso. Tengo la ropa doblada en el placard, una campera en el respaldo de la silla. Antes de que se apague la luz, yo prendo la de la mesita de noche. Me meto dentro de la cama. Isaac camina a la silla, saca la ropa de allí y se sienta. Se cruza de brazos. Apenas son las doce de la noche de un día medianamente aburrido. 

-Si esto resulta-prosigue-Sabes que tendremos que mantenerlo en secreto.

Lo pensé demasiado. Si le cuento a Sombra de mis pesadillas, quizás no esté tan contento con la noticia. No actuó de buena forma con el Caído, ni mucho menos cuando comencé a preguntarle sobre mamá. A lo mejor ha vivido algo que lo marcó de por vida. 

Pero debería. Debería decirle sobre esto y que Isaac me ayuda. Ahora mismo, quizás, esté averiguando sobre el exorcista que me dijo anoche. Si tuvo suerte, lo más probable será que tarde o temprano iremos a verlo. 

-Sombra puede…

-Sabes que él no reaccionaría de la mejor forma-interrumpe Isaac-Mira lo que sucedió con Samael. Si le cuentas, se pondrá peor. Lo más probable será que me eche de la Fraternidad por no haber seguido las normas. 

-¿Y por qué no las sigues?-pregunto. 

-Porque no soy su perro faldero-responde de mala gana. Mira al techo como si recordara algo de mal gusto. Y yo no puedo dejar de pensar en la pelea que tuvieron en el pasillo de mi habitación. ¿Qué es lo que molesta tanto a Sombra?-Además...él no es mi padre. 

-Pero es tu amigo. ¿Cierto? 

Me mira de reojo. Cambia de tema:

-Siena y tú van por allí pegadas como caramelos. 

-Siena es buena persona. Puedo hablar con ella de todo. 

-¿Ah, sí?-inquiere él, curioso. 

-Sí. De hecho...estuvo contándome cosas. 

Isaac se inclina hacia adelante. Pega los antebrazos contra sus muslos. 

-¿Qué tipo de cosas? 

Yo aprovecho y me siento en la cama. Le doy unas palmaditas al colchón frente a mí. Isaac se lo piensa, aunque termina cediendo y se toma lugar junto a mí. Entonces, como si él y yo tuviéramos una amistad y la confianza más longeva del mundo, tomo sus manos entre las mías, a lo que actúa de la peor manera: se aleja rápidamente. Sus ojos azules me miran dubitativos. 

-¿Qué haces? 

-Solo...quería decirte algo. 

Posa la mirada en mis manos. 

 Daemonium/ Los hijos del Diablo: el comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora