Conocí a Elizabeth en una de esas fiestas de sociedad a las que mi tía Flor solía llevarme, con la excusa de no tener con quién bailar, aunque yo sabía que sus verdaderas intenciones eran las de encontrar pareja.
No era muy afecto a tales reuniones porque tenía que vestirme con la ropa de un primo que me quedaba ancha, tan solo porque debía aparecer en frac.
Era ciertamente un encanto— me refiero a Elízabeth, no a mi tía— y como de mi edad. Tal vez más alta.
Cuando hizo su aparición, quedé prendado de inmediato.
Si me hubiese tocado casarme ese día, sin duda lo hubiese hecho con ella. Pensé que muchos pares de ojos masculinos, de todas las edades, se encontrarían en ese bello punto focal, están fascinados como yo; para mi sorpresa nadie parecía notar su presencia.Por supuesto, nunca pensé que tuviese la más mínima posibilidad de obtener de ella otra cosa que el saludo cordial— pero helado—, con el que se dirigía a las personas que se cruzaran por su camino, y por eso me hice el desentendido.
Mientras bailaba con mi tía pasó por mi lado y me baño con su perfume. Como un autómata torcí el cuello para no perder detalle de todo cuanto se refería a ella, con la certeza de que no tendría otra oportunidad.
Llevaba un vestido verde oscuro, el cabello recogido hacia atrás en forma de moño y en las manos un arreglo floral. Su mirada denotaba cierta tristeza que trataba de disimular con su sonrisa... una sonrisa carente de coquetería.
Pensé en la suerte que tendría aquel que lograra cautivar a ese encanto de mujer, y en lo desventurados que somos algunos hombres.
Por suerte mi tía vio a uno de sus amigos y me dejó bailando solo. Fue en ese momento en que noté que me miraba. Su sonrisa se había convertido en risa.
Para mi desconcierto, me hizo señas para que me acercara. Al comienzo creí que estaba llamando a otro, pero al volverme no vi a nadie. Era a mí, en efecto, a quien ella requería. Por mi mente pasó la idea de que tan solo me había confundido con un mozo y me pediría una copa de champagne.
Me acerqué despacio; no quería que supiera que en realidad tenía ganas de correr hacia ella antes de que parece apareciera otro y me dejara con ese vacío en el estómago al que estoy tan horriblemente acostumbrado.
Susurró algo a mi oído mientras me jalaba hacia dentro de la mansión a la que nunca había sido invitado. Mi tía me había dicho que sólo a unos cuantos se les permitía entrar y siempre en compañía de los anfitriones. Me detuve un instante al pensar en las consecuencias de tal decisión, pero la fuerza con la que me jaló fue mayor que mi endeble resistencia ética.
Luego de atravesar varios pasillos a media luz sin encontrar a nadie que nos impidiese el paso, llegamos hasta un cuarto amplio de paredes azuladas. Presentí que era su habitación. Estábamos iluminados apenas porel reflejo de la luna que entraba por los ventanales.
Se acercó a mí y me... iba a decir besó pero no fue exactamente eso lo que ocurrió; sus labios tocaron los míos con una delicadeza tal, que me sentí subyugado.
Exactamente como la idea que tengo del cielo; un lugar en el que los sentidos fluyen despacio, pero tan despacio que la felicidad dura una eternidad.Con el recuerdo de ese roce de labios— una especie de experiencia mística— me hubiera bastado para ser feliz el resto de mi vida. Pero ella quería más. No sabía exactamente qué cosa había visto en mí, que las demás mujeres no.
Luego de ese beso vinieron más, y más dulces todavía; parecía un niño en noche de Halloween.
Pronto mis ojos se acostumbraron a la semi oscuridad del cuarto, mientras me despojaba del saco de mi primo que me había pedido encarecidamente que no se lo fuera a manchar, y comenzaba a quitarme la camisa con tanta prisa que se le cayeron varios botones en el intento. Por suerte de recibí la asistencia de aquellas manos diestras y suaves. Me quité los zapatos con la ayuda de mis talones y el ruido al caer fue como un estallido. Felizmente los parlantes estaban a todo volumen.
Mis manos quisieron explorar territorio enemigo para descubrir aquellas maravillosas armas con las que la naturaleza ha dotado a las mujeres.
Si quitarme el pantalón fue difícil, intentar desatar aquel vestido fue una verdadera pesadilla; tenía telas sobre telas y todas muy ceñidas al cuerpo que hacían imposible la tarea de revelar las verdades.
No me amilané. Recordé todas las enseñanzas que sobre el tema del amor recibí de mis compañeros de colegio para eventos como éste. En primer lugar, no apresurarse. Nada va más en contra que intentar terminar pronto. Ya es mucho lo que se espera para que la cosa no dure más de dos minutos.
Respiré hondo y me dediqué a destrozar hasta con los dientes aque maldito vestido más apropiado para esposos celosos que para jóvenes en busca de la libertad suprema... y lo logré. Mejor dicho casi lo logré, porque cuando estaba por descifrar el último acertijo de aquel rompecabezas infernal llamado vestido, la música cesó de golpe.
Escuché algunas exclamaciones de protesta que terminaron pronto, y luego los motores de los autos me indicaron que la fiesta había llegado a su fin.
Me apresuré a vestirme, pero noté con desagrado que mi bella amante ya no estaba a mi lado. Miré por todas partes buscándola, pero se había escabullido sin decirme nada. Seguramente se asustó por las represalias que recaerían sobre ella y quiso salir de escena. Ni siquiera me había dado su número telefónico. Pero lo que verdaderamente me preocupaba, era cómo salir de la encrucijada y de la casa sin ser visto.
Mi primer impulso fue prender la luz para buscar mis prendas, pero luego caí en la cuenta de que eso sería un suicidio.
Como pude busqué los pantalones, la camisa, los zapatos y me los puse. No pude dar con las medidas, que habían volado quién sabe a dónde.
Los minutos pasaban sin que yo pudiera saber cómo salir de la casa. Sólo se me ocurrió esperar a que todos durmieran para buscar la salida. Me acordé de mi tía. Tal vez pensó que yo me había ido sin ella. Estaba asustado pero a la vez contento de haber podido besar a la mujer más bella que había conocido.
Varias horas después, ya casi al amanecer, salí del cuarto y me encontré con un pasillo largo y oscuro porque él no me atreví a pasar. También estaba seguro que aunque llegar a la puerta, estaría con llave.
No lo podía creer; estaba atrapado sin salida. Mil imágenes me llegaban a la mente; si me descubrían, y seguro que iban a descubrirme, me sería difícil explicarme presencia en la casa. Ya veía los policías interrogándome amenazadores.
Lo peor era que no sabía cómo iban a reaccionar los dueños de casa. Me iban a tomar por un ratero, por lo menos. Hasta podrían agarrarme a golpes. Ni siquiera conocía quiénes eran los anfitriones. Mi tía nunca me lo dijo y yo nunca le pregunté. Sólo tenía la certeza de que aunque me torturaran, nunca iba a delatar a la muchacha que me ofreció su cariño desinteresado.
En esas estaba cuando una luz se prendió en la habitación contigua. No lo pensé dos veces y salí del cuarto. Me acerqué hasta la puerta y toqué. Una voz de hombre preguntó
—¿quién es? —balbuceé y respondí:—Disculpe, señor. Yo soy uno de los invitados a la fiesta de anoche. Creo que me quedé dormido —la puerta se abrió y puede ver un hombre gordo en camisa de dormir que me miraba extrañado. No parecía molestó sino más bien sorprendido.
—¿Y cómo hizo para entrar aquí? —esa era la pregunta fatídica.
—No sé bien, recuerdo que estaba buscando el baño. Creo que bebí más de lo que recomienda la etiqueta y... me dormí. Desperté asustado hace un rato. Tenga la amabilidad de disculparme, por favor.
—No te preocupes. Anda hasta el fondo del pasillo y camina hacia la derecha. Ahí hay una sala. Espérame un rato que me vista y te abro. Ojalá esta vez no te pierdas.
Respiré aliviado e hice lo que se me pedía.
Apenas entré a la sala, me sorprendió la belleza de los muebles y la buena disposición en que se encontraba todo. Había cuadros por doquier y una chimenea de mármol. Varios jarrones chinos o japoneses adornaban las entradas y salidas. Había tantas cosas por ver, que olvidé mis temores.
Una voz a mis espaldas llamó mi atención. Era mi cancerbero que venía a liberarme. En ese momento, y sobre su cabeza... la vi. No cabía duda alguna que la imagen colgada en la pared, era la mujer que había hecho mis delicias la noche anterior. El hombre se dio cuenta de mi observación y me dijo:
—Muy bonita, ¿cierto?
—Sí, y la foto está muy bien tomada en blanco y negro. ¿Cómo se llama?
—Elízabeth. Es la única foto que conservamos de la bisabuela.
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Elizabeth
Mystery / ThrillerNarra la historia de un joven que durante un baile conoce a una misteriosa mujer de nombre Elizabeth, aquella que lo deja suspirando por su hermosa apariencia, sin embargo ella desaparece y al fin del baile el joven conoce su identidad dejándolo tot...