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Mirando la nieve bajo mis pies me di cuenta de que el universo era inexplicable. Inhalé profundamente, sintiendo el aire frío entrar y pinchar mis pulmones como si estuviera hecho de finísimas agujas que iban viajando por mi cuerpo. Cerré los ojos al sentir como mi piel se helaba al entrar en contacto con la nieve y volvía mi corazón latir con un ritmo incierto.

Oí las voces de mis hermanos a lo lejos, discutían con mi padre y su esposa mientras los perros ladraban, tal vez querían salir a dar un paseo, pero ellos no eran estúpidos y no podíamos permitir que los perros murieran por hipotermia, los necesitábamos para cazar.

Una suave risa rompió lo escandaloso de los sonidos de dentro de la casa, era infantil y traviesa, así que me di vuelta esperando ver a Zai. Se había escapado de mi hermano y venía corriendo hacia mí. Me acuclillé para quedar a su altura y estiré mis brazos, esperando a que viniera a abrazarme. Él calculó mal la distancia y chocó conmigo, provocando que me tambaleara. Lo abracé con fuerza y lo levanté del suelo, él apoyó sus manos en mis mejillas y comenzó a reír suavemente.

–¿Dónde dejaste a mi hermanito, Zai? –le pregunté con diversión, queriendo oír la respuesta del infante.

–Abuelo –balbuceó y luego se movió, queriendo que lo dejara en el suelo, entonces volteé hacia la casa y oí los cristales romperse, dándome cuenta de que tal vez, y solo tal vez, sería mejor ir a ver qué estaba haciéndole mi padre a mi hermano.

–¡Quédate donde estás! –gritó mi hermana mayor, estaba saliendo de la casa y su cabello blanco brillaba bajo la luz de la luna de una forma que la hacía ver como una diosa. Me dedicó una sonrisa y tomó a nuestro sobrino. La miré con curiosidad y ella se limitó a mantener la sonrisa en su rostro.


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–¿Dónde está? –Oí a Zacharias antes de verlo, estaba hecho un desastre, sangre manchando su rostro que –tan solo unos meses antes– se habría parecido al de algún modelo, pero que inanición había arruinado –. ¿Qué le hicieron a mi hijo? –repitió, esta vez con un leve temblor. Le dediqué una mirada triste, realmente sentía lástima por él.

–Se lo comieron los lobos –respondió mi Rowan, nuestra hermana mayor–. Fue ciertamente maravilloso el ver como atravesaban su garganta con sus colmillos... –añadió en un tono cantarín –. Fue maravilloso.

Pude ver por el rabillo del ojo como Zacharias perdía el color en su rostro y sus manos se volvían puños, lo siguiente que supe fue que Rowan estaba estampada contra la pared, mientras él hacía su mejor esfuerzo por no romperse en pedazos.

Cerré mi libro y suspiré teatralmente.

–Zach, no la mates, el pequeño Zai está durmiendo cerca del río –le respondí con voz calmada, mientras veía la magia volver a mi hermano y alejarse de mi hermana.

–¿No es eso lo que dije? –preguntó ella risueña, como si todo eso fuera una broma y no estuviéramos hablando realmente de nuestro sobrino.

Zacharias salió corriendo y volvió cinco minutos después con su hijo en brazos, estaba ciertamente dormido... o tal vez muerto, era dificil de saber, en especial por como temblaba mi hermano al sostenerlo.

–¿Está vivo? –le pregunté alzando un poco la voz para que me escuchara. Oí un suspiro aliviado y eso me sirvió como respuesta para seguir leyendo.





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Para ser honesta el hecho de tener que compartir al menor de la familia con ellos nunca fue una de mis cosas favoritas, en especial al ver lo bien que se llevaban. Suspiré por enésima vez y dejé mi libro sobre la mesa con la mayor fuerza posible, tratando de llamar su atención. Tanto Zach como Jacob voltearon a verme con sorpresa, esperando a que dijera algo.

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