Capítulo cuarenta y ocho: Yendo por Joaquín.

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Cuando Elizabeth cruzó la puerta después de una llamada repentina con su rostro completamente feliz algo en Emilio revivió. Al escucharla decir las siguientes tres palabras, sintió como volvió a respirar.

—Joaquín está bien.

Inmediatamente todos lo que estaban ahí se levantaron de sus incómodos asientos de la sala de espera. En total eran cinco personas; las dos Gress y Diego con Ana que habían ido hacia allá después del mensaje que envió su amigo contándoles lo que estaba ocurriendo.

—Ustedes quédense aquí, yo iré con ellas—pidió el rizado.

—Quería ir, pero bien—se sentó nuevamente, resignada, el de ojos rasgados solo asintió—, entiendo que no necesitamos ir todos.

—Avisen a la policía que ya sabemos donde está, para que no sigan buscando—pidió Eli.

—Bien, ustedes vayan, nosotros hacemos lo demás—dijo Diego con una sonrisa que le hacía cerrar casi por completo los párpados, transformándolos en una linda línea que lo hacía lucir adorable.

—Gracias—murmuró la mayor.

—No tiene que agradecer, nosotros felices de ayudar, queremos mucho a Joaquín.

La mujer asintió con una sonrisa cálida y comenzó a caminar hacia la salida, dirigiéndose al estacionamiento. Emilio y Renata le seguían algo apartados.

—Cuéntame bien lo que ocurrió, se que no quisiste asustar a mi madre, pero a mí no me engañas.

El rizado vaciló, no estaba seguro si contarle la verdad ni como hacerlo, al final decidió explicarle a medias. 

—Todo pasó realmente rápido. Pero en resumen, creo que su ex novio regresó por él, y me asusta lo que pudo llegar a hacerle—susurró, un toque de miedo se notaba en su voz.

—¿Su ex novio?, el único que ha tenido es Santiago y el está...

—¿Muerto?—le interrumpió—, no, al parecer no.

—Fuck.

La castaña se quedó totalmente en shock, los colores se le fueron, su boca se abrió con sorpresa. 

—¡Chicos!, apúrense.

—¡Ya vamos má!—exclamó saliendo de su transe.

Ambos trataron de aparentar normalidad, Renata se sentó en el copiloto y Emilio atrás. Al subirse inmediatamente Elizabeth puso el auto en marcha, tenían aproximadamente una hora de viaje, así que decidió encender el radio. Sin embargo eso no quitó la ansiedad que recorría en el cuerpo de los presentes.

Emilio por ejemplo veía nerviosamente por la ventana, sus ojos perdiéndose en el cielo azul que dentro de poco se tornaría de diferentes colores a causa de la apuesta de sol. Un suspiro largo salió de sus labios, no recordaba algún momento en el que se sintiera así. Era como si un pedazo de su corazón moría y exigía por su otra mitad, la necesidad de saber lo consumía.

Cerró los ojos entre pensamientos y el no haber dormido en las últimas horas se lo cobró, pues cayó en un profundo sueño sin siquiera saberlo.

*

—Hey, llegamos.  

Se removió inquieto, sintiendo su cuerpo un poco adolorido, abrió los párpados con lentitud e instantáneamente despertó recordando lo que estaba pasando, vio por la ventana una casa amarilla.

Quien bajó primero fue la mayor, tocando insistentemente la puerta, encontrándose de inmediato con el menor, lo rodeó fuerte con sus brazos y comenzó a susurrarle al oído, ambos parecían a punto de llorar, Renata se incluyó en el abrazo y Emilio vio aquello con ternura, se sentía ajeno a la muestra de afecto, pero al mismo tiempo le parecía tierno. Su sonrisa se desvaneció el ver a alguien más atrás, seguramente aquel hombre era el padre de su novio, de inmediato los nervios atacaron su cuerpo. Sonrió ladino y el mayor le vio confuso.

Cuando se separaron Joaquín cayó en la presencia del chico rizado, sus ojitos brillaron, sus pestañas danzaron y una sonrisa enorme apareció, al instante fue hacia este con la atenta mirada de su padre que seguía cada vez más extrañado.

—¡Emilio!—se arrojó a sus brazos, el otro lo tomó gustoso, rodeando su pequeña cadera con felicidad.

—Bonito, no vuelvas a hacer algo así—pidió estrechándolo más. 

—Lo sé, fue tonto, perdón.

—No tienes idea de lo que sentí, tenía mucha impotencia, de solo imaginar lo que podría llegar a pasarte...

—Tranquilo, no pasó nada, estoy bien, ¿sí?—se separó lo suficiente para verlo a los ojos y tratar de emanarle calma.

—Y eso me hace jodidamente feliz precioso—se acercó a su rostro dispuesto a tomar los delicados labios de su novio, pero no lo logró.

Una tos fingida y algo ruidosa les hizo ver hacia allá. Ambos se encontraron con una mirada sería, el Bondoni mayor parecía querer respuestas, pues se acercó de repente a ellos.

—¿Quién es este apuesto chico?—cuestionó, su mandíbula estaba apretada, parecía tenso.

—Un gusto señor, soy Emilio Marcos, el...

—No necesitas explicaciones padre, las perdiste desde el momento que te fuiste—espetó irritado, pero fue ignorado.

—¿Emilio Marcos?, ¿hijo de Juan?

—¿Lo conoce?—inquirió sonando curioso, trató de no rodar los ojos.

—Fuimos amigos—respondió cortante.

—Que extraño, creí que ese hombre no llegaría a tener alguno en su vida—contestó arisco.

—Parece que no te agrada.

Emilio bufó, parecía a punto de enlistar las razones. 

—Bueno, mamá está esperando por mi así que ya me voy—interrumpió el menor al sentirse excluido.

—Joaquín...—su progenitor le miraba suplicante, aún quería arreglar las cosas entre ellos.

—No es buen momento, tal vez después.

—Espero que sea pronto—sugirió en tono lastimero—, que te vaya bien hijo.

—Igual.

Se alejó algo incómodo y fue hacia el auto, escuchando los pasos de su novio detrás suyo.

—Vámonos—pidió subiendo a la parte trasera, dejando la puerta abierta para Emilio, quien subió y cerró.

Elizabeth asintió con seriedad, Renata volteó a ver a su padre y solo le dio una sonrisa ladina para después subir.

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