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¿Cuántos días habían pasado? Porque lo sentía una eternidad, una vida entera experimentando tanto dolor. El jovencito no logró dormir, su cabeza seguía dando vueltas. No paraban de llegarle fragmentos de memorias; recordando la primera vez que la vio: ella trataba de alcanzar un libro, aunque no lo quisiera, sonrió al recordar su broma pues lo consideraba un fantástico primer encuentro, o la vez en que le dijo que lo quería y como él lo creyó. También esa ocasión en la que la hizo suya, el desarrollo de su historia se presentaba ante él con una facilidad que estaba odiando, y tenía que sumarle el hecho de estar inquieto por su expareja, luego de verla desfallecer así ¿cómo se suponía que debía actuar? Se tragaría todas esas ganas de llamarla o preguntar por su estado. No preguntaría, no deseaba saber.

Se talló los ojos con frustración, el jovencito respiró profundo y se sentó en la orilla de su cama. Carraspeó, ni siquiera su cuarto podía ser un refugio. Elián se sentía jodido. ¿Por qué?, ¿por qué tenía que estar pasando por esto?, ¿por qué él? De todos los millones que había en la tierra, ¿por qué motivo debía de ser él, el patético adolescente con un desamor?

La quería, no, la amaba. De verdad la adoraba y eso mismo lo motivaba a detestarla, sin embargo, Arleth lo estaba atormentando, era él quien la ignoraba, a cual ya no le importaba, pero ¿por qué se sentía como el ignorado y rechazado? Revisó sin ganas el celular, tenía mensajes sin contestar y dos llamadas perdidas de su madre.

Lentamente abrió el mensaje de Raziel: "La dirección de mi casa", asimismo, la ubicación aparecía, no quedaba muy lejos de la suya, a veinticinco minutos en moto. ¿Tenía ganas de montar en ella? Su rostro se tensó al reparar en la fecha, dándose cuenta de que solo cuatro días habían transcurrido desde su separación ¿solo cuatro malditos días? Observó la hora aunque pasaba del mediodía aún le daba tiempo para comer algo y bañarse.

Actuaba como un robot, en él había una expresión ausente, sus movimientos siendo totalmente monótonos y, prácticamente, rigurosos. El muchacho se vistió con lo primero que sacó de su armario, obteniendo unos jeans negros y una camiseta de mangas cortas color rosa con un estampado de eclipse y estrellas; se colocó una gorra del mismo tono pastel que la playera. Al salir de su habitación, internamente, deseó no toparse a su padre, la casa se encontraba en completo silencio, lo que le hacía creer que por una vez, la vida fue benevolente con él. Desayunó con total paz hasta que escuchó la puerta del garaje abrirse, su papá entraba encontrándose con él en la isla de desayunador, Jonathan tenía los ojos rojos, a pesar de que tratará de ocultarlo, eran visible que hubo un ligero llanto. Elián bajó la mirada a su plato de cereal e intentó seguir con lo suyo, no preguntaría, no se preocuparía.

— Buenos días, hijo... —No hubo respuesta por parte del chico. Jonathan suspiró ¿habría una guía para padres con hijos rebeldes a los diecisiete? Su celular comenzó a sonar, al divisar el nombre de Adam en la pantalla no dudó en contestar— ¿cómo está? ¿e-es... —Elián se tensó. ¿Estaría hablando de Arleth?, ¿por eso su padre estaba en ese estado?, ¿ella se encontraba bien? No, no, debía enfocarse. Intentando parecer desinteresado se levantó, aún faltaba tiempo pero si permanecía ahí terminaría escuchando y quería guardar la poquita dignidad que le quedaba. No se intranquilizaría por la menudita. No— Elián-

La esencia de AuroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora