Capítulo XVI

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Los días en los que el destino da las mayores vueltas suelen comenzar como otro cualquiera, tanto que al final resulta complicado creer que tantas cosas puedan cumplirse en un margen de veinticuatro horas. Shoto se creía consciente de que aquel día realizaría una hazaña que jamás hubiera imaginado; aun así, su mente no era capaz de abarcar la enormidad del impacto que su empresa tendría en su futuro.

Toda su realidad pendía al borde de un precipicio, y, pese a esto, la marea de estudiantes seguía su curso habitual. A ninguno de ellos parecía importarle que la existencia de uno de sus camaradas fuera a desmoronarse. Shoto se dio cuenta más que nunca de lo minúsculo que es un solo hombre ante el universo, aunque ahora todo su universo no fuese más que una escuela preparatoria.

Llegó a la enorme puerta con el número estampado. No se percató del exceso de sudor nervioso en sus manos hasta que alargó la mano para abrirla. Deseó haber traído un pañuelo con el que secar la superficie, no fueran a repugnar las gotas transparentes adheridas a la madera al siguiente alumno que entrase. Por suerte, su inquietud no dejó rastro en el material. Trató de secarse las manos disimuladamente en el pantalón reglamentario de la UA que llevaba puesto. Podría jurar que todo el mundo se percató de ello, pero la verdad es que nadie le estaba prestando atención; la mayoría estaba charlando en reducidos grupos, y aquellos que se mantenían en silencio estaban demasiado adormecidos como para fijar su atención en Shoto. Así pues, tomó asiento y nadie todavía había descubierto su miedo.

La paz se prolongó hasta el momento en el que la joven Yaoyorozu entró por esa misma puerta. Shoto deseó que la superficie de esta no estuviese mojada, pese a que había comprobado personalmente que no había rastros de sudor en ella. Aun así, se encomendó desesperadamente a cualquier divinidad que estuviera dispuesto a ayudarle.

Momo saludó a varias de las chicas ya presentes en el aula. Una de ellas era Kyoka Jiro, que empezaba a convertirse poco a poco en la persona más cercana a Momo dentro de la clase. Shoto no pudo evitar analizar con curiosidad su semblante; era una joven pálida, con largas extensiones en los lóbulos de las orejas. Aquella era la singularidad que se preciaba de tener. Por lo demás, tenía una estética rockera que a diario se veía obligada a disimular llevando el uniforme de la escuela.

Momo no se detuvo demasiado en aquellas pequeñas conversaciones. Shoto no podía saberlo, pero ella también estaba extrañamente ansiosa de volver a participar en otra conversación de absoluto silencio con él. Se sentó en la silla, al lado de Shoto, y se acomodó con sumo cuidado. Había una extraña fragilidad en el aura que desprendían sus encuentros; tanto que Momo temía que un movimiento brusco rompiese la magia que empezaba a conjurarse a su alrededor.

Entrelazó sus manos sobre la tabla de la mesa con delicadeza angelical. Mantuvo la vista fija en ellos durante unos breves instantes, de modo que el ruido que había en el aula fuese desapareciendo gradualmente. Momo se encontró de nuevo dentro de aquella especie de esfera invisible independiente del resto del mundo. Estaba dentro de sus pensamientos, podía sentirlo. Giró la cabeza hacia Shoto. Él ya había augurado que esto pasaría, así que obró de igual manera. El intenso color de su ojo celeste conectó directamente con el correspondiente orbe gris. Aumento inmediato del pulso. Respiración nerviosa. Un leve temblor en las manos.

Hacer una pregunta como "¿Qué tal estás?" sería demasiado banal para aquella situación. Momo intentó captar, como había hecho antes, las emociones del otro mirando más allá de la cortina de hielo tras la que se escondía. Por fin, la casi imperceptible sacudida histérica del iris le permitió una entrada; supo al instante que la mente de Shoto estaba fuera de sí. Él pareció percatarse de que su secreto había sido descubierto, y esto le perturbó incluso más. Al borde de la histeria, rompió la comunicación cerrando con energía los ojos y apartando el rostro. La burbuja que les separaba de la realidad explotó tan pronto como Momo dejó de sentir el influjo del hechizo que la hacía capaz de penetrar en la mente de aquel enigmático joven.

De vuelta en el mundo real, la envolvió una terrible sensación de estupidez. La mayor parte de sus compañeros de clase estaban allí, y no habría sido extraño que cualquier de ellos hubiese – bien por casualidad o bien por haber percibido cierta aura en el ambiente – girado brevemente la cabeza hacia aquella esquina de la sala. Entonces les habrían visto. Sin conocer el contexto, seguramente parecerían un dúo de locos que se miraban sin pestañear apenas. Si alguien le pedía explicaciones sobre aquel comportamiento más tarde, Momo temía no saber responder. Es más, estaba firmemente convencida de que le resultaría imposible pensar en algo que responder. No había explicación alguna.

A Shoto no le importaba tanto. Estaba bastante acostumbrado a ser objeto de miradas inquisitivas y susurros indiscretos. Lo único en lo que podía pensar ahora era en su resolución de hacer de aquel el primer día en el que pronunciaría una frase después de diez años.

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