CAPÍTULO TRES

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Emerson Willows dio un mordisco a su bistec recién hecho

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Emerson Willows dio un mordisco a su bistec recién hecho. La televisión estaba mostrando imágenes de los tributos que probablemente podrían estar presentes en los Juegos de ese año. Habían hecho unas investigaciones profundas acerca de sus vidas personales, tenían fotos de cada uno de ellos y hacían circular los rumores de cómo eran su vida después del éxito. La presentadora, Jelina Pluman, una mujer de no más de veinticinco años, hablaba con mucha esperanza acerca de los Juegos del Hambre. Cada vez que una nueva imagen aparecía, ella le recordaba a los televidentes acerca de sus matanzas favoritas. El sabor de la carne en su boca de pronto no pareció sentirse a gusto. Apagó la televisión. No importaba qué canal estuviese poniendo, en todos hablaban de lo mismo.

La gran noticia se había comunicado unos tres días atrás, cuando el presidente Snow anunció por televisión abierta que el Vasallaje estaba golpeando su puerta. Los tributos elegidos serían los que ya tenían experiencia en ello, es decir, los ganadores. La información que había tenido Alma Coin de primera mano no había sido más que cierta. Apenas una hora después, escuchó la puerta siendo tocada por varios golpes. Cuando se acercó unos momentos después y abrió la puerta de su hogar, se encontró con que se trataba de sus vecinas en la aldea de los vendedores. Se sorprendió en verlas allí paradas, porque nunca antes habían tenido ningún tipo de relación. Desde que había salido ganadora de los Juegos y todos esos años viviendo a metros, nunca supo nada de ellas.

Jeannes, quien había sido una belleza en su juventud, tenía sus ojos marrones hinchados y su rostro estaba verde. Temió que la mujer expulsara todo lo que tenía en su estómago frente suyo. Martha, sin embargo, era una mujer de cabello negro y pulcro, parecía tener una mirada feroz. Siempre creyó al verla, que era una mujer que estaba enojada todo el tiempo. Era rabia lo que sentía.

—Estoy ocupada.— dijo, al verlas paradas allí. La nieve aún caía detrás de ellas, el frío entrando a su sala de estar. No era misterio que ellas también supieron de las noticias. No estarían ahí si no fuese por otro motivo. No hacían migas.— ¿Tal vez podrían regresar después?

—Calla.— murmuró Martha, empujando el cuerpo de Emerson y entrando a la casa ajena. La joven se reincorporó.

—¿Qué te pasa?— rugió ella, viéndola adentrarse como si no estuviera irrumpiendo su hogar.
Aún parada al lado de la puerta, Jeannes murmuró un lo siento y siguió a su amiga. Hecha una furia, Emerson había cerrado la puerta de su hogar de un portazo y siguió a las mujeres.

»Es mejor que salgan de mi casa ahora mismo.— declaró, parándose al lado de un sillón en su sala de estar. La idea de correr hacia la cocina para tomar un cuchillo afilado era grande. Después de todo, estaban en su casa sin ningún permiso y las reglas las ponía ella. Si se negaban a irse, no dudaría en clavar un cuchillo en sus manos.

Jeannes fue la que habló.— No queremos molestarte, Emerson.

—Ya lo hicieron.— recordó, aún mirando a Martha, quien parecía ser la cabecilla entre ambas. La mujer de cabello casi negro tomó asiento en uno de los sillones, el mismo en el que su abuela solía sentarse cuando tejía. Verla allí le irritó, cuando Barnes iba a su hogar, sabía que ese sillón estaba prohibido. Nadie más se sentaba ahí, más que su abuela. Quien de hecho, seguía muerta.

Panic ⋆ Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora