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Me encontraba aburrido bajo las sábanas de mi cama. El insomnio era una de las cosas que más odiaba en el mundo cuando era adolescente. Me mantenía constantemente despierto por las noches, y en vigilias como aquellas tan solo me podía entretener contando del uno al infinito hasta que la luz del sol comenzase a salir por el horizonte. No obstante, otras noches solo hablaba desde mi ventana a las estrellas en el cielo.

Porque yo tenía un don: hablaba el lenguaje de las estrellas.

Era algo que descubrí de niño, cuando apenas estaba aprendiendo a vivir con el insomnio. Una noche en vela durante mi infancia, me encontraba hablando conmigo mismo, mi mente no logra recordar qué es exactamente lo que estaba diciendo, pero sea lo que sea tuvo que haber sido lo suficientemente interesante pues de repente una pequeña y brillante estrella me comenzó a hacer plática.

Desde entonces, cada cierto par de noches salía a ver el cielo y le hablaba a las estrellas. Justo como estaba haciendo esa calurosa noche de verano cuando era tan solo un joven. La ventana se encontraba abierta y mis ojos concentrados puestos en el oscuro firmamento. De un momento a otro algo me sacó de mi conversación con 478.

—¿Qué estás haciendo?

Paré de hablar y las estrellas callaron. Seguí la voz y me encontré con la chica nueva que se había mudado hace apenas unos días asomándose por su propia ventana, mirándome de manera curiosa.

—Nada —le dije, recordando entonces como mi padre me había explicado sobre que la nueva vecina era ciega, y entonces me sentí un poco mejor de que ella no pudiera ver mi peculiar charla—, estaba hablando por llamada con un amigo.

—¿Un amigo que tiene de nombre un número? —la oscuridad nocturna era mucha mas, aun así, supe que tenía la nariz arrugada. Entonces mis ojos fueron a su cabello castaño lleno de esponjosos rizos que caían delicadamente por sus hombros y parte de su frente. De pronto me di cuenta de que la estaba viendo mucho, y el calor coloreó mis mejillas.

—Es un apodo —mentí, sintiendo el nerviosismo erizar mi piel.

—No te creo.

—No me creas.

—Si hubiese sido una llamada al menos escucharía un poco la voz ahogada de la otra persona.

Lo que había dicho tenía sentido, nuestras ventanas estaban relativamente cerca por lo que cualquier conversación por celular se podría escuchar. Un poco al menos.

—Es que es por mensaje —dije como excusa, pero sabía que ella no me creyó.

—¿Una llamada por mensaje? Eso no tiene sentido.

—Eres muy chismosa.

—Y tú muy secretista —rió suavemente, y no supe qué responder ante sus palabras, en cierto modo tenía razón—. Me llamo Minerva, un gusto.

—Adrián.

—¿Y qué tal la llamada por mensaje con tu amigo el número?

—Bastante bien, en realidad.

—¿De qué hablaban?

—Eres demasiado preguntona, ¿lo sabías?

—Soy ciega, no hay mucho que hacer cuando no puedes dormir.

—¿No has pensado en escuchar música? ¿contar números? Eso es lo que yo hago a veces.

—No cambies el tema, Adrián. Te pregunto que de qué hablaban.

—Cosas personales, no puedo decirlo.

—Cosas personales que tienen que ver con deseos y estrellas.

Secreto de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora