Prólogo.

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Suiza, en algún punto del tiempo.

Son ligeros destellos naranjas los que iluminan su camino a casa. Yoongi camina con seguridad y lentitud sobre el empedrado que lo acompaña. Incluso si desde años atrás apoya las locas decisiones de su esposo, esta es una de las peores. Vivir temporalmente en una calle empinada es como un atentado en contra de sus débiles piernas.

Camina en una dirección fija por varios minutos tratando de mantener un ritmo constante, aun cuando queda sin aliento y siente que sus piernas se les entumecen por el frío y el cansancio. Después de estar perdido durante lo que considera un par de horas, su cuerpo suplica por un "merecido descanso".

Cuando llega a casa, todo es bastante familiar. El aroma a comida y el bullicio de Seokjin en la cocina, mientras graba un nuevo episodio de su programa. Su risa embarga sus oídos y mientras atraviesa los cortos pasillos, puede imaginar sus expresiones: la forma en la que gesticula al hablar, como sus ojos se contraen al reír, e incluso el movimiento de su cabello mientras juega con los sartenes.

Trata de ser silencioso mientras se acerca al set improvisado que tienen dispuesto en su cocina, con productores y camarógrafos acostumbrados a su presencia, lo cual debería resultar de lo más normal. Saluda con un leve asentimiento para luego sonreír en dirección a su esposo, quien lo recibe con ojos amorosos y brillantes.

Yoongi no lo sabe, pero Seokjin estaba empezando a enloquecer por su demora.

Observarlo cocinar le resulta casi un acto cotidiano, pero siempre es diferente. Seokjin, no es un hombre de rutina. La naturalidad con la que parece bailar entre: platos, sartenes y ollas; es casi adictiva. Cada paso, cada movimiento, incluso premeditado, luce de lo más delicado. Su cabello, generalmente atado en una pequeña coleta, parece moverse bajo su compás, aunque ligeramente más desordenado que él. Con unos cuantos mechones rebeldes dando su propio espectáculo.

<<Seokjin brilla sin necesidad de reflectores>>, piensa Yoongi.

Se queda unos momentos observando, apegado al marco de la puerta, con una sonrisa embobada. Como siempre, aquella burbuja de hermético silencio que lo rodea se rompe cuando el pelinegro exclama:

—Yoongi-ssi, ven y deléitanos con tu opinión.

El tono que usa, raja lo ridículo y lo dulce, y la forma en que su voz habitualmente más gruesa suena aniñada: le saca una sonrisa inadmisible. Camina lenta y coquetamente hacia el otro lado de la cocina con una sonrisa de superioridad.

¿Quién no se sentiría superior al ser la pareja de alguien como Seokjin? Su mirada vaga lentamente a través de todo el lugar. Desde la comida, finamente acomodada frente a sus ojos, hasta la bonita e incitante sonrisa del pelinegro.

De alguna forma y sin esperarlo demasiado, las comisuras de su boca tienden hacia arriba en una cálida sonrisa. SeokJin lo observa entre pestañas mientras lleva a tientas un tenedor a su boca.

—Pruébalo y dinos cómo está.

Son un par de ojos que lo miran con un escrutinio impresionante. Yoongi cree que, incluso las personas que ven al pelinegro observan a través de sus ojos, quizás leen sus deseos más ocultos. Muy probablemente, si lo hicieran, sabrían que en ese mismo instante él quiere besar a su esposo después de ese largo día.

El primer bocado envía olas a través de sus sentidos, la forma en que todos los sabores emergen es simplemente magnífica. En realidad, eso es todo lo que hace Seokjin.

Se toma su tiempo para cerrar los ojos y disfrutar, incluso si son solo unos segundos. Ser el juez definitivo de todas las creaciones del pelinegro es una gran ventaja.

Tastes just like home.    (ksj+myg)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora