Capitulo 4

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Apenas habían pasado unas horas desde el incidente de la ejecución. Elaine había ordenado a sus hombres partir inmediatamente de aquel pueblo. 

Recorrían, entonces, el Mediterráneo sin rumbo fijo. Vagando por el océano como náufragos a la deriva.

¿Cuál sería su próximo destino? Ni siquiera la capitana lo sabía.

Elaine se asomó a la popa del barco, melancólica, mientras observaba el mar. Aspiró aquel aroma. Salitre. Aquel aroma había sido su compañero desde que había tenido que tomar aquella enorme decisión…. Decisión de la que, en ocasiones, se arrepentía de haber tomado.

Pero esta no era una de estas ocasiones.

Elaine pasó toda la tarde allí, apoyada en la barandilla, sin pensar en nada… a veces aquello la venía bien, la hacía olvidar, la hacía desaparecer por completo.

Horas más tarde, por la noche, su tranquilidad fue interrumpida por David, que se acercó por detrás para apoyarse en la popa del barco, junto a Elaine. Ésta se sintió algo incómoda, ahora mismo tenía pensado retirarse a su camarote: llevaba toda la tarde de pie y pretendía descansar un poco.

-          Mi capitana. –Saludó este, cordialmente, dedicando a su vez una ligera inclinación con la cabeza.

-          David. –Le respondió Elaine, devolviéndole el gesto.

Un silencio incómodo se hizo entre ellos. Pasaron varios minutos sin que nadie dijera absolutamente nada. El único sonido presente era el de unos cuantos cubiertos de madera chocando con platos, también de madera, y él de unos hombres hablando bastante alto. Los piratas estaban cenando.

-          Hace… hace una… bonita noche… - soltó David, en un intento por entablar conversación.

-          Así es.

-          Yo… -David carraspeó- yo quería darte las gracias de nuevo  por… bueno, por salvarme antes.- Al decir esto, su cara adquirió un tono rojizo que decía muchas cosas:  David no estaba acostumbrado a dar las gracias.

-          No hay de que, David, ¿Tú habrías hecho lo mismo por mi, no? –Le respondió la capitana, con una sonrisa.

-          Sin dudarlo –El pirata le devolvió la sonrisa. Después, fijó la vista en el horizonte.

Elaine lo observó bajo la tenue luz  de la luna.

David era atractivo, aquello había que aceptarlo. Su cabello rubio, casi siempre despeinado  y sus grandes ojos azules le daban un aspecto desenfadado y juvenil. Además, en ese instante, no llevaba camisa alguna. Elaine observó sus músculos y su tórax. Sin duda alguna, David debía hacer pesas o algo así…

-          David…  Tú… -ahora fue Elaine la que carraspeó.- Tú… ¿Podrías ponerte una camisa?

David sonrió, divertido.

-          Tranquila, yo ya me iba. Hablaremos más tarde acerca de las elecciones.

-          ¿Elecciones? ¿De que hablas?- Elaine frunció el ceño, confundida.

David la miró con comprensión y supuso, en su foro interno, que no habría pensado en eso en toda la tarde. Elaine no solía pensar cuando se pasaba las tardes mirando el mar.

-          Ocho bucaneros han fallecido, mi Capitana.

-          Oh, valla… Yo… Lo había olvidado.- Y se sintió fatal por ello. Ocho de sus hombres habían muero, y ella ni siquiera había reparado en su ausencia.

-           Es comprensible.- Elaine alzó una ceja- Nadie suele pensar mucho en las personas que pierde.- Dijo David, tratando de justificarse.

-          Y lo de las elecciones lo decías por que habrá que elegir a ocho marineros nuevos, ¿Me equivoco?

-          No, señorita Broke.

-          Bueno, ya pensaré cuando y como los elegimos.

Y dicho esto, ambos de miraron y Elaine se marchó a su camarote.

El Conde se encontraba mirando el fuego de su despacho.

‘’Tiene que haber algo… alguna debilidad… algo que la haga caer. ’’

Elaine Broke de nuevo, sí. Otra vez esa desgraciada. ¿Cómo narices habían podido morir solo ocho piratas, de veinticinco de eran; y casi treinta soldados, cuando eran cincuenta?

´´Inútiles´´

Y, como si no fuera eso poco, su mejor soldado había sido herido por Broke. Julius Lofery, el único de sus soldados que era capaz de luchar contra cinco, o seis enemigos a la vez. Y ahora… Esa pirata le había acertado con la espada en la pierna de Julius, dejándola pendiendo de un hilo, casi literalmente.

Ahora, Julius se encontraba en el hospital, con una pierna menos.  No podría volver a pelear como es debido.

‘’Oh, vamos, tiene que haber algo a lo que ni siquiera ella pueda resistirse.’’

Una bombilla se encendió en la cabeza del Conde de Mallona.

Una cosa tan cruel, tan descabellada, tan imprevisible… Una cosa que había hecho a hombres y mujeres enloquecer. Una cosa que había desesperado a algunas personas hasta el mismo punto de que éstas imploraran la  muerte. Una cosa que había provocado guerras, miles de muertes, sacrificios inhumanos. Una cosa que podía arruinar tu vida por completo.

-          El amor.

El Conde sonrío sombríamente.

Traicionando al marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora