Capitulo 1: Deslealtad

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Días después

Clavó sus uñas sobre la almohada derramando una lágrima consumiéndose por dentro. Aquel hombre había hecho con ella lo que quiso durante toda la noche. Estaba golpeada, lacerada, humillada. Era el precio que tenía que pagar para seguir dañando, para seguir destruyendo. Se sentó y apenas pudiendo levantarse camino hasta el tocador y al verse el rostro demacrado y lastimado abrió el grifo del lavabo.

— Cada golpe, cada momento en el que he tenido que acostarme con este asqueroso; te juro Isabella que te lo voy a cobrar.

Agarró algodones y empapándolos en yodo comenzó a curarse sin dejar de pensar una y otra vez en Isabella. Oía voces que le dirigían su odio, cada vez más fuertes, más claras. Solo querían una cosa, matarla. Maquillo todos aquellos golpes y tras vestirse salió de aquella habitación de hotel apenas pudiendo caminar recta. Se colocó lentes de sol y al subir a su coche lo aceleró con violencia. Odiaba a Isabella, pero más odiaba su vida. Impulsivamente se detuvo en un puente con poco tráfico. Y ahí estaban esas voces que se contradecían; unas decían que matara y otras en cambio le gritaban que se matara. Era como una pelea constante con ella misma y esos demonios que la atormentaban. Caminó hacia el borde del puente y mirando hacia abajo tragó saliva. Justo en aquel momento se imaginó cómo hubiera sido su vida si Adrián la hubiese amado, como hubiera sido su corazón si su madre la hubiese cuidado más. Había crecido sola en la vida, rodeada de lujos, pero también de abusos. En aquel lago veía reflejadas las mil y una lágrimas que nunca había derramado convirtiéndolas en maldad. Tanto dolor terminó por enloquecerla, por marcarla y convertirla en una triste alma perdida.

— Hey, no se que es lo te ocurra, pero hacer eso no es una opción sabia.

Meredith volteo a ver y un hombre estaba aparcado junto a su coche mirándola preocupado. Llevaba puesto una bata blanca y parecía que iba con algo de prisa.

— Soy Marcos Olivera, ¿Como te llamas?

Se quedó callada sin responder. Solo seguía mirando al vacío.

— Bien, necesitas alejarte de ahí. Creo que sea lo que pase tiene solución. Todo tiene solución lo único que no lo tiene es la muerte.

Ella sonrió algo delirante y comentó.

— Tienes razón, sería muy fácil para ellas si no estoy. Tengo que estar..., aquí.

— ¿Cómo te llamas?

— Meredith Rivadeneira — Alejándose del borde del puente le estrechó la mano al hombre — Un placer conocerlo señor Olivera. Realmente le agradezco que me haya recordado mi propósito en este mundo.

Marcos se había quedado algo extrañado. En aquella mujer veía una absoluta belleza, pero en los ojos también notaba algo de desquicie. De solo mirarla había notado que la mente de Meredith tenía fugas de lucidez. El sacando una tarjeta de su bolsillo se la estrechó.

— Tengo que irme, voy tarde para mi consultorio. Aquí te dejo una tarjeta con mi número telefónico por si en algún momento necesitas de un amigo. No se porque, pero creo que si lo necesitas. Que tengas buen día.

El hombre se fue y ella se quedó allí parada sola en una calle solitaria mirando la tarjeta. En aquella tarjeta estaba no solo su número telefónico, sino su título profesional.

— Marcos Olivera..., doctor en psiquiatría. Que cómico se me hace esto — Susurró leyendo la tarjeta

Volvió a subirse al coche y retomó sus malos pensamientos. A ella no le importaba su vida; había perdido el deseo de vivir. Solo la mantenía viva el odio y acabar con Isabella y ahora también con su hija.

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