Shampoo

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Ranma ½ y todas sus situaciones y personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Hago esto por voluntad propia y sin fines de lucro.

 

[Efecto mariposa]

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Shampoo

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La jovencita respiraba todavía agitada luego de la pelea. Hacía exactamente cuarenta y cinco segundos que le había abierto la garganta limpiamente de un espadazo a la chica extranjera. La sangre le había salpicado la mejilla y el cuello, pero Shampoo no se inmutaba, sus ojos miraban fijamente el cadáver en el suelo, con el gi desarreglado y manchado del líquido vital que había escapado del cuerpo. El cabello rojo y despeinado formaba como un halo alrededor de la cabeza y los extraños ojos, de un color que Shampoo nunca había visto, estaban abiertos de par en par, congelados mirando algún punto del espacio.

Todos los presentes en aquel pequeño restaurante se mantenían en silencio, endurecidos por el estupor de la escena que habían visto: los rápidos movimientos de la amazona, la diestra respuesta de la mujercita pelirroja; luego, una pausa, un espacio donde ambas mujeres se miraron, y después la fiera raza amazona floreciendo desde los ojos furiosos de Shampoo. Un giro con ambas espadas en las manos y el gesto de horror de la extranjera.

Nada más.

La otra chica se desplomó muerta en el instante.

El enorme oso panda que acompañaba a la pelirroja comenzó a moverse nervioso, gimiendo, abriendo y cerrando la boca como si quisiera hablar. Shampoo lo miró con poco interés y después giró los ojos hacia el hombre que llegó corriendo a su lado. Vestía una ropa extraña, estaba pálido y balbuceaba, luego empezó a pedir a gritos agua caliente. Y tanto imploró y ordenó que alguien trajo una tetera que el sujeto arrojó en seguida sobre el cadáver.

Shampoo despegó los labios estupefacta mientras aflojaba los brazos observando el cambio instantáneo producido en el cuerpo caído en el suelo. De pronto iban apareciendo músculos prominentes, anchos hombros, un cabello negro y brillante, ahora la extranjera era un extranjero, un muchacho joven, fuerte y guapo. Entonces Shampoo comprendió: las pozas encantadas de Jusenkyo, el chico había caído en uno de los estanques y lo acompañaba una maldición.

Crecieron los murmullos mientras todos empezaban a hablar al mismo tiempo. El hombre que seguía cerca de Shampoo empezó a hablar atropelladamente, y a repetir una y otra vez que aquella no era una mujer, que había nacido hombre y tenía una maldición que cambiaba su aspecto. De un momento a otro el panda logró hacerse con una tetera de agua caliente y reveló ser un hombre de mediana edad, apareció vestido con un gi y un pañuelo en la cabeza, sus anteojos estaban empañados cuando se lanzó con un grito sobre el cuerpo inerte.

«¡Ranma!».

Todo su mundo empezó a resquebrajarse. El grito le heló la sangre y la despertó de golpe del sueño de victoria que tenía luego de la pelea. Se dio cuenta del terrible error que había cometido matando a aquel muchacho. Había asesinado al hombre que la había derrotado y, según las leyes, estaba destinado a ser su esposo. Había arruinado el mandato de su raza de perpetrar un linaje fuerte para el futuro y ahora solo era la abominación de su tribu.

A partir de ese día no había escapatoria. El honor estaba mancillado, perdido. No podía dejar que alguien de su pueblo la viera. Imposible volver y que supieran su vergüenza, debía ser un secreto, tenía que mantenerlo en la oscuridad. Nunca le había quitado la vida a otra persona, pero la conciencia de su acción le irritaba mucho menos el pensamiento que el saber la gran fatalidad: había corrompido su destino. Nadie podría ocupar el lugar reservado a ese hombre. Nadie debía.

Nunca supo qué hicieron con el cuerpo de aquel chico japonés, en las noches soñaba que la pelea se repetía una y otra vez y siempre las consecuencias eran las mismas. Siempre le abría garganta, siempre la sangre salpicaba todo tiñendo de rojo el sueño. A veces fantaseaba cómo hubiera sido su vida casada con ese hombre, los hijos que hubieran tenido, y luego el sueño volvía de nuevo a la pelea, a la sangre empapando el suelo.

Vagaba y se arrastraba de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, no permanecía mucho tiempo en ningún sitio. No podía, todos ellos podrían enterarse de lo que había hecho. ¿La estaban mirando aquellas personas como si lo supieran? ¿Cómo si supieran que había asesinado a su futuro marido? Sí, todos lo sabían y la juzgaban.

A veces se le aparecía en pesadillas el padre del muchacho abalanzándose sobre el cuerpo inerte.

«¡Ranma!».

El grito parecía venir desde fuera y repetirse como un eco, pero en realidad estaba dentro de su cabeza, atormentándola.

«¡Ranma!».

No había salida. ¿Cómo escapar de sus propios pensamientos?

«¡Ranma!».

Basta. ¡Basta ya! ¡Que se detenga!

«¡Ranma!».

No.

«¡Ranma!».

No, por favor, no.

«¡Ranma!».

...¿Cuánto tardaría en volverse loca?

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Efecto mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora