-POV Patricia-
Parpadeé varias veces hasta adaptar mi visión y pude ver con claridad la cara del sujeto.
Lejos de todo lo que me había imaginado, era un hombre alto y esbelto, de unos 35 años. Tenía tez blanca, cabello castaño ondulado y detrás de unos anteojos, sus ojos verdes mirándome fijamente, esperando que alguna palabra saliese de mi boca. Por alguna razón había quedado... Frenada frente a él
—Adelante, por favor.
Me hizo pasar e hizo que lo siguiera hasta un sofá con una pequeña mesa ratona. Me senté frente a frente de él.
—¿Y bien? ¿Como estuvo el viaje? —preguntó, cortéz.
Noté que era Argentino, o por lo menos Uruguayo. De eso también tendría que informar más tarde.
—Bien, gracias —respondí sin mirarlo fijamente. Temia de que si lo hiciese me saliera el acento atropellado.
—Me imagino que ya le habrás avisado al Goloso que estás acá. Por algún motivo no he tenido tiempo de comunicárselo yo mismo...
Tenía que ser rápida. Debía contestar de forma natural, con una buena excusa.
—Ocurre que las autoridades le estaban pisando los talones. Debía esconderse, no puede dar señales de vida porque es demasiado arriesgado. Cualquier cosa que necesites decirle, acá estoy —mentí.
El Carso tenía una expresión curiosa en el rostro.
Estaba sonriendo, de forma extraña. Era como si le hiciera gracia escucharme hablar.
Aún no podía creerlo. Ese era el Carso. El hombre más peligroso del mundo, y se veía tan... Normal.
—¿Esto será un inconveniente para nuestras negociaciones? —preguntó, sin dejar de sonreir.
—¡Para nada! —le aseguré, nerviosa—. Esto es algo que pasa seguido, estamos acostumbrados y jamás genera problemas en el negocio.
La sala se mantuvo un momento en silencio. Él no quitaba la mirada de mis ojos, y seguía con esa mueca burlona...
El hijo de puta lo estaba disfrutando.
—Me alegra mucho saber eso, señorita Paula. Estoy muy impaciente por hacer negocios con ustedes —concluyó y se levantó. Miró a su alrededor un momento, como buscando algo—. ¿Sabe? Me llama mucho la atención la forma en la que habla.
...
—¿A qué se refiere?
...
—Imagino por su acento que usted es de Madrid... Pero no lo suficiente. Tiene algo extraño. ¿Acaso vive o vivió en algún otro lugar?
...
Ante su pregunta, casi se me detiene el corazón.
No era posible. ¿Cómo podía ser que lo hubiese notado?
Ni yo, siendo mi propia voz, lo habría hecho.
Nuevamente, debía ser veloz. El cabrón seguía sonriendo, esperando mi respuesta, como sabiendo que me había descubierto.
—¡Usted es el primero que lo nota! Viví hasta los trece años en Italia. De ahí seguro se me quedó algo raro. ¡Y yo que pensé que lo disimulaba perfecto! Viene usted a arruinarme la ilusión.
Me salió con una naturalidad escalofriante. Yo era la persona correcta para ese trabajo, y lo acababa de demostrar.
La sonrisa del Carso se borró de su rostro y sus ojos se apartaron de los míos, como si estuviera decepcionado. No entendí porqué.
Supongo que gané nuestro pequeño concurso de ajedrez mental.
El hombre rápidamente volvió en si, y habló.
—¿Desea que le enseñe las instalaciones? —preguntó.
—Por supuesto, señor Carso.
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Cortinas Negras
Action« Donde la desesperación, el dolor y el odio abundan, siempre habrá cortinas negras »