-POV Patricia-
Después de la visita guiada al "Almacén", regresamos a la zona hotelera. El Carso se despidió de mi y se fue junto a Hernández al Club. Según llegué a escuchar, hoy había reunión con el personal.
Me dijo que me tomara el día libre, ya que recién mañana iba a conocer lo bueno.
La verdad que no sé a que le llama "lo bueno", si a pasear por la isla tropical o a esnifar cocaína. En fin.
Subí hasta mi habitación y llamé a Juan Manuel.
— ¿Que novedades tenes?
— Hola ¿no?. Acabo de volver del almacén. Es un depósito inmenso de mercadería. Hay tres pisos contando los subsuelos.
— ¿ Y pudiste averiguar qué guardan ahí?
— Hay de todo. Alcancé a ver ladrillos de todo tipo de drogas, cocaína, heroína, marihuana... hay armas, municiones, proyectiles. Es... es increíble la cantidad de cosas qué hay. Según me contó, todos los días hay movimiento. Rutas fantasmas. Llegan y salen kilos y kilos de droga por día.
— Averigua hacia donde salen, de donde llegan, para quienes exportan, quiero rutas fijas, socios, fabricantes. Donde están ubicados los principales laboratorios y por quienes están dirigidos.
— Aja. Si. En un ratito te digo todo, bancá que le pregunto al Carsín—dije con un tono sarcástico.
—Vos quisiste estar ahí. Arréglatelas.
Juan Manuel me colgó.
Estaba realmente frustrada. Se suponía que él me ayudaría con todo esto, no que me dejara a la deriva. Todo porque consideraba necesario el ser un niño chico que aún seguía resentido por cosas del pasado.
~•~
Me estaba quedando dormida cuando me despertó un fuerte ruido fuera de mi habitación.
Los pelos se me erizaron al instante.
Alguien estaba husmeando fuera de mi pieza.
Entré en pánico.
Pensé en acudir al Carso, pero no tenía modo de contactarlo.
No podía salir por ningún lado. La puerta estaba con llave.
Tomé de mi maleta mi pistola nueve milímetros.
Estuve frente a la puerta, con el arma pegada a mi pecho.
Pasaron dos minutos. El sonido se calló por completo.
Bajé el arma, relajada. Suspiré aliviada, y pensé en dejarme caer sobre la cama.
Hasta que empezaron a golpear la puerta con muchísima fuerza.
—¡Abrime, hija de puta! —La voz destruída y ronca de un hombre gritó desesperadamente esas palabras.
En menos de un segundo, alcé la pistola a la altura de mi pecho y disparé cuatro veces a la puerta.
El retroceso me había lastimado las muñecas. Disparé sin precaución. Los oídos me dolían mucho. No escuchaba nada más que un pitido insoportable increíblemente agudo.
Veía todo un poco borroso.
Habían cuatro hoyos en la puerta y uno en la pared.
Mi ritmo cardíaco estaba por las nubes. Mi respiración salida de control.
A medida que el pitido se desvanecía, alguien gritaba desde afuera como un alma en pena.
Aullaba con rabia. Seguramente estaba lastimado. Le había dado.
No podía ser el Carso, eso sin duda.
Pero actué sin pensar.
Jamás debí haber disparado.Me acerqué a la puerta y la abrí con cuidado. Antes de identificar al personaje, este se me abalanzó y me hizo caer al suelo. Mi arma se me resbaló de los dedos y cayó lejos de mi.
Un hombre me sostenía los brazos y las piernas. No podía moverme. Forcejeaba con todas mis fuerzas, pero no era capaz de hacerlo.
Recién ahí noté quién era. Debí haberlo supuesto. Era el Payaso.
Por el estado de sus pupilas dilatadas y sus ojos inyectados en sangre, estaba sin duda drogado, y seguramente también borracho.
Me apretaba con mucha fuerza las muñecas. Juraría que estaba sangrando.
Analicé mejor a mi contricante, y noté que le faltaba una oreja.
En donde se suponía que estaba, un camino de sangre se dibujaba por sus mejillas y se deslizaba hasta su barbilla, donde se acumulaba y caía sobre mi cuerpo.
Lo había dejado sordo de ese oído, sin duda.
Tuve que pensar fríamente de nuevo.
La única forma de yo salir impune de ese encuentro, era si me pintaba de víctima. Para ello, dejé de forcejear.
El hombre me tomó del cuello con ambas manos y comenzó a ahorcarme con una fuerza descomunal.
El aire me faltó en cuestión de un segundo.
Busqué desesperadamente con mis dedos el arma.
Sentía que mis ojos se iban a salir de sus órbitas.
No sentía las mejillas.
Empezaba a perder el conocimiento hasta que sentí con la yema de mis dedos el cañón de mi pistola.
Hice un esfuerzo sobrehumano para agarrarlo, y luego estampé la base del arma contra la sien del bandido.
Este cayó duro al piso.
Tomé una bocanada de aire como nunca lo había hecho, y comencé a toser de forma muy violenta.
Luchaba por respirar. Traté de masajear mi garganta para ayudarme, pero me ardía demasiado.
Con el paso de un cuarto de minuto, me sentí lista para ponerme de pie.
El hombre parecía estar alucinando en el suelo.
Apunté mi arma hacia él. La rabia me iba a llevar a ejecutarlo ahí mismo.
Pero me contuve. Si lo mataba, el Carso me mataba a mi.
Debía parecer que lo ataqué en defensa propia.
Así que sin darle más vueltas, apoyé el cañón de mi arma en mi brazo izquierdo y apreté el gatillo.
Al principio no sentí nada.
Luego... Mucho calor. Demasiado calor. Me estaba quemando.
Tras pocos segundos, el dolor se volvió insufrible.
No pude evitar gritar. Cuando parecía que no iba a doler más, empezaba a arder muchísimo más.
Noté que empezaba a perder el conocimiento.
Luché para no hacerlo, pero no pude impedirlo.
Lo último que recuerdo hacer fue lanzar el arma al piso.
Segundos después, una vez ya tirada en el piso, el Carso ingresó a la habitación desesperado.
Luego, todo se tornó negro.
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Cortinas Negras
Action« Donde la desesperación, el dolor y el odio abundan, siempre habrá cortinas negras »