Clone Wars

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  Las puertas se abren con un gran estruendo que no soy capaz de distinguir muy bien porque nunca antes había escuchado nada, pero los sensores me pitan por todo el cráneo.

  —R2… —jadea una voz de… mujer, creo—, avisa…

  Su voz se hace cada vez más débil y empieza a toser, no parece que sus circuitos estén del todo bien, alguien tendría que revisarla. Una metálica voz me avisa desde el fondo de mi cabeza que en breves segundos el ADN se adentrará en mi ser y me permitirá tomar la forma de mi humano progenitor, espero ser fuerte e inteligente. No pido mucho.

  Un fuerte golpe sordo me sobresalta aunque ni siquiera tenga los sensores conectados aún, aunque, claro, quizá sólo sea porque la mesa en la me hallo se ha tambaleado un poco. 

  —...avisa… —intenta decir nuevamente.

  No vuelve a hablar.

  Una repentina sacudida me llena por dentro, activando todos y cada uno de mis sensores, placas y dándole forma al blanco plasma que me ha estado formando hasta ahora mismo. Por fin, el material genético de nuestro creador me dará el fuerte e incansable cuerpo que necesitamos todos los clones para luchar en las guerras. Pero… 

  Algo comienza a marearme, ¿es posible que algún fallo se haya interpuesto?

  No, puedo sentir como la luz intenta abrirse paso por entre mis párpados, los cuales, consigo abrir a duras penas. Una ráfaga de oxígeno se abre paso por mi boca, bajando rápidamente hasta mis pulmones. Es una sensación tan plena y satisfactoria… Pero el mareo vuelve, incesante, provocándome mi primera jaqueca, trato de incorporarme pero me fallan las piernas y caigo al suelo bruscamente. Por supuesto, primero debo aprender a moverme. 

  Fogonazos semejantes a imágenes me cruzan a toda velocidad por una memoria que no tengo…, en teoría. Todas ellas contienen algo en común, un hombre alto de tez tostada y cabello rubio. Hay imágenes suficientes como para fijarme en la oscilante y arrogante sonrisa que tiene en los labios,  las suficientes como para preguntarme por qué tiene una cicatriz junto al ojo derecho que debería ser grotesca pero que, en realidad, es fina y delicada. O eso hace parecer. Le veo reír, le veo llorar, le veo abrazarme… pero no tiene sentido, por supuesto que no, jamás he visto a nadie. Cuando el interminable y doloroso fotograma cesa, los demasiado brillantes colores empiezan a volverse más claros y nítidos. 

  Efectivamente, una mujer vestida con lo que parece un traje de combate blanco con cuero marrón yace sobre su propia sangre, que no deja de manar con lentitud de una grave herida en su pecho y otra en su abdomen. Con todo horror, sintiéndome al borde de la histería y el llanto, retrocedo hasta chocar contra una pared. Un espejo al otro lado de la sala me devuelve la mirada del mismo rostro que se encuentra sin vida en el suelo. Una preciosa mujer que no llega a los 25 años, de cabello castaño oscuro y de ojos grandes del mismo color me retorna la expresión de horror. ¿Qué diablos…?

  Inexplicablemente, siento la necesidad de volver la vista a los electrodos y cables que me sustentaban. Allí donde antes había un pequeño recipiente de vidrio, en cuya etiqueta ponía algo semejante a “J.A.N.G.O.”, ahora hay gotas de sangre cayendo con lentitud pacífica. El ADN que tendría que correr por mis venas está desparramado por el suelo junto al vidrio que lo contenía. 

  Cuando el dolor me es lo suficientemente manejable, trato de levantarme con más facilidad de la que pensaba. Una última sacudida de dolor me arranca un grito desde lo más profundo de mi ser, dejándome una única tarea grabada a fuego en la memoria:

Proteger a Anakin Skywalker

******

  Un droide astromecánico de la serie R2 me lleva por una serie de pasillos infestados de cadáveres humanos, alienígenas y clones que me provocan todo tipo de náuseas. Llevo un arma que, por lo que sé, se denomina “pistola láser” y la aparición de diversos enemigos me ha forzado a aprender a usarla con más rapidez y frecuencia de lo que quisiera admitir. Ya me he acostumbrado a su peso.

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