Parte 4. Refugio en el Bosque

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Caminábamos tan rápido como podíamos intentando hacer el menor ruido posible. Estábamos a punto de llegar a un pasillo que daba a los patios traseros cuando oímos unas voces.

— Por aquí —susurré, empujando una de las puertas que teníamos cerca.  El caballero me siguió.

Entramos en una sala completamente a oscuras e inmediatamente cerramos  la puerta. 

—¿Crees que Lord Nuir nos dé mas dinero cuando hayamos acabado con el príncipe? —dijo una voz al otro lado de la puerta.

—No lo sé. Yo creo que sí —dijo la voz de otro hombre—. ¿Que te parece si hacemos un trato? Si alguno de nosotros dos lo encuentra primero, compartamos la recompensa, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. ¡Hay que darnos prisa antes de que los demás se nos adelanten! — respondió el otro, e inmediatamente se oyeron unos pasos alejarse a toda prisa.

No lo podía creer. ¡Entonces si era cierto! ¡mi propio tío! —pensé—. Me derrumbé sobre el piso y no pude  evitar ponerme a llorar. 

—Con todo respeto, este no es el momento para... —estaba diciendo Brent, pero lo interrumpí.

—Sí, tienes razón.

Me limpié las lagrimas con la manga y me puse de pie. La verdad es que me hubiera gustado quedarme ahí tirado pero era cierto, ese no era el momento para llorar. Si no me movía deprisa mi vida terminaría esa misma noche.

—Parece que ya se fueron. Es seguro salir— el caballero abrió la puerta y salió, pero al darse cuenta que yo no iba detrás de él, regresó y asomó la cabeza al interior de la sala.

—¿Qué haces? ¡Deprisa! —murmuró.

—Esta es la cámara de armas —le dije—. Tenía que recuperar esto —le mostré la espada que había pertenecido a mi padre y mi arco. También me había colgado un carcaj con 15 flechas al hombro. 

—Bien, ahora vámonos.

Con muy buena suerte, no nos encontramos a nadie más y logramos salir al patio trasero.

—¿Y ahora qué? —pregunté completamente perdido, sin saber qué hacer.

—No sé. Tal vez deberíamos avisar de lo ocurrido a los demás caballeros que están en el perímetro del castillo. Mi padre está ahí.

Antes de que pudiera si lo que decía Brent era una buena idea, vi a lo lejos saliendo de la caballeriza a una figura encapuchada, montada sobre un caballo blanco.

—¡Deténganla! —gritó un caballero real, persiguiendo a la persona encapuchada también a caballo.

Un segundo después, Viktor salió de la oscuridad, también montando, cortándole el paso al  otro caballero.

—¡Salga de aquí, alteza! ¡Yo me encargo! —gritó Viktor.

—¡No! ¡Es mi madre! —Grité perdiendo toda precaución, pero Brent me sujetó, pues yo intentaba echar a correr tras ella. 

—No puedes ayudarla desde aquí. Primero tenemos que conseguir un caballo.

Como pudo, Brent me arrastró a la fuerza hacia la caballeriza, mientras yo forcejeaba para liberarme de su brazo. ¡Tenía que ir a ayudar a mi madre!

—Hay que tomar un caballo, así podremos alcanzarla— dijo Brent. Y tenía razón.

Lo ayudé a sacar un caballo, el cuál montó con gran rapidez. Di la vuelta para ir por otro,  pero  en ese momento dos caballeros reales aparecieron salidos de quién sabe donde.

—¡Alto!— rugieron aquellos hombres. 

—¡Deprisa, dame la mano! —Brent extendió el brazo y yo lo sujeté al tiempo que me ayudaba a subir a su caballo. Un instante después, le hincó los talones y el animal salió corriendo a toda velocidad.

Pasamos por los jardines y miré a lo lejos que el caballero que había seguido a mi madre estaba tirado en el piso, y no había rastro de Viktor, ni de ella. 

Mientras avanzábamos intenté mirar en todas direcciones pero por más que busqué, no conseguí encontrar a mi madre o ver algún indicio de que la hubieran atrapado.

Lo que sí pude ver fue a otros caballeros detrás de nosotros, siguiéndonos el paso.

—¡Están muy cerca! —le grité a Brent, angustiado.

—¿Puedes encargarte de ellos?¿Puedes girar y lanzarles una flecha?

—No creo— respondí apenado.

—Bien, entonces sujétate.

Brent hizo que el caballo fuera aún más rápido y tuve que aferrarme a su cintura, pues sentía que iba a caer.

 Al llegar a la muralla que protegía el castillo, me aterré. Estaban a punto de cerrar las puertas del castillo. La única salida.

—Dame el arco —gritó mi acompañante.

—¿Qué? 

—¡Dame el arco y sujeta las riendas!

—Estas loco. ¡Nos vamos a caer! — respondí completamente aterrado.

—¡Solo Hazlo!

Sintiendo que nos íbamos a matar, hice como él me pidió. Brent apuntó con mi arco y al instante derribo a los soldados que estaban por cerrar las puertas. Eso nos dio tiempo suficiente para salir del castillo.

—¡Pudimos haber muerto! —le reclamé mientras le devolvía las riendas.

—¡Y si no hacíamos algo, también íbamos a morir! —me gritó, exasperado.

Atravesamos el "pueblo  del bosque", nombre que se le daba a la aldea que rodeaba el castillo, y un rato después llegamos al verdadero bosque, adentrándonos en él.

A lo lejos aún se escuchaban los caballos y sus jinetes persiguiéndonos. Pero ya estábamos lejos de su alcance visual.

En vez de seguir en línea recta, giramos varias veces, pero siempre alejándonos del castillo.

Seguimos cabalgando toda la noche, casi hasta el amanecer.

—Estoy muy cansado. ¿Podemos descansar un poco? —pregunté.

—Resiste. Por lo menos hasta que amanezca. Hay que alejarnos tanto como nos sea posible.

Completamente agotado, prácticamente me dejé caer sobre la espalda de Brent, mientras pensaba. Nada de lo que acababa de ocurrir tenía sentido. Todo mi mundo se había derrumbado en una sola noche. Mi tío, el hermano de mi padre había intentado asesinarme. No sabía qué había sido de mi madre. Podría haber escapado o podrían haberla atrapado ¿Y qué le harían si la encontraran? Y yo estaba perdido en el bosque, confiándole mi vida a un sujeto que había conocido solo un día atrás.


El príncipe y el caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora