Prefacio.

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Ámame.
Quería que me amaras. Lo deseaba con todo mi ser.

Quería que me amaras tanto como yo te amaba a ti.

Que tu corazón se acelerara como el mío al verte, al ver tu rostro repleto de pecas, al ver tu lindo cabello castaño, al ver tus hermosos ojos que, al cruzarse con los míos, parecían mirar mi alma, que ya era tuya; o tus carnosos labios, que se antojaban besas por horas. O esa voz, melodiosa,  que tenía la dicha de deleitarme al escucharla.

Quería que me amaras.
Jodidamente lo quería.

En distintas (muchas) ocasiones pensé en decírtelo. En pedírtelo.
Ámame. ¿Por qué no me amas?

Pero no lo hice. Porque quería que quisieras amarme. Que fuera recíproco.
Quería que cada mañana te despertaras, y tu amor hacia mí prevaleciera. Que se fortaleciera y que al pasar las estaciones del año, aumentara. Que la llama del amor arrasara con todo. Con nosotros. Que labraramos día a día nuestro destino. Que el frenesí nos dejara sin aliento. Que nuestros corazones latieran al ritmo una hermosa danza, que finalizaría hasta el día de nuestra muerte.

Ámame. Mi corazón lo pedía a gritos.

Aunque, en todo tiempo fui consciente, que yo, por ningún motivo, en ninguna circunstancia, podría obligarte.

Que si debía forzarte, entonces no lo quería.
Que si debía pedírtelo, entonces pasaba.

Porque aunque te amaba, también debía amarme.

Y es que, si ya había alguien más en tu vida y en tu corazón, ¿qué podía hacer? Solo apartarme, no por cobardía, sino por respeto. ¿Cómo juzgar lo que tú estabas sintiendo por otra persona, si yo estaba sintiendo lo mismo por ti?

No deberías sentirte mal por mí. No es mi intención atosigarte.

Sólo quería conocer tu respuesta.

¿Me amabas? Nunca pude saberlo.

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⏰ Última actualización: Mar 01, 2020 ⏰

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