Capitulo 2

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Fuego.

Las cuatro paredes se iluminaron aquella tarde lluviosa. Ni siquiera las

grandes gotas podían detener lo que estaba sucediendo. No había manera de

que la tormenta apagara las llamas que se extendían por el suelo debido a la

gasolina que yo misma había comprado hacía unas cuantas horas. Cuando vi

la chispa, mi corazón saltó y mis ojos se movieron de un lado a otro en busca

de una salida. Las paredes de repente se volvieron enormes y se tiñeron de

color negro. El fuego lo estaba devorando todo.

El olor a plástico quemado inundó el espacio y me entraron ganas de

vomitar. La garganta me picaba y empecé a toser. Había llamas por todas

partes y nadie podía hacer nada para apagarlas. Ya era demasiado tarde.

El frío de la noche se había convertido en una gran fogata en la que

nosotros éramos el alimento que la hacía cada vez más grande. El calor

comenzaba a abrasarme. Hacía solo unos instantes, Rosie había encendido

una cerilla. Al principio, había vacilado. Los dedos le habían temblado y

había permanecido con los ojos abiertos de par en par, sin pestañear. Pero

después había encendido otra cerilla y la había lanzado a la puerta. Ahora,

todo ardía.

Me dolía todo: las piernas, los brazos, la espalda... Las mejillas me

palpitaban frenéticamente. El miedo corría por mis venas.

No podía pensar con claridad. Todavía estaba aturdida por los golpes que

me había dado mi madre. Pero cuando el fuego empezó, mis sentidos se

pusieron alerta y mi subconsciente me advirtió del peligro.

Parecía que estaba drogada. Tenía mucho miedo. No podía valerme por

mí misma en ese preciso momento y eso todavía me asustaba más.

Cuando Rosie sonrió y dejó caer la cerilla, el fuego apreció en un

instante. Fue rápido. Noté el calor en todo el cuerpo, pero afortunadamente

estaba lo suficientemente lejos para que las llamas no me quemaran. Sin

embargo, pronto lo harían si no encontraba una salida.

Mi instinto de supervivencia me hizo abrir los ojos y, al darme cuenta de

que las llamas anaranjadas se acercaban rápidamente a mí y a Rosie,

retrocedí sin pensarlo. Las piernas me temblaban, el corazón me latía muy

rápido, y el calor ya era abrasador.

Las llamas rozaron la piel de mi brazo derecho y, al instante, y sin

poderlo evitar, un grito asfixiante salió de mi boca. Estaba asustada. El humo

negro se estaba adueñando de ese pequeño lugar.

El regreso de Anna CrowellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora