Fuego.
Las cuatro paredes se iluminaron aquella tarde lluviosa. Ni siquiera las
grandes gotas podían detener lo que estaba sucediendo. No había manera de
que la tormenta apagara las llamas que se extendían por el suelo debido a la
gasolina que yo misma había comprado hacía unas cuantas horas. Cuando vi
la chispa, mi corazón saltó y mis ojos se movieron de un lado a otro en busca
de una salida. Las paredes de repente se volvieron enormes y se tiñeron de
color negro. El fuego lo estaba devorando todo.
El olor a plástico quemado inundó el espacio y me entraron ganas de
vomitar. La garganta me picaba y empecé a toser. Había llamas por todas
partes y nadie podía hacer nada para apagarlas. Ya era demasiado tarde.
El frío de la noche se había convertido en una gran fogata en la que
nosotros éramos el alimento que la hacía cada vez más grande. El calor
comenzaba a abrasarme. Hacía solo unos instantes, Rosie había encendido
una cerilla. Al principio, había vacilado. Los dedos le habían temblado y
había permanecido con los ojos abiertos de par en par, sin pestañear. Pero
después había encendido otra cerilla y la había lanzado a la puerta. Ahora,
todo ardía.
Me dolía todo: las piernas, los brazos, la espalda... Las mejillas me
palpitaban frenéticamente. El miedo corría por mis venas.
No podía pensar con claridad. Todavía estaba aturdida por los golpes que
me había dado mi madre. Pero cuando el fuego empezó, mis sentidos se
pusieron alerta y mi subconsciente me advirtió del peligro.
Parecía que estaba drogada. Tenía mucho miedo. No podía valerme por
mí misma en ese preciso momento y eso todavía me asustaba más.
Cuando Rosie sonrió y dejó caer la cerilla, el fuego apreció en un
instante. Fue rápido. Noté el calor en todo el cuerpo, pero afortunadamente
estaba lo suficientemente lejos para que las llamas no me quemaran. Sin
embargo, pronto lo harían si no encontraba una salida.
Mi instinto de supervivencia me hizo abrir los ojos y, al darme cuenta de
que las llamas anaranjadas se acercaban rápidamente a mí y a Rosie,
retrocedí sin pensarlo. Las piernas me temblaban, el corazón me latía muy
rápido, y el calor ya era abrasador.
Las llamas rozaron la piel de mi brazo derecho y, al instante, y sin
poderlo evitar, un grito asfixiante salió de mi boca. Estaba asustada. El humo
negro se estaba adueñando de ese pequeño lugar.
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El regreso de Anna Crowell
Teen FictionY tú, ¿qué eligirías? ¿Vivir o amar para siempre? Anna Crowell murió en un incendio. Pero su espíritu sigue en el mundo de los vivos. Necesita resolver el misterio de su muerte y dar con su cuerpo para irse en paz. Pero lo último que esperaba encont...