¿Qué sigue?

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Astrid estaba impaciente, estaba preocupada. ¿Qué habría pasado? ¿Por que tardaban tanto? Ya era de día, Brutacio incluso fue a sonar el cuerno de la mañana. Berk había empezado a trabajar. Las y los vikingos caminaban por el pueblo y se saludaban con un grave y áspero "Hola", niños y niñas jugaban alrededor con muñecos de madera, palos, piedras o lo que sea que encontraran para entretenerse, algunos adolescentes ayudaban a sus padres en sus labores; ya sea herrería, sastrería e inclusive cocina (es decir se ocupaban nuevos cocineros, Bocón y Eret no podrían seguir envenenando al pueblo). Los vikingos demandaban una reunión desde hace poco; sin embargo Astrid tuvo que mantenerlos en calma mientras tanto y prometerles una reunión otro día. Ser esposa del líder de Berk no es sencillo.

Todos estaban ocupados con su día a día, pero ella no, ella solo estaba sentada al borde del acantilado. Miraba el horizonte esperando ver lo que sea: un barco, al cortaleña, aunque sea verlos a ellos nadando hasta la costa, pero nada. Diez, veinte, treinta minutos y aún nada. Sabía que estaba actuando muy paranoica, pero como madre y esposa no podía evitar preocuparse. Es decir, sí, los niños siempre hacen travesuras y su esposo siempre estaría haciendo una tontería en el pueblo, pero sabía que estaban ahí, en Berk, seguros y junto a ella o junto a Valka. Pero ahora...

En menos de un mes un dragón cayó en la isla, se enfrentaron a unos cazadores, hicieron un viaje al mundo oculto y ahora su familia estaba en cualquier lugar en medio del océano. Estarán seguros, estarán en el mundo oculto, hay cazadores cerca; la cuestión la mataba...

-¿Qué hay?-, saludó Brutilda. Astrid no la escuchó acercarse, cuando se dio cuenta ella estaba sentada a su lado.

-Nada nuevo-, respondió ella devolviendo la mirada a las olas que golpeaban la base del acantilado.

-Te vi sentada aquí desde hace horas, así que, o estabas mal o Hipo te infectó la locura de Hipo-, Astrid dejo escapar una pequeña risa sarcástica. -Igualmente, fuera cualquiera de las dos quería ver qué estabas haciendo.

-Nada, en realidad-, respondió Astrid, -desestresarme y estresarme al mismo tiempo.

-¡Ja!-, rió Tilda recostando la espalda en el suelo. -Todas nosotras.

Astrid le siguió el juego he hizo lo mismo. Esta vez ya no estaba mirando el mar, sino el cielo, las nubes y una que otra hoja de hierba alta que captaba en el borde del ojo.

El viento azotó el acantilado y Astrid no pudo evitar imaginarse recostada sobre el lomo de su mejor amiga. Imaginaba estar montada sobre tormenta, volando por encima de las nubes, confundía las hojas alrededor de ella con las espinas del nadder. Extrañaba esa sensación y a su amiga. 

Se preguntaba si sus hijos sintieron algo similar sobre el cortaleña. Esperaba que hayan disfrutado su viaje con Tormenta y Chimuelo, pero ahora se estaba preguntando que habrá pasado con ellos. ¿Estarían seguros con ese dragón? Esperaba que sí y que su esposo los encontrara en la entrada del mundo oculto jugando con los furias o, por lo menos, seguros.

Ella volteó a ver a Brutilda. Tenía los ojos cerrados, ¿estaba imaginando lo mismo que ella? ¿Estaba volando montada en el cuello de Guácara? Eso pensaba hasta que escuchó un fuerte ronquido salir de su nariz. Astrid suspiró decepcionada.

-¡Ja! ¡Caíste!-, exclamó Brutilda asustando, luego la golpeó en el brazo. -¡Tonta!

-¡Hey!-, reclamó Astrid devolviendole el golpe con una sonrisa en el rostro; en realidad estaba aguantando la risa.

Brutilda no la aguantó y dejo salir una cracajada, Astrid hizo lo mismo. Ambas extrañaban esas interacciones. Ahora que eran adultas, siendo importantes para Berk (Astrid más que todo), no jugaban así desde hace mucho, pero siempre encontraban una forma de generar pequeños momentos así y disfrutarlos lo más posible.

HTTYD/CEATD: Dragones y HumanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora