Nos fundimos en un agradable beso, uno de esos besos que hacen estallar los sentidos, uno de esos besos que lo recuerdas siempre, hayas vivido lo que hayas vivido.
Habíamos pasado una mañana tranquila, bueno, tranquila dentro de lo que cabe ya que el hecho de haberme tatuado por primera vez no era la cosa más tranquila del mundo. Pero sí habíamos estado alejados de los medios de comunicación, es decir, de los paparazzi. No nos habíamos cruzado ni uno en toda la mañana y era raro, pero Dios, habíamos podido descansar de toda esa locura por lo menos una mañana entera. Aunque si os soy sincera prefiero enfrentarme a centenares de molestos paparazzi con sus cámaras, sus preguntas estúpidas y sus acosos que enfrentarme a hablar con mi padre sobre el tema de la gira. Sí, seguía estando cagada. Pero Justin y yo habíamos decidido hablar con él esa misma tarde. Sólo nosotros tres.
Justin intentaba tranquilizarme, pero no había manera. Y el hecho de haberme tatuado sin el consentimiento de mi padre no me ayudaba para nada. Es más, me ponía más nerviosa aún. Parecía una maldita cebolla, iba con cuatro o cinco capas de ropa y vale que hoy hiciese frío, pero llevar cinco capas de ropa era excesivo. Aunque no sé si eso iba a ayudar a ocultar mi tatuaje o a descubrir mi mentira más rápidamente. Todo era una completa mierda. Sólo deseaba el momento en que mi padre nos diese una respuesta. ¿Sí o no?
— ¿A qué hora llega tu padre? –me preguntó con nerviosismo Justin.
— Tendría que llegar ahora. –me recosté en el sofá- habrá salido del trabajo a las dos, después habrá recogido a mi hermano de inglés, lo habrá llevado a comer, después a béisbol y ahora tendría que volver ya para casa. –bufé.
— Joder, tu hermano es un tipo ocupado.
— ¡Justin! –reí, ese no era para nada el tema- ya sabes que es un terremoto, hay que mantenerlo ocupado.
— En eso se parece a ti. –se recostó encima de mí y empezó a llenarme de besos- ¿crees que tenemos tiempo a…?
— Absolutamente no. –carcajeé.
— No me has dejado acabar. –se quejó.
— Sé por dónde ibas. –le amenacé con el dedo índice.
— Sólo quería practicar lo que le vamos a decir. –frunció el ceño.
— Oh, ¿lo hacemos? –era buena idea.
— Claro nena, si insistes. –Bieber empezó a quitarse la camiseta.
— ¡Idiota! –le di un golpe en el pecho mientras estallaba a carcajadas.
Nuestras risas y bromas cesaron cuando escuchamos que la puerta de casa se abría. Era mi padre. Justin y yo nos quedamos inmóviles por unos segundos hasta que reaccionamos y nos sentamos adecuadamente en el sofá. Rectos, serios, algo rígidos y cogidos de la mano fuertemente. Parecía que íbamos a anunciar la muerte de alguien o algo por el estilo, pero sinceramente, no teníamos ni pizca de experiencia en tratar estos temas y menos yo.
— ¡PAPÁ! –grité- ven al salón.
— Cariño, no te pongas nerviosa. –me susurró Justin- diga lo que diga no le hables mal, empeorará la situación.
— Difícil que no haga eso. –conociendo mi carácter, era algo imposible.
— Por mí. –me miró directamente a los ojos y como negarme si su sonrisa y sus ojos mieles me lo pedían así.
— Dime cielo. –apareció mi padre.
— Siéntate. –le ofrecí el sofá de delante.