Viaje a un nuevo mundo: Segunda parte

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Estaba concentrado en la imagen que le devolvía el espejo del tocador en el que se había sentado. Era él, pero no lo parecía. Se sentía tan extraño con esa ropa. Ya se había visto con ella el día anterior, pero el hecho de saber que eso no era un ensayo más, sino que era el momento clave, le hacía sentirse aún más raro.

No podía pensar en nada más que no fuese la enorme lista de lo que debía hacer y cómo lo debía hacer. La forma de hablar, de actuar, de comer, de moverse... No se sentía preparado. Eran demasiadas cosas que aprender en poco tiempo y Ricky le había metido en el cuerpo el miedo de que cualquier paso en falso podría ser catastrófico, que la invitación a aquella fiesta no era para nada más que para buscarle el más mínimo fallo que sirviese al rey para no reunirse con él.

Una sensación de agobio, cobardía e inseguridad estaba instaurada en su estómago desde que despertó esa mañana en el jardín. Por unos segundos, pensó que estaba en su bosque, pero cuando sus ojos toparon con los muros de la casa y sus oídos detectaban más voces humanas que cantos de pájaros, volvió a la realidad. No se sentía preparado para aquella noche, pero no podía fallarle a los que dependían de él. Podía hacerlo, se mentalizó de ello. Ricky estaría allí, si no se separaba de él para cuando le surgiese alguna duda o imprevisto, la noche podría salvarse.

Pensó una vez más en los suyos. Primero en su padre y como llevaría su recuperación, si estaría bien, si la cura de Ricky funcionó, si estaba peor o si... No, no, estaría recuperándose, seguro, una tribu que era capaz de hacer cosas tan maravillosas como las que había visto desde que llegó debía saber curar sin problemas. Luego su pensamiento fue hasta Raoul. Le echaba tantísimo de menos... Necesitaba verle, comprobar con sus propios ojos que estaba bien y regalarle una sonrisa que le diese fuerzas, un fuerte abrazo o un beso si tenía ocasión.

Un repiqueteo de nudillos en la madera de su habitación le sacó de sus pensamientos. La señora Jenkins pasó después de recibir el permiso de Agoney y, con una sonrisa al verle arreglado, se acercó a él y se colocó detrás para observarle a través del espejo. Tras dedicarle una larga mirada al pelo, cogió un cepillo de plata y empezó a peinarle con cuidado la melena, pasándolo de arriba a abajo con lentitud, deshaciendo los nudos que se iba encontrando.

Agoney se dejaba hacer, había aceptado trenzarse el pelo para aquel evento. Viendo que su otra opción era cortárselo, la trenza le pareció una idea atractiva, aunque hubiesen pasado meses desde que se hizo la última. Cuando intentaba entrelazarlo, parecía que un relámpago le atravesaba las muñecas, haciéndole soltar el pelo y dejándolo como estaba, como una fuerza invisible que le gritaba que no eran sus manos las que debían hacérsela. Nunca habían sido otras manos.

Por eso, mientras observaba como la mujer separaba su pelo en tres y empezaba a superponer un mechón sobre otro, no pudo evitar notar tras los ojos un pinchazo que le avisaba de que unas lágrimas amenazaban tras ellos. No quería derramarlas, no lo iban a entender y no quería dar explicaciones, así que apretó los ojos y dejó que terminase. Faltaba la delicadeza al superponer mechones, la calidez, las caricias furtivas que iba dejando en su cuello y en su espalda mientras la hacía y el beso en el pelo para finalizar. Faltaba que le cogiese la trenza y se la llevase hacia delante antes de abrazarle desde la espalda, dejando un beso en su mejilla. Un ritual que habían inventado cada mañana, sin falta. Le dolía que esa vez fuese tan distinta y más le dolía saber que no iba a repetirse.

La mujer, ajena a la importancia de lo que estaba haciendo, remató la trenza con una fina cinta negra para que no se viese sobre su pelo y, con los dedos, intentó repeinar los pequeños mechones que escaparon hacia su cara, sin saber que aquellos eran imposibles de domar.

- Que elegante –habló Ricky apoyado sobre la puerta.

- Ya... –susurró.

Ricky frunció el ceño por la respuesta del moreno, se separó de la puerta y se acercó hasta Agoney, quedando justo detrás de él. Le dio las gracias a Charlotte por su ayuda y esta, sonriente, hizo una pequeña reverencia con la cabeza antes de abandonar la habitación, dejándoles solos. El ojiazul acercó una silla hasta el taburete donde estaba Agoney y se sentó a su lado, mirándole a través del espejo y observando el leve reflejo acuoso que tenían sus pupilas a pesar de que estas estaban bajas, fijas en la madera de la mesa.

Y colores descubrirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora