Capítulo 8

119 12 5
                                    

«¿Por qué llegaste tan tarde?»

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


«¿Por qué llegaste tan tarde?»

«¡Los vecinos nos dijeron que estabas gritando en la calle!»

«¿Por qué nos hacés esto?»

«¿No podés comportarte como las demás?»

Las lágrimas caen provocándome un leve cosquilleo en el rostro. Como dama, debo callar y escuchar. Sin embargo, anoche no conseguí hacerlo. Les grité a mis padres, y sé que está mal y me arrepiento de hacerlo, pero llevaba tanto tiempo callando y comprimiendo mis sentimientos que, como una bomba de gas letal y explosiva, el veneno dentro de mí salió de manera hiriente y contaminante.

Eso sólo empeoró las cosas. Soy una "desagradecida y una deshonra para el apellido". Quizás ni siquiera pertenezco a esta época, donde a los trece años tengo prohibido divertirme y estoy obligada a ser una princesita aburrida las 24 horas del día.

¿Seré inmadura? La sociedad considera a las mujeres de dieciséis lo suficientemente grandes como para casarse y tener una familia. No obstante, aún siento que soy una nena. En el fondo de mi corazón me aterra crecer y olvidar, como todas las demás, a la niña que alguna vez fueron.

Por todos estos motivos me encuentro acostada en mi lugar especial, mirando el cielo y llorando por haberme convertido en mujer. Es hora de despedir mi infancia. Una despedida que no quiero enfrentar, pero todos esperan que lo haga.

Escucho ruido de pasos haciendo crujir las hojas secas. Alguien se aproxima y no tengo ganas de voltear a ver quien es. Menos aún quiero que me hablen.

Se acerca a mí y se acuesta a mi lado. Lo miro de reojo, está en la misma posición que yo, observando las nubes. Solo se escuchan nuestras respiraciones, no dice nada y es algo nuevo viniendo de él. La tristeza disminuye al tenerlo cerca. Pasan los segundos y de repente quiero que me hable.

—¿No tenés que trabajar? —pregunto con la voz un tanto quebrada.

—Necesitaba al menos 5 minutos de descanso —miente. Sé muy bien que no tiene descansos.

—¿Te aseguraste de que no te vieran?

Menciono y se da cuenta de que no logró engañarme, así que me dice que si con la cabeza.

—Pero eso no importa —gira para verme y me limpia una lágrima—. Me debés algo.

Lo observo confundida.

Me doy cuenta de lo cerca que estamos el uno del otro, tanto que ahora puedo apreciar mejor sus rasgos. Sus grandes ojos con pestañas que cualquier mujer mataría por tener, mandíbula bien marcada y naríz pequeña y perfectamente curvada.

—Desde la primera vez que hablamos, me quedé con la intriga de saber tus razones para hacer esto, acostarte acá y ensuciar tu vestido. Ese día acordaste en contarme más adelante. Y, estuve pensando mucho en cuáles podrían ser.

¡No Soy Una Damisela En Apuros!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora