Capítulo 7 | Heaven's Night

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El Heaven's Night está a reventar, como siempre.

Me siento en la barra.

—Una Baltika.

El barman asiente.

Acaricio el brazalete púrpura que rodea mi muñeca.

Parece una tira de neón que anuncia a todos que soy una jodida pervertida.

Miro el reloj.

Llegué unos cuantos minutos antes.

Me pregunto cuánto tardarán las gatitas púrpuras en aproximarse.

Examino el bar con la mirada.

No veo a nadie con brazalete púrpura.

Pero, al parecer, según las reglas, quizá nunca lo vea.

Supongo que cualquiera de estas mujeres podría ser socia, y muchas de ellas son atractivas.

De hecho, son muy guapas.

Dos mujeres sentadas en un gabinete al fondo me llaman la atención.

Una de ellas es exactamente el tipo de mujer que por lo general me atraería: alta, de cabello rubio y complexión atlética.

Parece Vera Brezhneva de joven.

Es la mujer que cualquiera querría seducir, o al menos cualquiera que vea películas de Hollywood o pornográficas.

Sin embargo, por algún motivo, es la mujer sentada frente a ella la que me despierta mayor interés.

Es curioso, porque ni siquiera alcanzo a verle la cara.

Tiene la cara metida en el menú, como si lo estuviera examinando con
detenimiento.

Lo único que alcanzo a verle es la frente que asoma detrás del menú
y la larga cabellera peliroja que le cae sobre los hombros.

Tiene manos particularmente llamativas; dedos largos y delgados, uñas naturales y un anillo de plata liso en el pulgar.

Qué sexi.

Pero lo que más me atrae es su piel, o al menos lo poco que alcanzo a ver de ella en sus manos, brazos y esa pequeña franja de frente que asoma por encima del menú.

Tiene exactamente el mismo tono de piel blanco y pecoso que imagino que tendrá Elena, y también se ve suave y tersa, como se veía la de Elena en las dos fotos que me envió.

No puedo quitar la vista de la mujer escondida detrás del menú.

Lo único que quiero es ver su cara.

Si tan sólo pudiera ver su cara, al menos una vez, quizá bastaría para tener algo que imaginar, aunque sea un gesto, cuando esté en la ducha, frotándome después de hacer ejercicio mientras imagino cómo
hago a Elena explotar de placer.

El barman pone la cerveza en la barra frente a mí.

Asiento y le lanzo un billete de cien.

Pero ¿qué me pasa?

Ya no debo pensar en Elena.

Esa era el punto de venir aquí esta noche con mi brazalete púrpura de jodida pervertida, ¿no?

Estoy aquí para olvidarme de ella.

¿No quiere saber nada de mí?

Perfecto.

Yo tampoco quiero volver a saber de ella.

Esta noche les daré mi atención absoluta a mis nuevas amiguitas de color púrpura, sean quienes sean.

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