Capítulo 5. Tensiones en la corte

379 36 17
                                    

Para Diamante no era extraña la compañía de su madre, desde que tenía uso de razón, ella siempre había estado a su lado, no dejaba que los sirvientes lo bañaran o lo vistieran, la reina siempre realizó esas labores con afán. Por tanto, Diamante estaba habituado al contacto de Esmeralda, ciertamente no le incomodaba que… lo tocara, no existía pudor alguno con ella, pero eso era el pasado, cuando aún era un príncipe acogido en el seno de su madre. Ahora era el Rey y el contacto de Esmeralda ya no le apetecía.

Naturalmente, nadie en la corte veía con buenos ojos el trato tan “maternal” que la reina profesaba a su hijo, pero tampoco nadie decía o hacía nada. Además, estaba el hecho de que la relación sanguínea de Esmeralda y el propio Rey Rubeus era muy cercana, pues eran primos hermanos. Algunos nobles temían incluso por su vida si osaban decir cualquier cosa, los rumores de que Esmeralda se había encargado de silenciar permanentemente al Rey Rubeus eran demasiado factibles como para ponerlos a prueba.

Karmesite se hallaba en el lecho del Rey, dormía plácidamente mientras el sol se empezaba a colar por los ventanales, cayendo sobre su desparramada melena ondulada. Diamante estaba de pie junto a ella, contemplándola mientras se ajustaba su bata, sin duda fue una excelente decisión el traerla a la corte, Karmesite resultó ser demasiado habilidosa para las artes amatorias y él desde luego, en más de una ocasión la poseyó.

Diamante hizo a una lado la melena de la joven, dejando descubierta su espalda de un tono lechoso y comenzó a trazar un sendero de besos hacia el punto en que se perdía su espalda y se hundía en sus posaderas.

Karmesite se removió en su lugar, soltó un gemido y dijo con voz insinuadora:

—Buen día mi, Rey. Veo que sabe cómo provocarme.

Por toda respuesta, Diamante hizo que la joven se volviera hacia él, le estrujó los voluptuosos senos con lujuria, abrió sus piernas y se hundió en ella. Poco a poco sus embestidas se empezaron a hacer más consistentes, los gemidos de Karmesite eran un buen aliciente, Diamante sentía que su clímax se acercaba, pero fue abruptamente interrumpiendo por la reina madre Esmeralda.

La peliverde se adentró en los aposentos del Rey sin ser anunciada y sin que su hijo diera su consentimiento.

Diamante se quedó un momento quieto aún dentro de Karmesite, Esmeralda tomó asiento en una de las sillas que encontró y cruzó las piernas, parecía que iba a esperar a que su hijo terminara.

—Tú continúa querido, aunque te sugiero que te quites esa bata —dijo Esmeralda mientras se mordía el labio inferior y apretaba sus piernas.

Sin embargo, el platinado hizo algo que Esmeralda no previó. Se incorporó, se ajustó la bata y sacó a Karmesite de sus aposentos. Una vez solos, le cuestionó con voz imperiosa y los ojos rabiosos:

—¿Ahora que quieres?

—Yo… yo, solo quería informarte que tendremos un concilio muy importante hoy por la tarde —balbuceó Esmeralda.

—¿Y no podías esperar para decirme? ¿Acaso Wiseman no me lo pudo haber notificado después?

Esmeralda se quedó muda, jamás su hijo le había hablado de esa manera. Se levantó de su lugar y se acercó a él con timidez. Sin embargo, el joven la apartó con brusquedad y agregó:

—No quiero que te vuelvas a presentar sin ser anunciada.

Esmeralda simplemente giró en redondo, indignada y aturdida a partes iguales. Sintió una rabia inexplicable en su pecho, aunque más que rabia estaba dolida, ser rechazada por la persona que más se ama nunca es grato.

Los fastos que se organizaron para la presentación del Príncipe Zafiro ante las cortes, no solo habían mermado las arcas de la corona, sino que también dejaron al reino endeudado y con un nuevo impuesto a los nobles de villas aledañas.

La Reina infielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora