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Jaebeom disfrutaba de las tardes tranquilas.

Normalmente el café estaba inundado de clientes para eso de las cinco de la tarde, las personas que trabajan en el edificio cercano al pequeño café Icarus salen más o menos a esa hora y casi parece obligatorio que vayan a comprar un café con ellos. Claro, son muy famosos en ese edificio. Sus postres y bebidas son amados por cada miembro del personal, pero no necesariamente tendrían que hacerlo diario, es lo que piensa Jaebeom.

Además, también llegan los estudiantes de la escuela de idiomas que queda a una cuadra, ellos entran y salen a todas horas porque los horarios son muy variados, la mayoría de las veces se quedan más tiempo del que deberían provocando que los demás clientes se molesten porque tienen que esperar a que se desocupe alguna mesa.

Pero hoy, hoy Jaebeom sentía que podía respirar.

Había estado lloviendo toda la mañana, a media tarde llovió aún más fuerte y ahora estaba una ligera llovizna, y, junto con el frío de febrero, se hacían muy poco habitables las calles. Lo más probable es que todos esos oficinistas cansados corrieron a casa al momento de salir, y todas las niñitas revoltosas y ruidosas quisieran llegar a que sus madres les dieran chocolate caliente mientras usaban su pijama más cómoda. Jaebeom no los culpaba, Jaebeom quería ser ellos.

Jaebeom quería tener horarios fijos, un horario que lo dejara disfrutar los días feriados y los domingos, un horario en el que llegara a casa a cenar antes de las 10 de la noche y que pudiera dormir sin tener que separar facturas o hacer listas de las cosas que faltan. Jaebeom quisiera tener una ganancia fija y poder quejarse de los aburrida que estaba la oficina o burlarse de los chistes de oficinistas que circulan por internet.

Pero en cambio estaba encerrado en el café, prácticamente 24/7, sin demasiados compañeros para platicar o para burlarse, aunque sea de los clientes. Recientemente la cafetería había estado estable, pero Jaebeom aún recuerda con orgullo—y un poco de pena—como batallaron para sacarla a flote, como había días que no alcanzaban para comprar su comida y se conformaban con picar lo que los clientes dejaban en sus platos. Ahora Icarus es exitosa, tanto así que es impresionante y casi increíble cuando está tan vacía como lo está hoy.

Si, claro que ha habido unos cuantos clientes, pero ninguno demasiado ruidoso. Los pocos que se atrevieron a enfrentar la lluvia y venir eran algunos solitarios, que pidieron su orden en la caja, se sentaron y miraron por la ventana todo el tiempo o leyeron un libro o el periódico, no importa. Los clientes que vinieron hoy tuvieron un patrón: solitarios y pensativos. Ese tipo de personas son las favoritas de Jaebeom, así que no quitó la sonrisa de su rostro en todo el día.

Y esa sonrisa ligera que utilizaba cada vez que atendía un cliente se ensanchaba aún más cuando notaba la vista. Y que vista.

Jaebeom había escogido precisamente este local por las ventanas. Las altas ventanas que llegaban desde el piso hasta el techo, separadas entre sí solamente con delgados marcos que combinaban perfectamente con el diseño un poco vintage de adentro. Eso hacía que la luz entrara tan naturalmente, que era raro que tuvieran que encender las luces. La ligera sombra en la parte superior de cada una ayudaba a que el sol no fuera demasiado brillante y eso era perfecto.

Hoy no había luz de sol pero la lluvia también se apreciaba muy bien. Las lámparas que están afuera lucían como sacadas de una película antigua, y la luz que irradian iluminan las pequeñas gotas de lluvia que seguían cayendo. Para Jaebeom, ver la lluvia nunca significó mucho, prefería más escucharla y sentirla que solo verla, y, como estaba cubierto por un techo y la ligera música R&B que normalmente tenían en las bocinas opacaba el sonido de afuera, no le daba tanta importancia a la lluvia. Esa no era la vista que Jaebeom disfrutaba.

Hey babe, do you want a coffee?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora