Capítulo cincuenta; En la casa del árbol.

1.7K 172 8
                                    

Elizabeth y Renata regresaron a casa después de desayunar, pues ambas tenían cosas que hacer, aunque claro que se aseguraron que el menor estuviera en perfecto estado antes de hacer cualquier cosa. Se despidieron con un enorme abrazo y prometieron volver lo más pronto posible.

Ese día obviamente el par de novios no habían ido a la escuela, y aquel era el tercero, del cual actualmente habían faltado dos. Esperaba que los maestros entendieran el porqué y les dieran la oportunidad de ponerse al corriente. Mañana irían con cada uno para explicar lo sucedido.

—¿Te sientes mejor?

—Eso creo—murmuró viendo el techo.

—¿Por qué lo dices?

—Es que, no lo sé—se sentó bien, viendo ahora hacia el rizado—, físicamente estoy perfecto, o me siento bien, pero mentalmente estoy hecho un asco, pasaron tantas cosas en tan poco tiempo que creí que explotaría.

—¿Quieres ir a relajarte a algún lado?—preguntó al ver su estado de estrés.

—Me gustaría.

—¿Y tienes algún lugar en especial?

—La cama—suspiró, amaba dormir—. Es broma—no lo era—, tal vez podríamos dar un paseo en el parque donde está tu casa del árbol, y podríamos quedarnos un rato allá.

—Me parece, es buena idea.

—Genial, vamos.

Emilio asintió y fue por la sudadera que había llevado el día anterior, la cual descansaba en el sofá de la sala. Joaquín esperó paciente en la puerta, para después seguirlo y subir al auto. El mayor aún seguía usando el de su madre. El trayecto se hizo corto, pues fueron cantando canciones del momento que se sabían de memoria.

—¿Quieres una paleta?—le preguntó el mayor, al ver a lo lejos.

—¡Si!, vamos.

Emilio asintió riendo al ver como el menor le jalaba del brazo hasta el pequeño y bonito puesto que se encontraba en la esquina del parque.

—Buenos días señora—saludó respetuosamente el castaño—, ¿podría darnos dos paletas?, una de grosella y la otra de...

—Mango—dijo el otro.

—Claro que si chicos—asintió gustosa sacando lo que le pidieron—, aquí tienes angelito—se la tendió a Joaquín, quien la tomó con gusto—, esta es la tuya guapetón—soltó una riza.

—Gracias, ¿cuánto sería?—inquirió sacando su billetera con cuidado.

—Treinta pesos.

—Aquí tiene, que tenga buen día—le deseó.

—Igual ustedes.

Sonrieron amablemente a la mujer y comenzaron a caminar, después de un par de pasos Emilio extendió su brazo hasta tocar los delicados dedos del menor, entrelazándolos. Joaquín volteo a verlo y sonrió con dulzura, sus labios ahora estaban de un rojo intenso que lucía brillante, al instante le dieron ganas de besarlo, así que sin pensarlo dos veces lo hizo. Lo atrajo y atrapó sus belfos sorpresivamente, saboreando el sabor.

—Dulce—susurró lamiendo sus labios con gusto.

—¿Qué haces Mailo?, se nos va a derretir esto—regañó avergonzado, mirando hacia el suelo, tratando de ocultar su color.

—Pues que se derrita, te compro otra. Ahora dame otro besito—levantó su mentón, dispuesto a hacerlo.

—¡Qué no!—rió divertido, tratando de alejarlo.

•accιdenтalмenтe enaмorado• EMILIACO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora