El día menos esperado

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Te conocí un 12 de enero. Aun recuerdo ese día... 

Era invierno, los árboles del pueblo jamás habían lucido tan estóicos. Irradiaban belleza y poder. Esa mañana decidí no usar el coche, esa mañana había decidido cambiar mi mundo. 

Yo andaba de camino al trabajo por una estrecha calle de un antiguo pueblo que hacía mucho tiempo había quedado en el olvido aunque aun conservaba su encanto rural. En extrañas ocasiones podías encontrar a alguien mientras cruzabas aquel lugar pero allí, a lo lejos, al final de la calle estabas tú. 

Estaba maravillándome con el paisaje mientras a lo lejos veía como te acercabas. Hacía un sol abrasador. El sol brillaba en las hojas de los árboles como lo hacen sobre el agua del mar, destellando fuerza, destruyendo la mirada. Cada vez estabas más cerca. 

De pronto un batallón de nubes grises y crueles se acercó rápidamente descargando toda su furia sobre nosotros. Corrimos el uno hacia el otro y en el momento en el que casi nos tocábamos ambos vimos una puerta entreabierta de una casa abandonada. Sobraban las palabras, ese era el lugar perfecto en el que protegernos del llanto del invierno. 

Empapados nos adentramos en aquel lugar. Era oscuro, tenebroso pero desprendía una extraña calidez. La madera crujía a cada paso que dábamos quejándose incesante de su vejez. Apenas entraba un halo de luz a través de una ventana cuyo cristal luchaba por no romperse. El olor de la humedad inundaba el ambiente. 

Sin mediar palabra ambos subimos a la siguiente planta, quizás allí el ambiente sería más benévolo con nuestros cuerpos tiritantes. Tras una escalera tan débil como hechizante encontramos una habitación. Era fantástica. Sin duda el único lugar de aquella casa donde la belleza no había podido ser herida por el tiempo. En el fondo, una chimenea llena de leña. Una cama antigua se encontraba frente a la chimenea, unos espejos sobre la cama. Las sábanas permanecían intactas. A un lado había una ventana donde las gotas de agua golpeaban con violencia como si quisieran intimidarnos. 

Yo llevaba un mechero, antiguo regalo de mi abuelo. Un mechero muy especial de aquellos que resisten los golpes más fuertes que el tiempo se atreva a propinar. Encendí la chimenea y allí estabas tú a mis espaldas. Tus ojos eran negros, grandes, implacables. Brillaban como ningunos otros ojos habían brillado jamás. Tu cabello era del color de la miel y tu rostro... Aquellas facciones desconcertaban, eran tan dulces como frías. Estabas empapado. Aun caía el agua de tu blusa que se había ajustado a tu cuerpo dejando entrever un torso que parecía haber sido delineado por el más apasionado escultor. 

Esos ojos se clavaron en los míos y se acercaron lentamente a mí. Yo temblaba. De pronto parecía que el frío se colaba por aquella ventana cerrada, pero era yo. Mi cuerpo se estremecía. Desabrochaste los botones de mi blusa. Yo miraba tus dedos que parecían haber pactado con el diablo para conseguir el poder de hacerme sentir tan pequeña. Me dejaste desnuda, vulnerable, desconcertada. No supe pararte. 

Quizás fue la inercia la que me llevó a desvestirte. No había contemplado antes un lugar tan bello como tu cuerpo. Me quedé paralizada, no podía pensar, aquello era instintivo. Pusiste una mano sobre mi cintura y como si mi cuerpo pendiera de un hilo me tumbaste junto a la chimenea. Me besaste. 

Rodeaste mis labios con los tuyos mientras tus manos se perdían ... Si, se perdían. Quépodía hacer, me sentía tan pequeña ... Pronto el frío se tornó en calor, un calor acogedor, aquel calor en el que cualquiera desearía despedir a la vida con un último aliento. Me llevaste a la cama. Derretiste mi pelo con el tacto de tus dedos que parecían estar tocando la seda. Me mirabas, tus acusantes ojos parecían querer decirme que yo era la culpable de aquella situación. Parecían caballos desbocados corriendo en busca de agua con la que calmar su sed. Tus manos llegaron al centro de mi cuerpo, donde el alma se suspende en el aire y vuela libre. Qué podía hacer ... estaba atrapada. 

Te besé. Te besé tan fuerte que creí deshacer tus labios. Mis manos llegaron al centro de tu cuerpo, aquel lugar en el que tus ojos dejaron de intimidar para ser intimidados. El rol cambió, tu eras el culpable ahora de aquella situación. Qué podías hacer ... Te sentías tan pequeño ... 

Guié tu amor hacia mis puertas abiertas, subí tu mano hacia lo más alto de mi montaña. Te miré. Te miré tan fuerte que el mundo se encogió. Te mordí, tuve un hambre insaciable que sentía que nada en este universo podía saciar. Deseé acabar allí, contigo y llevarme una eterna sonrisa a donde quiera que uno vaya cuando dice adiós. Pasaron horas sin que pudiésemos despegar nuestros labios, nuestros cuerpos, nuestras manos ... Quizás la lluvia hubiese cesado pero a ninguno parecía importarle. El mundo se había parado allí, en aquel lugar. La euforia usa el tiempo para contabilizar la energía, pero creo que ese día el reloj de la euforia se paró. Dejó de funcionar. Nadie oyó su "tic tac". 

Justo en el instante en que tu cuerpo se despegó del mío cayó sobre mí un peso insufrible. De pronto volví a la vida y sentí miedo. No quería salir de allí, no quería salir de tí. Sentí la adicción entrando en mis venas y destruyendo mi voluntad. Sentí como el cielo crujía sobre mí desafiante. Me atacó el pánico. 

Huí, si. Dejé tus ojos desconcertados atrás. Me marché para no volver. Corría con tus ojos dolidos clavados en mi frente reprochando mi cobardía. Cuando casi llegaba a casa el dolor se apoderó de mí. Corrí a buscarte y subí a la habitación pero la hoguera se había apagado y la habitación estaba vacía. Desde entonces te busco en aquella calle mientras espero que el cielo vuelva a llorar.

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⏰ Última actualización: Nov 02, 2012 ⏰

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