La torre de astronomía.

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Hacía frío en los jardines de Hogwarts aquella noche. El viento acariciaba su nuca y Draco, apoyado en un banco, observaba el cielo. Estaba teniendo un mal día, un muy mal día. La Navidad estaba cerca y este era el primer año que se quedaba en Hogwarts. Esto no lo alegraba, en absoluto, pues se quedaba casi en contra de su voluntad. Pero, ¿y qué podía hacer si no? Sus padres no se habían molestado ni en enviar una maldita carta. ¡Ni una maldita carta en meses!

Todo era culpa de su padre... Tenía que serlo. Había sido su padre la razón por la que ahora la marca tenebrosa ardía en su brazo. Había sido su padre la razón por la que su madre se había vuelto gris y distante. Había sido su padre el que había construido la apariencia que él odiaba fingir.
Y sin embargo, seguía perdonándole pues era la única forma de que su madre sintiera un mínimo de voluntad para seguir en pie.

Molesto, se levantó y caminó entre los pocos alumnos que aún quedaban en pie a aquellas horas. Sabía exactamente cuál era el lugar al que debía asistir, el lugar que no solían rondar muchas personas. Cruzó por el pasillo y rápidamente encontró el camino hasta la torre de astronomía frente a las escaleras desgastadas. Subió con la vista fijada en sus zapatos, cuyo sonido casi rompía la fina capa de silencio que consumía aquella parte del castillo. Pasó frente al reloj y pronto se situó frente a la barandilla mientras observaba el paisaje que le rodeaba.

Aquel paisaje era increíble. Draco era capaz de observar incluso las irregularidades del terreno, o escuchar al viento peinar las copas de los árboles más altos. La torre de astronomía se había convertido en uno de sus lugares predilectos. El chico se perdía entre el contorno de las nubes, que con el atardecer se desdibujaban, y encontraba fascinante la silenciosa canción que dominaba el castillo desde allí.
Poco a poco sintió la tensión del mal día desaparecer junto a la puesta de sol. Por fin podía respirar tranquilo y no fingir ante nadie ser alguien que no era. Ahora mismo sólo se sentía un humano más, capaz de llorar y reír, capaz de romperse en mil pedazos con el simple suspiro de otro. Estaba tan ensimismado en sus cavilaciones que no se percató de los suaves pasos acompasados que se aproximaban ni de la respiración apaciguada de la chica que ahora se había situado a su lado.

—¿No es un lugar precioso? —la voz dulce e inocente de Luna Lovegood ni si quiera lo sorprendió.

—¿Qué haces aquí, Lovegood? ¿Me has estado siguiendo? —respondió Draco con un tono muy distante pero aún así la chica continuó con aquella singular expresión soñadora.

—Me gusta este lugar. Suelo venir por las noches para observar las estrellas.

El chico le dirigió una mirada despectiva, pero Luna había vuelto el rostro hacia la luz de las estrellas. Su pálida piel contrastaba con el alrededor y la luz de la luna brillaba reflejándose en sus ojos.

—Pues ya te puedes largar, Lunática. No quiero que piensen que estoy aquí contigo porque me apetece —la chica, al escuchar cómo la llamada, giró el rostro lentamente y estudió con curiosidad los ojos del joven. El silencio se instaló entre ambos y Draco se sintió incómodo, sin embargo Luna seguía adoptando una mirada que no comprendía el motivo de la tensión del lugar.

—¿Por qué eres así? —preguntó ella sin vergüenza alguna.

—¿A qué te refieres? Yo soy como me da la gana, y me da igual lo que tu pienses.

—Cuando estás con otras personas eres muy egoísta y frío, parece que odias la vida y todo lo que te rodea. Pero antes, mientras observabas el horizote, pude ver en tus ojos un brillo diferente, casi como si fuera... cálido.

—¿¡De qué narices estás hablando!? —Draco se había puesto nervioso, y sus mejillas adoptaron de pronto un color sonrosado en el que Luna se fijó al momento. Una sonrisa apareció en el rostro de ella mientras volvía sus ojos al firmamento.

A la luz de la Luna (Draco y Luna) [OneShoot ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora