Cartas a través del tiempo/ Camila
¿No ves acaso cuán necesario es el dolor para educar la inteligencia y transformarla en alma?
-John Keats.
Hacía dos semanas que nos mudamos; aún no recibía noticias de Gaspard y aquello me preocupaba muchísimo. Claro que no se lo había contado a mis padres y ellos atribuían mi tristeza a la mudanza y los acontecimientos.
Padre me prohibió decir a dónde se suponía que nos íbamos, pero con mi mejor amigo tuve que hacer una excepción, no podría soportar no saber cómo estaba dado que ahora era un soldado, un pequeño soldado.
Saint Lo, es un municipio de Francia situado en la región de Baja Normandía, a orillas del río Vire; la estación ferroviaria la une con Bretaña.
La gente nos recibió con mucho cariño y apreciación al saber que Alejandro en otras ocasiones los había ayudado cuando estaban en apuros.
La casa constaba de dos pisos: abajo estaba la cocina, el baño y un pequeño comedor/sala de estar; arriba las habitaciones (la mía la compartía con mi hermanita), y un pequeño cuarto que mi padre destinó para escuchar las noticias por la radio y fumar unos puros luego de las comidas, en soledad. Pero era mi lugar favorito porque desde allí había una ventana donde podías divisar gran parte del pueblo; toda la actividad de los pueblerinos quedaba a mi alcance dado que Madre aún no pensaba que era seguro estar mucho tiempo fuera de la casa.
Por la mañana se los veía continuar su rutina normal, yendo las mujeres de compra al único mercado. Llegan con paso corto y lento, llenas de canastas para proveer al menos lo que podría ser un mes; yo pienso que lo hacen por miedo a que algún día no puedan salir de sus casas y gracias a las provisiones, sobrevivirían sin ningún problema. También algunos niños acompañan a sus madres, saltando de un lado al otro, inocentes y puros, sin saber lo que está pasando en la historia mundial. Cuando los veo, no puedo evitar pensar en Sofi y mi corazón pega un salto; sé que debo protegerla y brindarle la prolongación de su infancia sin los menos problemas pero ella intuye algunos cambios.
Como por ejemplo hace dos noches. Estábamos sentadas en las sillas de entrada y le leía un libro, no recuerdo cuál pero seguro trataba sobre princesas y hombres valientes saliendo en su defensa.
En un momento dado, escuchamos un sonido estridente; provenía de los bosques que dan al río y ambas nos miramos asustadas. Tragué saliva e intenté continuar apaciguando el tono de mi voz para que no se notara el nerviosismo pero Sofi me cogió de la mano y cerró el libro, mirándome con sus enormes ojos castaños, muy quietos y callados.
- ¿Qué pasa, Sofi? –Pregunté temiendo que me diera una respuesta a la que no pudiera hacerle frente. Se encogió de hombros y volvió la vista hacia el bosque; se tomó su tiempo en hablar.
- Me gusta este lugar… pero no entiendo por qué Sinu no quiere que juguemos con los otros niños –Ahora sus ojos centelleaban, húmedos. Acaricié su mejilla, sonriendo para evitar partirme en un llanto que no podría parar.
- Bueno, ya conoces a mamá. Primero tenemos que acostumbrarnos al lugar. Ya verás que dentro de poco, todo estará resuelto y podremos jugar con ellos –Volvió a posar su vista hacia la nada, algo perdida.
- Quiero estar con mis amigos, en casa –Su tonalidad se iba quebrando a medida que hablaba; posé mi mano en su cabello, dándole vueltas con mis dedos. Pero no fue hasta entonces que realicé cuánto podía saber mi hermanita-. ¿No extrañas a Gaspard? –La miré horrorizada. ¿Acaso había escuchado algo sobre nuestra última conversación? Mis ojos pasaron de los suyos hacia los bosques; intenté contener las lágrimas, debía ser fuerte por ella.