Día 7

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Estaba feliz

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Estaba feliz. Por fin eran vacaciones de verano y nada como irse a la playa. Había esperado tanto por que aquel día llegara que no dejaba de revisar a cada rato el enorme calendario que estaba en su habitación.

Ayudó a sus padres a acomodar las cosas para luego ponerse su flotador con estampados de tiburones dirigiéndose al mar en compañía de su padre que terminó cargándolo metiéndose al agua con él en brazos. Así, un divertido juego de aventarse agua comenzó en conjunto con las risas del pequeño pelinegro. Después de un breve momento se unió la madre de familia haciendo equipo con su hijo. Oh, cuánto había esperado el infante por de nuevo estar con toda su familia.

Así transcurrió el tiempo en el que la familia se divertía en el mar hasta que el pequeño de los Kirishima sintió su estómago gruñir.

Todo parecía ir como viento en popa. Disfrutaron de sus alimentos entre risas en un ambiente tranquilo y ameno, pero eso no le bastó a Eijirō quien tomó su balde de plástico y su pala diciendo que construiría un gran castillo de arena. No se alejó mucho de sus padres quienes aún degustaban un poco de comida y conversaban. Mientras se encontraba en lo suyo no se percató de la pelota que iba en su dirección la cual terminó pegándole en el rostro.

—Tú niño, regrésame mi pelota —se acercó corriendo un infante de cabello rubio cenizo.
—Auch. Fíjate por donde lanzas la pelota.
—Tú te atravesaste entre mi pelota y hacia donde iba.
—No es cierto —hizo un puchero.
—Sí niño tonto —el rubio tomó su pelota sacándole la lengua al pelinegro quien, ya molesto, le arrebató la pelota y la aventó lejos—. ¡¿Cómo te atreves idiota?! —empujó al contrario quien cayó sobre su casi terminado castillo.
—¡Mi castillo!

El rubio sonrió burlón echándose a correr por su pelota. Sin embargo, lo que no imaginó, fue que Eijirō lo seguiría con un montón de arena entre sus manos la cual le aventó en la cara provocando que le entrara un poco en  los ojos.

—¡Me las vas a pagar idiota!

Se lanzó sobre el pelinegro teniendo los ojos entrecerrados empezando a propinarle unos cuantos golpes. Algunos jóvenes y adultos que veían la escena, no se acercaban creyendo que estaban jugando, pero eso no sucedió con los padres de cada niño quienes corrieron para ver qué ocurría.

—¡Katsuki, suéltalo! —dijo la madre del rubio separándolo del otro pequeño.
—¡Eijirō! —el nombrado tenía lágrimas en sus ojos que no tardó en refugiarse en los brazos de su madre.
—Lo siento mucho —se disculpó un hombre de lentes quien era padre del rubio el cual veía de reojo como su querida esposa reprendía a su primogénito de una forma no muy sutil.
—Discúlpate mocoso.
—¿Por qué voy a hacerlo si él empezó? —miró a otro lado cruzándose de brazos.
—Eijirō, ¿es verdad? —habló el padre del pelinegro quien salió de su pequeño escondite.
—Me pegó con su pelota y me dijo tonto cuando yo sólo construía mi castillito.
—Tu cara es un imán de pelotas, no es mi culpa.
—¡Katsuki!
—Ambos van a disculparse con el otro, después de todo, los dos tienen parte de la culpa —comentó Masaru recibiendo una negativa por parte de su hijo, mientras que Eijirō aceptó siendo el primero en decir un 'Lo siento'. Katsuki hizo una mueca no queriendo decir esas dos simples y sencillas palabras hasta que un golpe propinado por su madre lo obligó tomando después su pelota y marchándose de ahí.

Luego de esa diminuta riña, Eijirō regresó junto a sus progenitores hacia donde se encontraban sus pertenencias. Intentó volver a hacer su castillo de arena, pero esta vez junto a su padre. Por otro lado, Katsuki seguía jugando con su pelota esta vez pateándola hacia el otro lado dándole varias veces aun niño de cabello verde y rizado llevándose reprimendas por parte de su madre.

•••••

Eijirō yacía sentado sobre la arena viendo el hermoso atardecer soltando una pequeña risa al recordar aquel día. Aún le seguía pareciendo gracioso lo que había sucedido. Lo que seguía sin creer fue que se había armado de valor para querer darle su merecido a aquel rubio cenizo siendo que él de pequeño era bastante tímido y prefería no meterse en peleas.

—¿De qué te ríes pelos de mierda? —preguntó Katsuki tomando asiento a su lado.
—Del día en que te conocí —volvió a reír al oír un bufido por parte del otro—. Fue exactamente en esta playa y, sino me fallan mis cálculos, justo es aquí donde sucedió.
—Fue divertido darte esa paliza —sonrió burlón viendo el puchero del ahora pelirrojo—. Aunque sigo sin creer que me hayas lanzado arena a los ojos.
—¿Me creerías si te digo que estoy igual? —rascó su nuca sin dejar de sonreír—. Al día siguiente que te vi ni te quería cerca, pero no sé cómo te las ingeniaste para pinchar mi flotador.
—Oh sí, ese ridículo flotador de mierda. Pensé que sólo lo usabas porque te lo habían comprado y ya, no porque no sabías nadar.
—Katsuki, cuando un niño usa un flotador es porque, literal, no sabe nadar.
—Ya lo sé idiota.
—Después de eso, estabas tan arrepentido que hasta te la pasaste pegado a mi buscando que te perdonara.
—Ni me lo recuerdes —viró los ojos escuchando de nuevo la risa del pelirrojo—. Y luego tu fuiste el que estuvo como puto chicle cada verano.

La charla se estaba haciendo amena de sólo recuerdos de su infancia vividos cada verano en esa playa. Rememoraron cada juego, broma, risa, comidas y "exploraciones" donde no faltó nunca la diversión. Quien iba a decir que de pequeñas maldades terminaría surgiendo una gran amistad y, ¿porqué no decir que incluso algo más? Katsuki apoyó su cabeza en el hombro de Eijirō sin dejar de escucharlo y ponerle atención soltando una que otra risa ante las ocurrencias de su ahora pareja. A veces se ponía a pensar cómo es que había terminado enamorado de aquel chico. Sólo sabía que de repente la cercanía de Eijirō lo había empezado a poner nervioso, su pecho se calentaba con sólo ver su radiante sonrisa y oír su ridícula risa. Incluso, ya se sentía desesperado porqué fuese verano y sus viejos le dijeran que preparara sus maletas para ir de nuevo a la playa.

Colocó su mano sobre la ajena la cual entrelazó sus dedos. El silencio se hizo presente entre los dos manteniendo su vista al frente contemplando como el cielo se teñía de un tono oscuro dando paso a la bella noche. Se levantaron sacudiéndose la arena empezando a caminar tomados de la mano hasta que Kirishima sonrió. Cargó a Bakugō —quien se sorprendió—metiéndose con él al agua. Los insultos por parte del rubio cenizo no se hicieron esperar mientras le lanzaba agua que fue regresada. Jugaron un buen rato salpicándose y luchando por quién hundía a quién regresando a aquellos momentos cuando eran niños y adolescentes.

De la nada, sus labios se unieron en un beso lento donde sólo demostraban lo que sentían el uno por el otro. En ningún momento el beso se tornó apasionado y lujurioso, sólo saboreaban la boca ajena donde sus belfos interpretaban una danza dulce y amorosa que habían hecho varias veces haciendo latir desenfrenadamente sus corazones.

Al separarse juntaron sus frentes sonriendo. ¿Quién diría que por una riña infantil encontrarían a la persona que amarían por el resto de su vida?  Pues ellos a pesar de los años seguían sin creerlo, pero ahí estaban en el mar bajo un cielo estrellado compartiendo un afectuoso momento.

KIRIBAKU WEEK 2020 [BNHA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora