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Peter

Ser diferente no es tan genial como parece. Por todos lados, en las películas, los libros y las series, el chico diferente siempre es el mejor porque es muy superior a los demás y tiene cualidades que los demás desean.

En la realidad, ser diferente apesta.

Descubrí que era gay a los 13 años. La primera vez que besé a una chica solo tenía 10 y fue la cosa más asquerosa que hubiera probado en mi vida. Luego analicé que la chica a la que había besado no era tan genial y que sólo era cuestión de encontrar la adecuada. Así que a lo largo de mis diez años besé a muchas chicas, pero la asquerosa sensación de estar besando a un sapo no se iba. Entonces decidí darme por vencido y simplemente esperar a  la indicada.

Pero la realidad me abrió los ojos a los 13 años. Conocí un chico y no podía dejar de mirarlo. Era completamente diferente al resto, brillaba sobre la multitud y por primera vez en mi vida sentí ganas de besar a alguien, cosa que por supuesto me dejó sumamente asustado, confundido y asombrado.

Pensando que solo era locura pasajera traté de buscar una novia, con la que borrar la extraña fascinación que sentía por ese chico. Sin embargo el plan no funcionó.

No encontraba una chica que me gustara aunque sea un poco para convertirla en mi novia. Y aprendí una cosa más desagradable aún.

Encontraba a los chicos atractivos.

Cuando me pasaba por al lado una chica vestida con un vestido rojo y muy ajustado, mi mente solo registraba el hecho de que la chica estaba enseñando gran parte de sus piernas y que el vestido remarcaba sus caderas. Pero cuando un chico pasaba por mi lado, llevara la ropa que llevara, mi corazón latía apresurado y mi cerebro registraba lo hermosos que eran sus ojos y la boca tan besable que tenía.

Por lo que decidí hacer lo que siempre hago cuando me siento inseguro sobre algo: investigo.

A esa edad ya sabía lo que era la homosexualidad, pero solo superficialmente. Pero a raíz de mis preocupaciones me lancé a la tarea con verdadero ahínco, y fue como si unas enormes puertas que se encontraban cerradas, se abrieran.

Conocer más sobre la homosexualidad, en vez de asustarme o asquearme me llenó de regocijo. No era tan diferente a los demás. Había millones de personas, que como yo, les gustaban los de su mismo sexo. Y con mi mente y mi corazón aclarados fui a contarle la noticia a mi madre, esperando encontrar en ella, apoyo y comprensión.

Cuál sería mi sorpresa cuando mi madre reaccionó a mi noticia con verdadero horror. Tal parecía que le había dicho que tenía la peste.

-¡Qué dices Peter!¡Homosexual!- tenía los ojos bien abiertos mientras gritaba y la cara desencajada del espanto- ¡¿De dónde has sacado esa palabra?! Nunca te he enseñado algo como eso.

Con más cautela que nunca le comenté a mi madre mis peripecias besadoras desde los 10 años y mi atracción hacia los chicos. Eso sólo hizo que enloqueciera más.

Fui castigado por 3 semanas y ese día, perdí por completo a mi madre.

Dejó de ser una madre amorosa, para convertirse en un ser que me miraba con desprecio, para ella ser gay era estar enfermo, por lo que se afanó en buscar la cura.

Me llevó con varios doctores y al ver que ninguno parecía capaz de revertir mi "enfermedad", acudió a la Iglesia, pero ellos tampoco pudieron curarme.

Mi "enfermedad" se convirtió en mi sucio secreto, el cual había que esconder igual que se esconde la suciedad bajo una alfombra. Ni siquiera dejó que le contara a mi hermano, que en ese momento se encontraba en la universidad.

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⏰ Última actualización: Jul 23, 2020 ⏰

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