Capítulo único: Amor mortal©

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Lo veo llegar con prisa y sé que algo no anda bien. ¿Por qué llora? Normalmente acude a los pies del frondoso roble con una hermosa sonrisa que me cautiva. Se derrumba sobre las preponderantes raíces, las tiernas y cristalinas gotas saladas caen de sus bellas esmeraldas hasta deslizarse sobre el roble. Una extraña sensación me invade, no es buena. Mi corazón. Mi corazón palpita con fuerza y duele. Duele demasiado.

Verlo de aquella manera (frágil y vulnerable) no es nada gratificante. Me gustaría encontrar la forma de volver a dibujar esa sonrisa que tanto alegra mis tardes, esa sonrisa que se ha ganado mi devoción, esa sonri...¿¡Pero que hago aquí perdiendo el tiempo!? Con unos suaves movimientos con las manos hago germinar de la tierra calada a causa de sus lágrimas unas bellas rosas rojas. Él parece no inmutarse. 

Hago un segundo intento. Ésta vez caen sobre él unas enredaderas que hacen el intento de frotar sus costillas con suavidad, las aparta con algo de brusquedad. Aún no sonríe, aún está abatido, ejecuto un tercer intento: unos espectrales animalitos danzan en el aire, desprendiendo un aura azul a su alrededor, giran cerca de su cabeza durante algunos pocos segundos antes de esfumarse dejando en su lugar diminutas brillantinas que descienden lentamente y al hacer contacto con el suelo se transforman en pequeñas pero bonitas flores silvestres.

Su agonía debe ser tanta como para no notar mis intentos de hacerle sonreír. Piensa Driophy, piensa. Y como si una presencia Divina me iluminase llegó a mí otro rayo de luz...dejo caer suavemente una especie de polvo haciendo que se sumiese en un sueño profundo. Me acerco hacia él, por alguna razón no puedo ingresar a su intrincada mente, no puedo hablarle en sueños, así que acerco la yema de mis dedos a su sien...¡Por eso llora!

Él se irá, sus padres planean llevarlo muy lejos de aquí, quisiera tener el poder suficiente y poder transformarlo en la flor más hermosa que jamás se hubiese visto. Pero no puedo. Yo no tengo ese don. Acaricio su rostro apartando las finas hebras de oro que caen sobre él, de pronto una voz resuena por el bosque...Su padre. Deshago el hechizo y me oculto. El joven empieza a despertar, sus lagrimas se han detenido pero su sonrisa aún no aparece.

Él se irá...él se irá y no sé que hacer, lo quiero aquí, lo quiero conmigo. El hombre mayor se aleja en silencio y poco después el menor se une a su andar. Otra vez, mi corazón es herido por filosas dagas. Él está lejos y quizá nunca vuelva, negándome a dejarlo ir vuelo hasta él. A cada metro que avanzo una luz dorada emerge de mi pecho produciéndome un agonizante dolor. Estando a escasos milímetros de rozar su piel me transformo en brillante polvo dorado.

¿Hasta dónde es capaz de llegar el amor de una dríada por un mortal? He aquí la respuesta: hasta la muerte.

Amor mortal©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora