PARTE 1
Debido al pelo corto y al uniforme, Juana de Arco podía pasar por uno más de los soldados de su ejército. Pero, ¿Cómo era diariamente, cuando se quitaba el casco y la armadura, se apeaba el caballo y se desperezaba? ¿Se bañaría en el río o en una tina dentro de la cabaña? Si no había otra mujer en el ejército, la única salida era colocar en la puerta a un hombre de su confianza, con órdenes para que apartara a flechazos a cualquier intruso que se pusiera pesado. Pues ese soldado realmente existió y se llamaba Louis-Auguste. Ademas de vigilar la entrada de la cabaña, curaba las heridas de Juana y redactaba las cartas que ella, no sabiendo leer ni escribir, tenía que enviarles al rey de Francia y a los jefes del ejército enemigo.
Louis-Auguste era estudiante de medicina y dejó la universidad para luchar al lado de la heroína. Fue él quién cuido de Juana cuando la hirieron de un flechazo en la pierna; usando un emplasto de hierbas y hojas, el joven logró parar la hemorragia y controlar la infección. Desde entonces, comenzó a cuidar personalmente de la futura patrona de Francia, cumpliendo las funciones de médico, consejero y secretario particular.
En él pensaba Juana la madrugada del día en que sería ejecutada. Arrojada a un calabozo, pasó la noche rezando y acordándose de los ojos. La voz y la dedicación de Louis-Auguste. ¿Habría sobrevivido su amigo a la carnicería de la última batalla? Por un instante, deseó que él estuviera muerto, así los dos podrían encontrarse en el cielo y vivir felices por el resto de la eternidad. Le hizo gracia esa idea, pero inmediatamente se sintió caprichosa y egoísta y sufrió por la posibilidad de morir cargando esos pecados. Si pudiera conversar con un sacerdote...
Poco después, por pura coincidencia, entró un hombre en la celda con un crucifijo colgado al cuello, sandalias de cuero crudo y un hábito de tela gruesa con una capucha que le ocultaba el rostro. Tan pronto se alejó el carcelero, el extraño se bajo la capucha y susurro que no estaba allí para salvar el alma de Juana sino su cuerpo.
Ella creyó ser víctima de una más de sus innumerables visiones.
¿Cómo habría logrado Louis-Auguste engañar a los soldados ingleses y, para ello, los dos tendrían que intercambiar sus ropas: él se pondría la túnica de la condenada y ella saldría con hábito de monje.
La propuesta de Juan la virgen confundida: no le parecía justo escapar sola, sabiendo que su amigo quedaría preso y moriría en la hoguera en su lugar. Además, no podía quitarse la ropa delante de un hombre. Y, por otra parte, no pretendía conocer los detalles de la anatomía masculina. Louis-Auguste respondió que se había arriesgado demasiado para llegar hasta allí y no permitiría que su plan fracasara por culpa de la timidez de un adolescente pudorosa. Si no quería ver a un hombre desnudo, que cerrará los ojos o se volviera de espaldas.
Después de cubrirse con la túnica de bruja, él la ayudó a ponerse el hábito de monje. Mientras Juan Ha logrado la proeza de amarrarse las sandalias 28 en sus pies 22, él le dijo que había sobornado a algunos guardias y que estaría muy lejos de la ciudad en el momento en que comenzará a quemarse en la plaza un muñeco de trapo.
Louis-Auguste se acurruco en un rincón de la celda y volvió el rostro hacia la pared al oír pasos en el corredor. Juana se dio cuenta de que, a esas alturas, ya no había cómo retroceder: si los ingleses descubrían la farsa, sin duda acabarían ambos en la hoguera.
Cuando el carcelero avisó que era hora de acabar la visita, Juana miró a Louis-Auguste, dibujó una cruz en el aire y recito con voz gruesa, en un latín impecable: " Yo te absuelvo de todos tus pecados". Salió de la celda con la cabeza baja, escoltada por los soldados, y se mezcló con la multitud que caminaba libremente por las calles y callejones de Rouen.Soy veloz leyendo en silencio: si la historia me atrae, los ojos se enlazan una palabra con otra y se disparan por las líneas como un tren bala desenfrenado. Mi problema es leer en voz alta, principalmente cuando tengo oyentes. Esa fobia me provoca una mezcla de tartamudeo con tos que no me deja ir más allá del primer párrafo. También padezco de falta de aire y un leve mareo enmaraña las letras, sin hablar del repentino mal humor y del corazón intentando salírseme por la boca. Fue todo eso lo que sentí (una especie de spm sin m) el día en que Apolo entró en la sala y anunció que los trabajos deberían leerse en voz alta.
Hay desgracias peores: el primer grupo sorteado fue el mío.
Sentí un poco de alivio cuando Danyelle Se sacó los papeles de mi pupitre, camino hasta la mesa del profesor y comenzó a contar la vida de la heroína francesa. Pero, para mi decepción, sólo leyó lo que había escrito o, mejor dicho, lo que había copiado de Internet.
Percibiendo mi ansiedad, la sádica dejo por mi cuenta en la última parte del trabajo.
Pensé en decir que, como seré (¿soy?) escritora, creé mi propia Juana de Arco, un personaje que podría no ser política e históricamente correcto, pero por lo menos no era una copia de actual de textos e ideas ajenos. Está claro que no dije nada de eso. Escupir fuego sobre Danyelle podría dejar mi alma más leve, pero concluir que el papel de dragón no me traería la serenidad zen que necesitaba para leer mi texto.
De repente, decidí no darle a Danyelle el gusto de verme presa del pánico: respire hondo tres veces y, con los ojos cerrados, ordené mis manos que pararan de temblar, al corazón que se calmara, a la garganta que contuviera el carraspeo. ¿Y creerán que me dio resultado? El cuerpo, para mi sorpresa, obedeció sin discutir. Me quedé tan tranquila y relajada que casi dejé escapar un bostezo.
Me levanté del pupitre sin prisa, fui al frente del salón y Mire a mis compañeros a los ojos, acentuando el suspenso para contar mi versión sobre la patrona de Francia. Yo me sentía la Fátima de la Gloria presentando las cabeceras del periódico más famoso del país. Sin tropezar con una sola sílaba, comencé diciendo que el pelo corto y el uniforme hacían que Juana de Arco pareciera uno más de los soldados de su ejército. Pero, ¿Cómo era ella diariamente, cuando se quitaba el casco y la armadura, se apeaba del caballo y se desperezaba?
A muchos les hizo Gracia mi duda: y Juana de Arco se bañaba en el río o en una tina dentro de la cabaña. La pena Es que la sonrisa del profesor (¡ qué dientes!) haya durado tan poco. Cundo Louis-Auguste entró e la historia, Apolo se rascó la barbilla y alzó las cejas, dividiendo la frente en arrugas paralelas. ¡Y aún así seguía siendo guapo! En realidad, parecía aún más encantador con las narices dilatadas y aquella mirada de cólera contenida.
A pesar de la belleza del profesor y del murmullo de los compañeros, volví a concentrarme en la redacción y continúe la lectura hasta el punto en que Juana de Arco sale de la prisión disfrazada de monje, dejando a Louis-Auguste en su lugar.
Pero me interrumpió un golpe en la mesa que casi me hizo soltar el papel. Apolo se levantó de la silla y, con los brazos abiertos, preguntó qué broma era aquella. No tuve oportunidad de explicarle que mi historia era ficción. Dijo que está allí para enseñar historia, no literatura, y jamás permitiría que una alumna cometiera la herejía de confundir una figura histórica, por añadidura una Santa, patrona de un país, de uno de los países más fuertes del mundo, con un personaje sin ningún compromiso con la realidad.
Sólo me quedaba engancharme el collar del Cero en el cuello y volver al pupitre con el rabo entre las piernas, pero fue grande mi sorpresa cuando el profesor cruzó los brazos y me mandó proseguir. Creí que quería hacer terrorismo, aprovechando las risitas de la clase para burlarse de mi historia. Aún así, seguí adelante.
Ya no sentía, es verdad, la misma seguridad de Fátima de la Gloria. Con el corazón otra vez acelerado y la voz temblando al ritmo de las manos, conté que Juana de Arco se había ocultado tras la capucha y que así fue hasta la plaza de Rouen, donde la leña ya estaba preparada para la ejecución de la sentencia. Políticos, clérigos, jueces, nobles, todas las dignísimas, en fin, y sus respectivos adulones se alineaban esperando a la principal invitada de la fiesta. Pero era imposible romper la muralla de hombros y codos. Para no ser aplastada, Juana se subió a un árbol y asistió al espectáculo a distancia.
Louis-Auguste había asegurado que, con la ayuda de soldados ingleses, él también escaparía de la prisión y mandaría a la hoguera a un muñeco de trapo. Pero el plan no resultó. Cuando el muchacho apareció en la esquina, tapándose el rostro para no ser identificado, Juana bajo del árbol y gritó que aquello no era justo, que estaban condenado a un inocente, que la verdadera bruja era ella. Para probar sus palabras, se quitó la capucha y reveló su rostro.
Apolo mantenía fruncido el entrecejo, pero no era difícil descubrir que se esforzaba para mantenerse serio. La clase, en compensación, se había convertido en una comparsa de carnaval. Hasta Elenita, que era de mi equipo, no pudo contener la risa, Pero lo que más me dolió fue mirar a Gus: una boca tan bonita, los labios tan sedosos, la lengua sin duda tan tibia y suave... El podía usar todos esos ingredientes para mandarme un beso de apoyo, pero prefirió imitar a sus compañeros y divertirse a costa mía.
No por eso dejé de leer. Por más que Juana se desencajara, ¿ Quién sería tan loco como para apartar los ojos de la hoguera y detenerse en aquel ataque de nervios de una muchacha histérica? Nadie prestó atención a su protesta y mucho menos al veredicto del tribunal eclesiástico. Después de llamar a la acusada hechizera, seudoprofeta, invocadora de malos espíritus, conspiradora, extraviada, sacrílega, execrable, idólatras, maligna y ávida de sangre, el sacerdote encargado de leer la sentencia le pidió a Dios que tuviera misericordia de aquella alma perdida y le hizo una seña al verdugo.
Louis-Auguste se queda todo el tiempo con la cabeza gacha, con miedo a que los jueces del santo oficio lo desenmascararan, y sintió alivio cuando finalmente lo amarraron a la estaca y vio el humo cubriendo su rostro. Cansada de patalear, Juana le pidió a Jesús que librara a su amigo de la agonía y recibió esa gracia: el alma del Muchacho adquirió la forma de una chispa y, desprendiéndose de la hoguera, subió al cielo con la velocidad de una estrella fugaz inversa. La muchacha se pasó el resto del día de ambulando por la ciudad y, hacia la madrugada, volvió a la plaza desierta, recogió las cenizas del suelo y lleno con ellas los bolsillos del hábito.
Faltaba aún el último párrafo, en el que explicaba que Louis-Auguste no se sacrificó en vano: al saber que Juana de Arco escapó de la hoguera, el Rey Carlos VII le confío el comando supremo del ejército, Francia derrotó a Inglaterra y puso fin a la guerra de los Cien años. Pero Apolo no me dejó terminar. Cuando mi heroína guardó las cenizas en los bolsillo, el profesor de historia exclamó " es suficiente" y dio la sentencia a mi grupo: ¡cero¡
Danyelle trató de defenderse, alegando que sólo había hecho la primer parte del trabajo y no quería tener una mala nota por mi culpa:¡ era lo que faltaba! Estuve tentado de decir que lo habíamos hecho todo en equipo, de principio a fin, pero no me parecía Justo perjudicar a Elenita, Así que asumí yo sola la autoría de la redacción.
Apolo no quiso saber nada:¡ cero para las tres y cuestión terminada!
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PODEROSA ( una chica con el mundo en su mano)
FantasyMientras sus padres discuten. su abuela rasca la pared y Danyelle se hace piercings para llamar la atención de Louis Augusto, Juana Rosalía sueña com ser escritora. Luego de salvar a Juana de Arco de la hoguera con una redacción, piensa que al escri...