Dos.

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— Y-Ya no soy el Rey de las Ovejas

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— Y-Ya no soy el Rey de las Ovejas.

Es interesante ver el mundo el arder, sin embargo es sofocante ver cómo tus compañeros caen en batalla. O al menos así lo pensaba el Nakahara a su corta edad de veintidós años.

El joven mafioso se encontraba en un conflicto fuera de los límites de su preciado Japón, y como en todo conflicto, las armas, las revueltas, los muertos y el ganador no podían faltar ni mucho menos hacerse esperar como una celebridad. Cuando el caos cae sobre las pobres almas culpables e inocentes, no hay nada que pueda detenerlo hasta que arrasa con todo a su paso, tal como un huracán de los peores en la historia.

Entonces, nuestro ganador termina siendo Chuuya, el más ventajoso en el frente de batalla; el más bendecido con fuerza, inteligencia y hablidad. Más no lo confundamos, "ganador", la palabra como tal no existe para nuestro peli-naranja, porque nadie ahí obtiene la victoria cuando se han perdido vidas de ambos bandos, simplemente lo que obtienes es paz. Simple paz.

— Todo está controlado en el sur — se acuerda de haber dicho a su jefe, Mori Ougai, y también recuerda haber sido felicitado por el mayor.

— ¡Oh, el Rey de las Ovejas a vuelto! Que buena noticia — también recuerda haber sido molestado por su compañero de trabajo, Dazai Osamu.

— ¿Cuántas veces tengo que decirte que no me llames así? Olvídalo, eso pasó hace mucho tiempo y yo no era ningún "rey" — contestó molesto. Realmente el castaño sabía sacarle de sus cabales en menos de tres segundos.

— Lo lamento — fingidamente se disculpó tomando asiento en el sofá de la lujosa habitación que compartían — ¿Cómo te fué? — terminó preguntado.

Chuuya suspiró. Se quitó la gabardina que solo colgaba de sus hombros y comenzó a aflojar la corbata estrecha que poseía. Luego, ocupó lugar en su cama, extendiendose en ella cansado.

En el lugar había dos camas para sus respectivos dueños. Por supuesto, una estaba más ordenada que la contigua.

Entonces comenzó a contarle lo que había sucedido, y terminó por salir del edificio hecho un torbellino de molestia cuando escuchó las famosas ideas que Osamu tenía dentro de su cabeza. Eran muy distintos, mientras él pensaba en paz, el otro pensaba en guerra, guerra y más guerra, no obstante, por más que quisiesen separarles era imposible hacerlo, porque eran el Soukoku, el mejor duo que tenía la mafia para contrarrestar problemas a gran escala.

— Siempre con lo mismo — más que al castaño, se regaño a él mismo, ya que después de todo sus conversaciones siempre terminaban de aquella manera últimamente.

El Nakahara lo comprendía y no lo decía abiertamente, ni siquiera a él mismo, pero sin duda, por primera vez después de siete años en la mafia necesitaba un buen descanso que le aclarara las ideas. ¿Matar o no matar? Proteger la cuidad a cambio de otras y muchas vidas de por medio, ¿de verdad era su destino y lo que haría toda su vida? Si la respuesta era afirmativa, entonces que vacia vida se llevaría a la tumba.

Sin saberlo, sus pies le llevaron a dónde menos lo esperó. Directo a esa barda que se extendía por un buen tramo de la calle y que solo poseía una puerta blanca, que a pesar de que los ladrillos color café estaban sucios, está brillaba tal como si llevara a otro mundo, que incluso tenía un arco de flores blancas adornandole.

— ¿Está parte de la ciudad...? — cuando por fin se dió cuenta, observó toda la superficie con cuidado recordando lo que había vivido hacía siete años — ¿Que habrá detrás? — se preguntó con los pies pegados al suelo. Simplemente no pudo evitar la curiosidad.

Se debatió. No quería pensar en la niña sin nombre, porque se emocionaba nada más al recordarla, aunque claro, durante ese tiempo fueron contadas las veces en que ella vino a su mente. Había caído de esa barda, ¿no? De modo que lo más probable era que tuvieran alguna conexión, pero, ¿que sucedía si asomaba la cabeza y encontraba nada más que un pedazo de tierra baldío?

Decepción pura e ingrata.

Sin pensarlo caminó sobre la pared con las manos en los bolsillos con un semblante de "que demonios estoy haciendo". Si realmente llegara a ser esa propiedad privada se llevaría una buena vergüenza por fisgón, sin embargo, su rostro se tornó amable cuando observó lo que había detrás.

¿Una princesa? No. Por más que lo pareciese, aquella joven de vestido amarillo esponjado y elegante, no lo era, aún debajo de aquel quiosco rodeada de mil flores rosas con una mesa para té por delante. Sus coletas altas con rizos bien formados le adornaban el rostro de niña que poseía junto con aquellos grandes ojos de largas pestañas; mismo rostro que clavó en dirección del joven de pie sobre la barda.

¿Había llegado su príncipe azul?

— ¡El Rey de las Ovejas! — levantándose de la silla que ocupaba, exclamó emocionada y corrió en la dirección de la barda.

Chuuya recordó entonces aquel consejo inocente, pero bajo el ceño al escuchar ese apodo. Bueno, por lo menos lo recordaba.

— Y-Ya no soy el Rey de las Ovejas... — siseó con molestia para que ella no escuchara y lo logró — ¿He llegado justo a la hora del té? — inquirió olvidandolo, poniendo en su rostro una sonrisa coqueta.

— Tiene usted toda la razón, ha llegado justo para hacerle compañía a esta bella dama — siguiéndole el juego, colocó un pie detrás del otro y se inclinó tomando las orillas del vestido en sus manos.

Chuuya río divertido.

— Entonces ahora, ven a mis brazos — tras decir, extendió los brazos hacia el frente con una sonrisa brillante.

— ¿Quieres que me lance? — preguntó un tanto asustado de sus pedidos. Claro que no iba a caerle encima a la hermosa princesa.

— Es justo, la última vez tú me salvaste de un buen golpe, es ahora mi deber hacerlo cuando soy la que tiene los pies en el suelo — orgullosa de su desición contestó, aunque obviamente estaba jugando con él, ya que ni en mil vidas podría tener la fuerza para sostenerle.

— Entiendo. Comprendo tu punto — aceptando, entonces el peli-naranja se lanzó al vacío sin ver hacia abajo...

Kanashimi / Nakahara Chuuya 🍷.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora