Nieves, un alma pura e inocente, que nunca le hizo daño a nadie, y amó como nadie lo hizo, se encontraba en casa, su casa, con la que compartía con su querido marido Rubius. Cada día un beso nuevo, un regalo nuevo, y un amor que no hacía más que crecer y florecer. Sin embargo, esos momentos felices no volverían a ser como antes. Nieves, con su armadura de diamante regalada por su esposo para protegerla, sus preciosos ojos azules y sus hermosas coletas pelirrojas, escuchaba una conversación fuera de su casa. Miró por la ventana y encontró al policía Alexby y al amigo de Rubius, Mangel, que según había oído, estaba siempre de viaje, explorando nuevas tierras. Iba a abrirles la puerta, pero algo la inquietó. Mangel estaba demasiado serio, con su típico cigarrillo en su boca, emanando su característico humo gris, y un aura que decía a gritos que no se acercara a él. El policía no parecía querer entrar a la casa, así que supuso que eran imaginaciones suyas. Su amado esposo siempre le hablaba bien de su amigo Mangel. Se dispuso a arreglar un poco el lugar, tenerlo todo limpio en caso de que hicieran una visita, siempre eran bienvenidos.
Se tardó un poco, pero casi estaba lista, seguía oyendo voces fuera, pero de repente pararon. Supuso que se marcharon al final, hasta que oyó la puerta abrirse y vio ingresar a Mangel. Le parecía extraño esa silenciosa entrada, caminaba sin hacer mucho ruido, acercándose lenta y peligrosamente hacia ella. La expresión de Mangel era sombría, no le transmitía confianza, pero tampoco sabía qué decir en esos momentos. Mangel se puso cerca de ella, demasiado, la miraba con rencor, y Nieves se preguntó qué había hecho para ganarse el odio del amigo de su marido.
No dijeron nada, solo se miraron en un incómodo silencio. Ella no encontraba las palabras adecuadas para iniciar una conversación educada, y él no deseaba hablar, deseaba sangre. No hará falta decir cuánto se asustó Nieves al verlo desenvainar su espada. Sujetaba el mango de esta con fuerza, listo para usarla. Nieves se quedó paralizada, no sabía qué hacer. Mangel alzó el arma sin decir palabra, y la chica cerró los ojos aterrada a más no poder, debía de ser una broma, una broma muy pesada, pero sintió el filo en su abdomen, atravesando su armadura, y supo que debía gritar por ayuda, pero al hacerlo, no emitió sonido. Se mantuvo en pie, incluso cuando la espada ahora manchada de su sangre salió de ella. Comenzó a llorar y gritar de dolor, se sujetó a la pared detrás de ella. Pensó que ya había acabado el ataque, pero Mangel la apuñaló otra vez, y otra, y otra... su cuerpo ardía y el dolor era insoportable, no podía gritar, no podía defenderse, iba a morir ahí mismo, en su propia casa, su querido marido la encontraría sin vida y se culparía, porque así es él. Cayó al suelo deslizándose por la pared, dejando un rastro rojo brillante a su paso, manchando la pared blanca pura. Sintió todo volverse cada vez más negro, y Mangel seguía allí, quería asegurarse de que estuviera muerta. Finalmente cedió y abrazó los brazos de la muerte, aunque quisiera quedarse junto a Rubius y sus mascotas, su familia. Finalmente cerró los ojos rindiéndose, ya no sentía dolor físico, pero el emocional fue lo último que la acompañó.
Mangel vio cómo el cuerpo dejaba de moverse y la sangre hacía un charco a sus pies. No se arrepentía, Rubius mató a Valeria, y pagaría quien más amaba. Salió tranquilo, volviendo con el policía, manchado de la sangre de Nieves. Cuando Alexby lo vio llegar con la espada desenvainada y de color carmesí, se culpó de todo. Sabía que debería haberlo encarcelado cuando le dijo que Nieves pagaría, ¡era policía, su cometido era proteger a los civiles y evitar que pasaran este tipo de cosas!
--¿Pero qué has hecho, cabrón?! ¡La has matado!
--Yo no la maté, ya estaba muerta cuando llegué.
Alexby no podía creerlo, un asesinato delante suyo, tenía las pruebas justo al otro lado del cristal de la ventana, ¿cómo seguía negándolo?!
--¡Pero si esto es de las cosas más ilegales que hay, cabronazo! Ay Dios mío...
Y así siguieron culpando y negando un rato, hasta que Alexby metió a Mangel entre rejas.
--¡No me arrepiento de nada! ¡Fuck the system!!
Incluso en la prisión insistía en que no era suficiente. Lo peor es que, con la ley actual de Karmaland, este loco debería salir en algún momento. Volvería a matar, lo sabía, pero no podía hacer nada más, por más que quisiera.
Nieves despertó con frío. Tras un momento de vacilación, sin saber qué había ocurrido, se levantó. Sintió un dolor casi insoportable en su abdomen, y al tocar, sintió más frío. Se miró alarmada las manos, eran de palo, su cuerpo de nieve, su cara de piedras, y sin piernas. Había vuelto a ser un muñeco de nieve, había vuelto a la maldición de la que la sacó su... ¡su esposo! ¿Dónde estaba? ¿Estaba bien? Seguía en casa, todo limpio, excepto por una armadura de diamante en el suelo y un líquido carmesí adornando la pared y suelo. Recordó todo, se echó las manos de palo a la cabeza e intentó gritar, pero ya no tenía boca, solo soltó agua por las piedras de sus ojos.
Pasó poco tiempo cuando Rubius se enteró de lo sucedido. Inmediatamente entró en cólera, empezó a gritar, a destrozar lo que tuviera a su alcance, y cuando se calmó, lloró. Era culpa suya, no había estado allí para cuidarla como le prometió cuando se casaron. Le juró que la protegería con su vida y un millón más, pero había fracasado con éxito. Abrazó la que ahora era Nieves, con su aspecto de antes de casarse, pero agradeció que al menos pudiera recordarlo, aparentemente. Ella no decía nada, no podía, pero le devolvió el abrazo con calidez y sinceridad. Ambos necesitaban ese momento. Cuando el abrazo terminó, Rubius miró a su queridísima mujer a sus ojos de piedra y le prometió venganza.
Los animales y los monstruos se abrieron a su paso, pues ni ellos ofrecían tanta muerte como la prometía él. Vestido de negro hasta arriba en un traje ajustado, con una máscara negra también con una sonrisa y mirada blancas, se reía en voz baja. Traía un montón de explosivos. Demasiados. Se dirigía a casa de su ex mejor amigo. Alexby se lo dijo todo. No podían dejar a Mangel sin vigilancia. Aquel ser inocente que huía del psicópata de Lolito quedó atrás. Realmente Karmaland podía volver loco a cualquiera. Obviamente, Rubius ya se había preparado para una reforma en la casa del fumador cuando hablaban sobre quién era el culpable. Ahora le quitaría a Mangel todo lo que amaba, y no descansaría hasta quitárselo todo.
Finalmente llegó a la casa. Tenía ya algunas partes rotas y se coló por un hueco al lado del huerto. Inspeccionó toda la casa, buscando los mejores sitios para colocar la dinamita. Le quitó la llama rosa de su habitación como capricho, y un cartel del padre del asesino, que lo puso ahí cuando visitó un día el pueblo. Salvo esas dos cosas, todo sería destruído. Y comenzó el caos.
Mangel volvía a su casa y vio a un sujeto de negro en esta, esperándolo en lo alto de su hogar. Con esa máscara, parecía reírse de él.
--Tú destruíste lo que más amaba.
--Ni siquiera sé quién eres.
Se quitó la máscara y vio a su compañero Rubius, con una sonrisa siniestra en su rostro. Mangel tragó saliva.
--Esto es por Nieves.
Instantáneamente lanzó una EnderPerl y cayó a su lado, escapando de una explosión en el tejado. Rubius se puso la máscara y lanzó flechas de fuego dentro de la casa, riendo como un loco y eufórico. Mangel se tiró de los pelos al ver la destrucción de su hogar, intentando parar el fuego de las mechas de la dinamita, fallando.
Ambos salieron de ahí, espectantes, mientras la casa se derrumbaba delante de ellos. Rubius se acercó a él hasta ponerlo incómodo, se rió en su cara y dijo serio:
--La próxima vez que le hagas algo a mi familia, mi casa o mi propiedad, todo cuanto amas, quedará reducido a cenizas, ¿me escuchas? Todo.
Y salió corriendo a través de los prados, entre la oscuridad. Había cumplido la venganza y conseguido un nuevo enemigo al que no perdonaría nunca.
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Por Nieves
FanfictionUn pequeño one-shot sobre cómo fue asesinada. ☆Todo escrito por mí. ☆Los diálogos no son exactos, los modifiqué un poco. ☆(Obviamente) Incluye violencia y malas palabras.