La historia del Titanic narra un derecho y un revés: en 1943 fue el título de un film alemán deliberadamente antibritánico que se propuso ilustrar cierta impericia de la industria naviera de los ingleses. En 1958 hubo otra realización, justamente inglesa, A Night to Remember; y varias décadas más tarde, en 1997, como es más recordado, James Cameron apostó el que hasta entonces había sido el presupuesto más alto utilizado en Hollywood con el fin de limpiar aquel antiguo improperio nazi y envolver bajo un aura de buen drama el naufragio de la vida norteamericana. No sé si Claudia Bitrán haya querido formar parte de esta cadena de respuestas, pero es desde la cuna del más puro imaginario del pop de donde viene, y cara y contracara de la historia acaban por reencontrarse hoy en el Museo de Artes Visuales.
Los dos pisos superiores del MAVI se encuentran ocupados desde el 14 de enero con su último trabajo multimedia. Presentada como exposición individual, Profundo es la puesta en escena de todas las partes y elementos con que la artista ha ido construyendo su versión personal del Titanic de Cameron, titulada esta vez Titanic, a deep emotion. Entre cientos de storyboards de planificación en formato comic, escritos a modo de guiones, objetos, animaciones de papel, cartón y plasticina, maquetas, collages, pinturas, telones y paneles usados en el rodaje, Bitrán expresa con una estética quizás más cercana al teatro que a lo cinematográfico una ingeniería creativa saturada y asertiva, desplegando sobre ella ampliamente su formación pictórica. La mixtura de medios es total. Sin embargo, predomina el trabajo de utilería y escenografía junto al de performance, en torno a la obra fija y principal que sería la proyección del avance de la película.
El suceso de la exposición da la impresión de ser en sí una performance: Bitrán aparece en distintos medios oficiales y alternativos, en prensa, radio y televisión, hablando una y otra vez sobre su obra, sistemáticamente mimetizada con su entorno mientras que en la muestra deja ver algo profundamente atractivo y levemente perturbador. La exposición expele complejidad, humor y experimentalidad. Su imaginario suelto y desordenado se realiza entre lo precario y lo prolijo. En tanto esta obra a modo de epopeya audiovisual tratada en un pop barroco y haraposo, resulta paródica y mestiza. Si se pensara el arte como una alternativa al lenguaje estructurado, ese que comprende el mundo, Bitrán estaría allí removiendo signos. Estudió artes en la Universidad Católica y un Máster en pintura en la Rhode Island School of Design, pero su obra más bien tiene que ver con explorar el general de los gustos de la gente: el pop, rondando lo popular, el kitsch, y lo patético en su sentido más original. Así, se imbuye en imágenes divulgadas, en personajes famosos o canciones hit, y ha hecho reinterpretaciones de videos musicales y otras realizaciones audiovisuales o televisivas de carácter paródico. Sobre el gesto de realizarlos, dice que usa la parodia como un marco que le ayuda a ordenar todas las sensaciones que le produce la cultura de masas. Pero lo que más le interesa es reescribir, no solo parodiar. “La parodia es un lugar perfecto para comenzar a reescribir, porque a medida que me voy involucrando en mis proyectos de imitación voy ahondando en nuevas narrativas que no tienen que ver necesariamente con la mímica, sino que están ligadas, por ejemplo, a la autobiografía, a la infancia, a la naturaleza, a la historia del arte, a la soledad, a la colaboración, a la violencia, al consumo”, dice la artista chilena.