Capítulo "Mi Nuevo Vecino"

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Por norma general, el lunes suele ser el día más contradictorio de la semana. En mi caso, desde hace un par de meses es cuando tengo fiesta, y lo aprovecho a conciencia. Es el único de la semana en que puedo salir a correr en vez de aguantar a tipos sudados en el gimnasio, algo a lo que me veo obligado para poder compatibilizar el ejercicio con el trabajo. Prefiero mil veces respirar un poco de CO2, salpicarme de barro las deportivas o mojarme con la lluvia, antes que sudar en la misma máquina donde minutos antes ha estado otro.
Al enfilar el último tramo, vislumbro un camión de mudanzas frente al portal de casa y a dos operarios descargando cajas. Tuerzo el gesto, lo que faltaba, justo en mi día libre ruidos y gente dando voces.
Al entrar en el portal, me encuentro con otra vecina que mira a los dos currantes con cara de bulldog y les hace mil recomendaciones para que no dejen marcas en la pared mientras transportan los muebles.
-Buenos días, señora Choi -saludo a la propietaria del segundo derecha.
-Buenos días -me responde ella, sin suavizar su expresión de enfado-. Mire cómo lo están poniendo todo. ¡Qué desastre! ¡Y sólo hace seis meses que pintamos la escalera!
Sonrío comprensivo ante tanta exclamación. La mujer exagera, lo sé, pero es lo que tiene ser una viuda jubilada con buena pensión y un piso de doscientos metros cuadrados en el centro, que se aburre, y cualquier cosa que se salga de la rutina habitual le supone todo un estímulo para pasar la mañana.
-Espero que al final lo dejen todo como estaba -le digo, con el fin de tranquilizarla y de paso escaquearme, pues tengo una imperiosa necesidad de meterme en la ducha.
-De eso me encargo yo -asegura convencida.
Estoy a punto de marcharme, cuando, llevado por la curiosidad, pregunto:
-¿Sabe a qué vivienda llevan todo esto?
-No querían decírmelo, los muy pájaros, sin embargo se lo he sonsacado. Han comprado el ático B.
-¿Cómo? -pregunto tragándome un juramento, porque yo vivo de puta madre en el ático A sin nadie al lado que me moleste. Incluso tengo pensado, en cuanto pueda, comprarlo para poder vivir sin ruidos.
-Lo que oye, señor Kim -me confirma, satisfecha por estar al tanto de todo lo que ocurre en el edificio-. Esperemos que sea una familia decente.
-Sí, decente -murmuro, cruzando los dedos para que no sea, bajo ningun concepto, una familia, pues lo que menos me apetece es estar repantigado en el sofá, viendo una película, y oír a críos correteando por el pasillo y chillidos histéricos de los padres intentando cazarlos.
La señora Choi no se equivoca y cuando salgo del ascensor me encuentro un montón de cajas en el rellano, junto a mi puerta, dificultándome el paso.
Me aparto cuando un tipo me da en todos los riñones con una caja. Fulminarlo con la mirada no me sirve de nada, pues se escabulle hacia el interior de la vivienda sin ni siquiera disculparse. Me llevo las manos a la espalda, porque me ha dado de lleno. Voy a tener que pasar por el masajista.
Busco las llaves, dispuesto a olvidarme de mudanzas y vecinos maleducados, justo en ese instante me suena el móvil. Suelto una palabrota, porque mira que es mala suerte, al final me joroban el día y cada vez veo más lejos darme una ducha.
Vuelvo a apartarme cuando aparecen los dos operarios maniobrando con un sofá. Ni se han molestado en advertirme y no me apetece llevarme otro golpe.
-Ese sofá lo quiero junto a la ventana -dice una voz seximente grave desde el interior.
-A ver, ¿qué se ha roto ahora? -le pregunto de mal humor a Baek, el chef del restaurante donde trabajo como gerente, que es quien me ha llamado al móvil.
-Nada, tranquilo. Para ser tu día libre te veo muy estresado.
-Al grano -le pido y entonces aparece el maleducado de antes, despeinado, con unaa camiseta zarrapastrosa y un pantalón no mucho mejor. Me mira y suelta:
-Podrías echar una mano.
-Jongin, ¿sigues ahí? -me pregunta Baek.
-Sí, joder. ¿Qué quieres? Y antes de que me lo pidas, no, no te doy más días libres le advierto, porque intuyo por dónde van los tiros.
-No seas bobo, no es eso -dice él riéndose-. Sólo te llamo porque me han avisado del seguro y a primera hora viene el fontanero a reparar la fuga del aseo de caballeros. Yo no puedo ir y la señora de la limpieza tampoco, así que tendrás que ocuparte tú.
-Joder... Vale, ya me acerco. ¿Algo más? -pregunto de mala leche, porque me ha astidiado los planes.
-No, señor agonías. Nada más.
Cuelgo de mal humor. El nuevo vecino sigue dándoles instrucciones a los tipos de la mudanza y, pese a que su aspecto deja mucho que desear, no puedo evitar mirarlo con ojo crítico.
-¡Cuidado con esa caja! -grita, sobresaltándonos a todos y se encarga de llevárselo el mismo.
-Los divorciados son los peores -comenta uno de los operarios, negando con la cabeza.
-¿Y cómo sabe que es divorciado? -me arriesgo a preguntar, pese a que me trae sin cuidado.
El tipo me mira con cierto aire de superioridad antes de responder:
-Llevo bastantes mudanzas a mis espaldas. Si se tratara de una pareja, por ejemplo, veríamos cajas mal etiquetadas u otros objetos típicos. Y en el camión no hay ni rastro de ellos.
-¿Objetos típicos? -inquiero, cruzándome de brazos, porque tiene que ser cuando menos chocante la explicación.
-Pues sí. Los divorciados nunca quieren ningún objeto que les recuerde a su ex.
-Ya, bueno, pero podría ser un viudo.
-Poco probable -responde el hombre encendiéndose un cigarrillo y negando con la cabeza-. No tiene la edad, para empezar, y además los viudos son los primeros que suelen querer conservarlo todo de sus maridos. No, ésta es divorciado.
-Tiene sentido... -murmuro.
-Chorradas de última hora -resopla él-. Si quiere se lo preguntamos.
-No, gracias. Me quedo con la duda -contestó, encogiéndome de hombros.
-No le pago para que esté de cháchara con los vecinos -dice de nuevo esa voz sexy a mi espalda y ambos damos un respingo.
-Disculpe, señor -murmura poco o nada avergonzado el de la mudanza y se da media vuelta dispuesto, supongo, a ganarse el sueldo.
Entonces pienso que, a pesar de que me importa un comino su estado civil, cuesta muy poco ser educado y le tiendo la mano presentándome. Él primero se limpia en el ajado pantalón que lleva, y luego me la estrecha.
-¿También pertenece al comité de bienvenida? -pregunta y noto su sarcasmo, lo que significa que ya ha tenido un primer encontronazo con cierta viuda que reside en el edificio.
-No, tranquilo, y si quiere un consejo, la señora Choi se contenta con un par de cotilleos al mes.
-Gracias por la información. Me ahorraré las galletitas. Y ahora, si me disculpa, tengo muchas cosas que hacer.
Me dedica una de esas sonrisas un tanto irónicas de quien te manda a paseo pero con educación y se mete dentro de su apartamento. Genial, ahora por fin puedo darme esa ducha y olvidarme de él, bueno de Do Kyungsoo, que ya sé su nombre.

****
Una de las ventajas de dirigir un restaurante es que siempre tengo a mi disposición comida gourmet. Por supuesto, yo nunca he cocinado ni pretendo aprender, sin embargo, dispongo de lo que podría denominarse servicio a domicilio, ya que nuestro chef, con un complejo de hermano mayor, me envasa cada día comida suficiente para que no tenga que mover un dedo y además invitar a cenar al ligue de turno quedando como un señor, aunque rara vez lo hago, ya que no me gusta que invadan mi espacio personal. Que después hay muchas(os) que se confunden y creen que si los dejas pasar una noche en tu casa, luego pueden venir cuando quieran.
Una ducha tonificante y, tras dar buena cuenta de la comida, lo dejo todo más o menos recogido para que Taemin, el asistente, no se lo encuentre manga por hombro. También le dejo dos trajes para que me los lleve a la tintorería.
Taemin es otro que tiene complejo de madre. Me cuida y hasta se ocupa de tareas, como lo de tenerme a punto los trajes, que no entran en sus obligaciones, pero él siempre dice que no le cuesta nada.
Reconozco que lo contraté, hace ya más de tres años, por motivos poco ortodoxos. Era guapo, simpático y, por supuesto, en su momento lo consideré susceptible de ser seducido. Y estuve a punto, lo reconozco. Uno de esos días tontos en los que uno llega a casa un poco alicaído y cualquier chico mínimamente interesante puede levantarle el ánimo, ya que un buen polvo siempre estimula. Lo tuve a tiro, y él siempre se ha mostrado receptivo, no soy tan tonto como para no darme cuenta; sin embargo, sopesé los pros y los contras y al final me di cuenta de que follármelo sólo tenía contras. Un buen rato entre las sábanas no compensaba perder un empleado del hogar competente.
Un motivo egoísta, lo admito. Por otra parte, tras haber hablado con el de forma casual de esto y aquello, sabía que Taemin no entendería el concepto de rollo de una noche; para él, cualquier roce y no digamos ya intercambio sexual significaría poco menos que una declaración de intenciones honestas, y a mí, la verdad, ni me apetece ni quiero líos y relaciones que rayen lo serio. Me va bien con mis encuentros sin compromiso. Son cómodos, libero tensiones, me permiten experimentar, no caigo en la monotonía y mi agenda de contactos es como las Naciones Unidas. No puedo quejarme. Hay quien opina que tengo carencias afectivas. Chorradas. Vivo de puta madre.
Repaso mi guardarropa y selecciono un traje gris oscuro, prescindo de corbata y me arreglo para dirigirme al restaurante y ocuparme de la nada apetecible tarea de supervisar el trabajo del fontanero. Sólo espero que la avería sea poca cosa...

Guardemos el secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora