Aunque sea...

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Sonríe débilmente a Amaia saludándole con un abrazo en la zona de llegadas de Barajas. Su viaje quincenal a Barcelona por trabajo, esta vez ha durado dos días y, por primera vez desde que se mudó, puede decir que echa de menos poder pasearse descalza y ducharse en su baño en su casa. Puede que sea solo un destello, pero es parte del proceso de empezarle a coger cariño a esas cuatro paredes. 

Es media tarde y Amaia insiste en que, si no está muy cansada, pueden dar la clase de piano de esta semana esa misma tarde. Aitana acepta al plan, no pensaba hacer otra cosa que dejarse caer en el sofá y como mucho hacerse algo rápido de cena y meter en la lavadora la escasa ropa sucia de estos dos días. En realidad, si su instinto sigue siendo el que era, juraría que Amaia tiene un particular interés en pasar un rato con ella y quizá liberar ese enredo que parece estar complicándose más en su cabeza según van acercándose hacia su piso.

No le pasa desapercibido el suspiro, quizá de alivio, de Amaia cuando abre la puerta y comprueba que en el colgador de las llaves, no hay ningún llavero aún.

Aitana no hace ningún comentario y la imita descalzándose y caminando con paso decidido hacia esas teclas que parecen un buen escondite cuando uno prefiere dejar de lado, al menos por un rato, al resto del mundo.

Aitana gira la cabeza algo sorprendida al ver que su amiga no se ha dado cuenta de que se ha equivocado ya en tres acordes seguidos y, aunque Amaia sea un desastre en muchos ámbitos de su vida, en cuanto al piano solo se permite la perfección.  

Quita las manos de las teclas y roza su pierna haciendo que Amaia reconecte y sacuda la cabeza, como si ese gesto fuera a llevarse por delante sus pensamientos.

- Sabes que estoy aquí si lo necesitas, ¿no?-dice finalmente recordándole a Amaia que quizá aún pesa un par de kilos menos que antes de todo, que va empastillada con receta médica y que hay días en los que no sabe si va o viene y las noches se hacen eternas, pero que está ahí.

Sabe que no ha sido precisamente una amiga ejemplar en los últimos tiempos, pero su buena fe siempre va por delante. Amaia asiente levemente con la cabeza y desaparece hacia la cocina y vuelve con una bolsa de patatas y un par de zumos dejándose caer en el sofá, haciéndole hueco a Aitana a su lado.

Aitana se sienta a su izquierda y Amaia deja caer la cabeza sobre su hombros mientras suspira.

-¿Alfred?

Amaia suspira de nuevo. Sí, Alfred desde un un tiempo. Concretamente desde que ha entrado en los 30 y se ha empeñado en mencionar la palabra "bebé" en cada frase que se escapa de sus labios. O al menos esa es la sensación que tiene Amaia.

Ella no quiere tener hijos. 

Ni puede tenerlos.

- ¿Sigue insistiendo?-pregunta Aitana metiendo la mano en la bolsa que le tiende su amiga, mientras ella asiente- No entiendo, pero si ya sabe que tú no puedes-comenta algo confundida.

-Bueno-Amaia evita mirarle buscando una patata que no esté rota en la bolsa- es que en realidad no lo sabe.

-¿Cómo que no lo sabe?

Aitana abre la ojos sorprendida por la confesión de su amiga, tratando de hacer contacto visual con ella. 

Amaia traga saliva y después de suspirar otra vez, empieza a explicarse.

-Al final fue pasando el tiempo y estábamos bien, y él siempre decía que no quería tener hijos, así que fui retrasando la conversación hasta...

-Hasta ahora, porque no te queda otra que decírselo-completa Aitana la frase de su amiga, que asiente a sus palabras- Lo que no dices, aunque sea para proteger al otro, acaba creando un abismo entre los dos, te lo digo por experiencia.

Canción Desesperada (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora