Eran las seis de la mañana y sonó el despertador. Al levantarme, cogí mis zapatillas de cuadros y me las calcé. Caminé hasta el baño y me lavé la cara mirándome al espejo. Tras esto, fui a la cocina y me puse un café con leche bastante cargado y saludé a Alicia, mi mujer, que estabapreparando la ropa para ir a trabajar. Era una mujer alta, rubia con los ojosverdes y con una mirada que traspasaba cualquier barrera. Madrugaba todas lasmañanas solo para verla, porque yo salía de casa para trabajar a las 8 y media.Encendí la televisión que había en la cocina y puse el telediario de las seis,en el que estaban empezando los deportes. Esa noche jugaba el Barcelona y elVillareal y tenía pensado ir a ver el partido al bar de la esquina con loscompañeros de la oficina. Me recosté en el sofá a pensar en que iba a hacer esedía y me quedé dormido. Me desperté a las siete y cinco, justo cuando Alicia estaba poniéndose la cazadora para ir a trabajar. Ella trabajaba en "El Corte Inglés" de Sol, por lo quetenía que coger la Línea 1 en Atocha para llegar. Me acerqué a ella y me dijo"Luego nos vemos" y me besó en la mejilla, como todos los días desde hacía 3años. Nos casamos en Gaztelugatxe, cerca de Baquio, el pueblo de sus padres.Sí, ella era vasca. Se apellidaba Arratia Goñiz, y otros muchos apellidos delos que ahora no quiero acordarme. Por cierto: me llamo Julián y estábamos a 11 de marzo del año 2004.A las ocho menos veinticinco más o menos, mientras que estaba en la ducha, escuché un gran estruendo procedente del exterior. Me quedé en shock y, en lo que tardé en reaccionar, me puse el albornoz y salí de casa corriendo. Cuando llegué a la calle vi que, justodebajo de la placa de la calle Buenavista, una mujer gritaba mirando hacia laestación de Atocha, donde debería de estar Alicia. Mi corazón se detuvo por uninstante. Empecé a correr hacia la estación y bajé las escaleras como pude.Tras cinco o seis minutos que parecieron horas, llegué al andén y me encontré auna mujer atrapada bajo unos escombros que pedía ayuda. "No siento las piernas"decía. La viga de acero debía haberle seccionado la columna. Con la ayuda deotro transeúnte que pasaba por ahí como yo, conseguimos sacarla de ahí. Una vezen el exterior, la extendimos en el suelo y esperamos allí con ella un largotiempo a que llegaran los servicios de emergencias, que, como era de esperar,tardaron un buen rato. Nadie se esperaba eso. ¿cómo alguien puede hacereso?¿Por qué? Tenía demasiadas preguntas pero ese no era el momento debuscarles respuesta. Había cosas mucho más importantes que hacer. Volví a bajarcon la intención de buscar a Alicia, pero había muchos heridos más cerca de mí,además de una gran pila de escombros que separaban el andén de la Línea 1, porlo que me quedé ayudando durante toda la mañana. Cuando tuve un momento, lepregunté a un policía que estaba por ahí si había encontrado alguna mujer conla descripción de mi mujer. Me dijo que no, pero que nadie sabía nada y quepodía estar viva.Tras unas horas de confusión, fui a la comisaría más cercana a preguntar por ella. Los agentes corrían de acá para allá y volaban los papeles. Todo el mundo gritaba. Se respiraba angustia. No por la muerte de algún ser querido, sino por la angustia de la desinformación. Tras muchas horas en aquel edificio, nos trasladaron al polideportivo de un instituto cercano, equipado temporalmente con bancos y colchonetas para atender la gran demanda que había en aquellos momentos. Allí nos organizaron por orden alfabético y nos iban llamando para preguntarnos si teníamos a alguna persona desaparecida y comprobaban si coincidía con alguna persona hospitalizada o, en su defecto, con algún cadáver. Yo me apellido Martín, por lo que tardaron bastante en llamarme. Entre que esperaba me senté en una colchoneta para intentar dormir, pero me fue imposible. La angustia me destrozaba por dentro. Pensar en que podría haberla perdido para siempre era terrible. Después de unas tres horas que parecieron días, me llamaron. Un inspector de unos cincuenta y tantos me recibió. Me preguntó que si tenía a alguien desaparecido. Le dije que sí, que mi mujer estaba desaparecida. Le dije su nombre "Alicia Vázquez". Sorprendentemente me contestó que había una coincidencia. Estaba en el Hospital de la Paz. Me sorprendí tanto que abracé al policía y le dije "Gracias".Salí corriendo hacia el hospital como si no hubiera un mañana, pero a los cinco minutos, cuando recobré la razón, me di cuenta de que el hospital estaba demasiado lejos como para ir corriendo. En ese momento vi a un hombre en una moto pardo en la acera. Era el cartero, que montado en su moto amarilla, había visto interrumpida su jornada laboral y llevaba allí desde la mañana. Le expliqué la situación y me dijo: - Después de lo que ha pasado en las últimas horas, no puedo decir que no.Este es un claro ejemplo de que, durante este acontecimiento, el pueblo de Madrid estuvo más unido que nunca. Todo el mundo ayudaba en lo que podía.Y así, gracias a este buen hombre, llegué al hospital en cosa de media hora. Si hubiese ido a pié, hubiese tardado más de una hora tranquilamente. Me adentré en el edificio y fui a parar a la recepción. Como era de esperar, también estaba desbordada. El personal no daba a basto con tanta demanda. ......