Treinta y tres;

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Miriam

Era un jueves por la tarde y, sin embargo y a pesar de que por la mañana había ido a clase, en aquél momento, sentía tanta tranquilidad que me parecía un festivo. 

Con la excusa del refuerzo, había ido a casa de Mimi, pero no habíamos hecho ni el amago de abrir un libro. Se podía decir que habíamos quedado para hacer la siesta, aunque todavía no habíamos empezado. La rubia había puesto reggaetón a volumen bajo, y luego nos habíamos quitado los zapatos.

—¿Qué tal llevas lengua castellana? —le pregunté a Mimi, mientras ella se dejaba caer a mi lado, en su cómoda cama.

—Bien, creo. Hoy no he estado muy atenta en clase... Pero eso ya lo solucionaremos en el refuerzo del martes, ¿no? —preguntó, haciendo un puchero infantil, mirándome brevemente. 

—¿Seguro que no quieres que empecemos el trabajo individual de historia? —pregunté, aún y sabiendo que Mimi se negaría.

—Pero nos lo ha mandado hoy, cariño... Empezar un trabajo el día que te lo mandan es de cobardes —susurró Mimi, poniendo una mano en mi estómago.

Me eché a reír ante aquella respuesta.

—Eres un caso aparte...

—Es que estoy muy, pero que muy cansada, rubia —suspiró. Sin embargo, giró su cabeza hacia mí y me dedicó una sonrisa preciosa, que yo le devolví al momento, sin darme cuenta. —Encima siento que tengo la espalda como súper cargada, ¿sabes?

Yo asentí, porque realmente, el haber estado separadas durante unos días, me había hecho darme cuenta todavía más de lo mucho que me gustaba su presencia en mi vida y de lo que me interesaba todo lo que viniera de ella, aunque fueran cositas como esa. Ese sentimiento ya lo había tenido, desde que había empezado a conocerla. Pero supongo que ahora se había afianzado.

—Creo que es una combinación de nervios, y de haber pasado frío estos días.

—¿Frío? ¿Aquí? —le pregunté.

Porque precisamente, en su casa se estaba muy bien de temperatura; sobretodo si lo comparábamos con la mía.

—No, qué va —negó enseguida. —En la calle. Si es que ya me ves, salgo con unas chaquetitas de mierda, que madre mía... O directamente sin. Si es que soy tonta —añadió, riéndose otra vez.

—Pues... A mí, dar masajes, se me da bastante bien —dejé caer, con una media sonrisa en los labios.

—Si es una oferta mejor que no lo repitas dos veces, rubia, porque te diré que ya tardas —respondió ella en tono jocoso, levantando una ceja.

—No, que lo digo en serio, ¿eh? No me importa darte un masaje. O sea, no me importa dar masajes en general.

Mimi me miró y sonrió juguetona.

—Pues lo dicho, ya tardas.

—Espera, ¿tienes crema? —pregunté, haciendo el gesto de levantarme.

—Sí —Mimi se adelantó y se puso en pie. Caminó hacia la cómoda de su habitación y cogió un bote de crema de color anaranjado. —Huele a coco y piña, ¿qué te parece? —preguntó seguidamente, tendiéndome el bote.

—Seguro que huele muy bien, pero bueno, que el masaje me iba a salir genial de todas formas —alardeé con gracia.

—Pues perfecto —respondió ella, antes de quitarse la camiseta y quedar en un sujetador sencillo.

—Raro era que lo siguieras llevando puesto —bromeé.

—¿Eh? —preguntó Mimi, a punto de tumbarse bocabajo.

—El sujetador.

—Ah, ya. Es que no me has dado tiempo a quitármelo tampoco —se tumbó bocabajo en su cama, y cuando vio que no me movía, levantó su cabeza un poquito. —¿Estoy bien así? —preguntó.

Divina estaba así.

—Sí, sí—respondí, mientras me colocaba poniendo mis piernas a lado y lado de su cuerpo, quedando sentada encima de su culo. —Si te peso mucho, quéjate.

—¿Cómo me vas a pesar tú? —Mimi se rió, mientras alargaba el brazo hacia atrás para  pincharme el costado, haciendo que yo también acabara por soltar una leve risa.

Abrí el tapón de la crema y me llegó un olor riquísimo.

—Huele que flipas —comenté.

—Pues claro, ¿qué te pensabas? —respondió, mientras se acomodaba y cerraba los ojos. —Ya te he avisado.

Iba a echarle la crema en la espalda cuando me di cuenta de un pequeño detalle: el sujetador me iba a estorbar.

—Ehm... ¿te importa si te desabrocho el sujetador?

—No, no, qué va —respondió ella, tranquilamente. —Ya te digo que lo estaba esperando.

Mis manos se encontraron con las suyas cuando las puso en su espalda para quitárselo ella misma. Las dos nos reímos un poco y dejó que fuera yo quién se lo desabrochase. Luego, le bajé las tiras del sujetador por los brazos, porque iba a masajear ahí también y no quería manchárselo, que era negro. 

Ella no protestó, obviamente, e incluso se incorporó un poco para quitárselo del todo. Era increíble que, en aquellas situaciones más íntimas, yo siguiera poniéndome nerviosa. Supongo que Mimi me imponía, de alguna forma u otra. No me acababa de acostumbrar a eso y cada vez sentía los mismos nervios. Agradables, al fin y al cabo, unos nervios que disfrutaba, pero que seguían siendo nervios.

Le eché crema en la espalda y dejé que mis manos empezaran a recorrerla, empezando por abajo y subiendo hacia arriba, para dedicar un rato a sus hombros, a sus omóplatos, y a la zona que tenía más cargada. Tenía ganas de mimarla, de hacerla sentir querida; de hacerle saber que yo estaba donde quería y elegía estar.

Mis manos siguieron recorriendo su piel, y por un momento, me olvidé que la que tenía que relajarse era ella, porque me estaba relajando yo.

Game Over 🌙 || MIRIAM²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora