UNA FIESTA ACCIDENTADA

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Llevaba más de media hora plantada delante del armario, pasando una percha tras otra y sin terminar de decidir qué ponerme. "Rompedora". Esa era la palabra que Meli había usado esa misma mañana para explicarme cómo debía ir vestida para la fiesta pero yo no estaba con mucho ánimo. Por más que intentaba negarlo, la actitud de César me traía de cabeza. Desde nuestro encuentro a la salida del baño de chicas, no había vuelto a hablar con el. De hecho, se había encargado de mantener una cierta distancia conmigo, aunque no la suficiente como para perderme de vista. Era extraño sentirse observada por alguien al que claramente no le caía bien.

De cualquier manera, le había prometido a Meli que esa noche nos lo pasaríamos bien, así que lo primero a lo que estaba obligada era a dejar mis pensamientos sobre César a un lado.

Cogí el único vestido que creí que cumpliría los exigentes gustos de Meli y me lo puse sin pensar mucho. Nunca pensé que tendría una situación en la que aquel vestido negro, todo ajustado y de falda hasta medio muslo, fuese una opción en mi armario. Me puse las botas con el tacón más alto que tenía y por primera vez, usé las escasas pinturas que tenía para maquillarme. Seguí los consejos de Meli para que mi rostro estuviera lo más decente posible y, aunque no estaba acostumbrada, el resultado fue bastante positivo.

El timbre de casa me hizo recordar que se me acababa el tiempo. Guardé el cepillo de pelo en uno de los cajones del mueble del lavabo y salí corriendo hacia el videoportero automático que seguía sonando insistentemente.

- Hola, Meli - dije tras ver la imagen de mi amiga en la pequeña pantalla y descolgar. - Bajo enseguida.

- Ok. Te espero aquí abajo - respondió con más entusiasmo incluso de lo habitual.

Cogí la cazadora de cuero negra y me la abroché a sabiendas de que, aunque en ese momento hacía una temperatura estupenda, a la noche refrescaría.

Justo cuando iba a abrir la puerta para irme, el rostro de Roberto apareció frente a mí a través de ésta, dejándome casi sin aire por la sorpresa.

- ¡Roberto! - exclamé sobresaltada. - Menudo susto me has dado. Casi me da un infarto.

- Perdona, no era mi intención asustarte - confesó agachando la mirada hacia el suelo.

Me sentí mal por haberle gritado. Sabía que lo estaba pasando mal y que la única persona con quien podía hablar era yo, pero tenía que aprender que no podía aparecer ante mí de forma tan brusca. No quería herir sus sentimientos pero sus apariciones podrían terminar causándome un ataque al corazón.

- Sé que no querías asustarme pero no puedes aparecer de esta forma. Además, yo también tengo mi intimidad. Lo entiendes ¿verdad?

- Sí. Lo siento mucho. Es que estaba al otro lado de la puerta y oí que te ibas con tu amiga.

- ¿Cuánto tiempo has estado ahí fuera?

No sabía cómo tomarme aquello. El que hubiese alguien, aunque fuese un espíritu, esperando al otro lado de mi puerta, no era algo que me gustase mucho. Me hacía sentir un poco incómoda.

- Desde que volviste de la universidad, antes de la hora de comer - confesó aún más avergonzado que antes.

- ¿Y por qué estabas allí?

- Mientras estabas en clase fui a ver a mis padres. Tenía la esperanza de que ellos también pudieran verme y así hablar con ellos para consolarlos pero... por más que lo intenté ni siquiera sintieron mi presencia - dijo casi al borde del llanto, apretando los puños con fuerza. La rabia y la pena se mezclaban en él y yo no sabía cómo ayudarle. - Después de aquello, vine para hablar contigo. Necesitaba estar con alguien pero no me atreví a irrumpir en tu casa sin tu permiso.

La nigromante (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora